Vinilo contra CD, Apple contra PC, personas que no han visto un capítulo de “Perdidos” ni “Mad Men”, ni “Breaking Bad”… contra el creciente ejército de seriéfilos: batallas todas ellas en las que, soy plenamente consciente, me cuento entre las filas de los perdedores. Para las dos últimas, quizás aún haya redención para mí, porque a fin de cuentas sólo es cuestión de encontrar una coartada tecnológica consistente para pagar más por un trasto precioso, y una coartada cultural suficiente para atiborrarme de televisión sin el menor atisbo de mala conciencia. Pero para la primera, ay, ya es demasiado tarde. Bajad esas armas en alto: lejos de mí la pretensión de defender el sonido del denostadísimo disco de plástico frente al hoy rescatado formato vinílico, que todo se reduce a una cuestión de economía, y lo voy a explicar a continuación.
A ver, que se me entienda: no se trata sólo de que con el paso de los años, a uno no le quedado más remedio que envejecer, y lamentablemente desconfía de su capacidad para diferenciar la fría lectura de un rayo láser, de la cálida interpetación de una aguja sobre el surco. (Crujidos y chasquidos aparte, of course, eso sí que lo escucho, pero no tengo del todo claro de que el artista, por regla general, estuviera interesado en acompañar sus canciones de crujidos y chasquidos). Tampoco se reduce al hecho -incontestable, pero ciertamente romántico- de que en el segundo de los casos cada escucha supone la infinitésima degradacion de la superficie del vinilo por parte de la aguja, en una poética paradoja por la cual los discos que más amamos -y por tanto, los que vamos a escuchar- son aquellos que antes destruimos. No se trata de eso, no; ni tampoco de que considere que, al igual que existen determinados estilos para los que el vinilo es idóneo (aquellos como el rock, en la que los graves tienen una mayor predominancia), del mismo modo existen estilos en los que las frecuencias dominantes son otras, y por lo tanto no cabría la generalización. Por ejemplo: ¿Se escucha mejor “Vespertine” en vinilo? (No hace falta que contesteis, ya sé que vais a decir que sí, cabrones). Bueno, pues muy probablemente estoy equivocado, pero no acabo de estar del todo seguro de que sea así. Pero ya me estoy yendo por las ramas: hablaba del motivo por el cual soy comprador habitual de CD’s (hasta el nombre es feo), y no puedo lucir con orgullo una estantería Expedit en casa, atiborrada de vinilos. Se trata de algo tan elemental y sencillo como que mi cada vez más menguante economía no puede costear mis dependencias: uno tiene un modestísmo presupuesto mensual para discos, y resulta que, a día de hoy, por el precio de comprar dos vinilos prácticamente estoy comprando cuatro álbumes en “el otro soporte”. Sea como fuere, este es un debate con los días contados: los defensores del antiguo formato crecen por segundos, y dudo que tanta gente (generalmente, coincide con que se trata de la que más sabe sobre música, y eso es la mar de significativo) pueda estar equivocada. De modo que, por encima de modas e intereses comerciales (que también los habrá), vamos a zanjar la cuestión dando por vencedor al viejo vinilo, y a considerar el disco compacto como una especie en vías de extinción. (Por lo menos, hasta que el signo de los tiempos marque el inicio de una era nostálgica en la que lo más de lo más sea plantarte ante tus aterrorizados amigos esgrimiendo un obsceno “discman” en la mano. Que llegará. Al tiempo).
De modo que, amigos, allá va: estoy abierto a donativos. No me refiero sólo a vinilos: también a ingentes cantidades de pasta, contante y sonante, con la que ir reemplazando los milymuchos discos compactos que andan por casa, por sus correspondientes versiones vinílicas. Esas portadas como Dios manda, esas letritas diminutas en el lomo, esa famosa -creo que si las aportaciones económicas fueran muchas, hasta podría aprender a apreciarla- caricia cálida de la aguja, capaz de producir erecciones en los connoisseurs. Un auténtico chojal con el que, en primer término, ir progresivamente sustituyendo mi colección de compactos, al menos los mejores, y con el que sustituir un hábito, el del ávido consumo de música reducida y aplastada, por uno que por lo visto es mucho más nutritivo.
Por llevar la contraria: he aquí un disco que curiosamente tuvo que superar numerosos obstáculos para ser editado en CD. “Author! Author!” (título chulo donde los haya) fue publicado en 1981 por la banda escocesa Scars, uno de esos grupos que serían malditos para la eternidad con la marca terrible del one hit wonder, pero que al menos puede presumir de pedigree por aquello de haber alcanzado su momento de gloria bajo el paraguas de Postcard Records, el interesante sello que dio cobijo a bandas como Josef K o (aplausos) Orange Juice. La mayoría de los temas se mueven entre Joy Division (los muy entendidos en la historia esta del post-punk podrán afinar más y decir que a The Sound) y Echo & The Bunnymen (probad con “Silver Dream Machine“, por ejemplo, y enamoraos del delicioso punteo de “Everywhere I Go“). Los más jóvenes dirán The Rapture, y algo de razón tienen: no hay más que escuchar la pulsión excitada de “David” para apreciar esa energía oscura; ese lacerante arrebato, en el sentido que Iván Zulueta dio al término.
“All About You” representa muy bien la transición que se hizo en el Reino Unido entre el post-punk (lo de new-wave no deja de ser una de sus ramificaciones) y el nacimiento del indie. Supone la versión más luminosa de Scars, y también el único single que extrajeron de aquel injustísimamente olvidado álbum: suficiente para que se convirtiera en el gran éxito de la banda, pero también, qué cosas, su canto de cisne antes de desaparecer en el olvido. Hasta que en 2006, 25 años después de la publicación de aquel disco, las diez canciones que lo componían, con la adenda de dos canciones sólo recogidas en casete y otras seis contenidas en tres sencillos, fueron bárbaramente aplastadas contra la helada superficie de una galleta de plástico. Haceos un favor, y poneos el vinilo en casa. Y si no puede ser, al menos dadle al play de abajo.
Publicado en: Greatest HitsEtiquetado: 1981, Author! Author!, Joy Division, New-Wave, Post-Punk, PRE Records, ScarsEnlace permanente1 comentario