Revista Cocina
All i Pebre gore...
O bien, las maté porque eran mías... Y hablo de las anguilas, el ingrediente principal de esta receta... No me he convertido en asesino en serie, ni nada parecido (aunque víctimas, se me ocurran unas cuantas).
Ante todo, disculpad las fotos. Hoy son especialmente chungas. Como suele ocurrir con la fotografía, (o captas el momento, o te jodes para siempre) no hay posibilidad de conseguir tomas mejores. O eso, o cambio el chip y vuelvo a matar anguilas alguna vez. Si alguien lo hace por mi, os aseguro que lo evitaré.
En mi rollo previo a la receta, rollo al que estáis acostumbrados y asumo que os podáis saltar, hoy tengo dos cosas importantes de las que hablar:
1- Cómo conservar, asesinar a sangre fría y cocinar unas anguilas vivas.
2- Tradición y popularidad de esta receta en las tierras levantinas.
Siento deciros que os espera un post largo, aunque intentaré hacerlo fácil de digerir. Si os aburrís como camellos, podéis saltar a la receta directamente, unos cuantos párrafos más abajo.
Vale, morbosos. Estáis leyendo la parte de la compra, el asesinato y el descuartizamiento posterior. Buenos chicos.
La anguila: esa desconocida... Este bicho, más parecido a una serpiente que a un pescado, vive su madurez en el lago de la Albufera, en Valencia, entre otros muchos lugares en los que acaba sus días... Y no quiero aburriros con los hábitos migratorios de estos seres, que son curiosos e interesantes pero no cuadran aquí. Con esto lo único que quiero que entendáis es que, un bicharraco de medio metro de longitud y apenas 4 centímetros de diámetro, que es capaz de nadar miles de kilómetros, es costoso de matar. Muy costoso de matar.
Si mezclásemos a Chuck Norris, Van Damme y Margarita Seisdedos, y los redujésemos a la escala de una anguila, las hostias que darían no serían la mitad de fuertes que las que te puede dar una anguila a la que le acabas de hincar el cuchillo.
Porque estos animales son fuertes. Fuertes hasta la extenuación. Incluso decapitados luchan por no-se-sabe-qué, pero luchan. Les cortas la cabeza y te dan coletazos que te llegan a doler, sobre todo si trabajas con ejemplares maduros.
Todo esto lo cuento porque, en un arrebato de valentía y en mi línea de "hágalo Usted mismo", compré anguila viva. La cara de la pescadera (empleada de un supermercado que no me patrocina, y por lo tanto no nombraré) era un verdadero poema: una bocanada de frescura, un alivio similar al de ejemplos escatológicos que quedan feos en un blog de cocina, una liberación similar al de la abuela de "P. Tinto" cuando consiguió un buen "tralarí-tralarí"... En definitiva, la chica estaba encantada de la vida.
Y estos eran los bichos, ya en casa, en su primera ubicación:
Esta ubicación era una palangana miserable. Nota del ejecutor: las anguilas pasan muchísimo de las miguitas de pan. No son como las palomas del parque. Mal. Caca. Como vi que apenas se podían mover, y que las miguitas de pan ni las tocaban, procedí a llenar la bañera y dejarlas nadar a su antojo. Además, les adecué el terreno cambiando las migajas de pan por cosas más apetitosas (como moscas, por ejemplo)... Manjar de dioses... Mi idea era mantenerlas vivas y frescas, pero al final parecía que quería que adquiriesen fuerza y vigor... Craso error: cuanto más debilites a estos bichos, casi que mejor. Si haces la de "Superratón", si las vitaminizas y las mineralizas, date por jodido.
Cuando adopté a los bichitos, era viernes. El día D era domingo. Las anguilas no estaban debilitadas, sino más musculadas que nunca. Habían aprovechado los tiempos muertos para hacer pesas o algo así, levantando la pastilla de jabón, la botella de gel o quién sabe qué. El caso es que no se parecían en nada a lo que me llevé del Super... Lejos de ser unas anguilas tímidas y temblorosas, eran unos bichos musculados y fibrosos dignos de competir con Schwarzenegger en su etapa de culturista...
Procedí a decapitar al primer bicho, acomodándolo en la tabla de corte y dándole un golpe seco con el hacha. Lejos de dejar de moverse, comenzó a agitarse con más brío que nunca. Eso me llevó a lanzarlo al fregadero y ver qué ocurría. Transcurridos unos minutos el animalejo aún coleteaba, así que decapité los otros dos y los dejé caer con su compañero.
Viendo que el primero ya no se movía tanto, intenté limpiarle las tripas, pero al contacto con el cuchillo se volvió a reanimar. El proceso iba a ser largo y costoso. Jugándome los dedos, conseguí acabar de limpiarlos por dentro y los froté con sal gorda para eliminarles la película resbaladiza que los recubre, que no le va bien al guiso y hace que este animal sea tan complicado de manejar.
Me llevó tiempo que dejaran de moverse del todo. Incluso troceados aún se movían.
Y antes de pasar a la receta, solo comentaros que este es un plato muy típico de todas las poblaciones que rodean el lago de la Albufera, en Valencia, donde la anguila campa a sus anchas. Es toda una institución en el pueblo de El Palmar, de apenas 800 habitantes, donde conviven 30 restaurantes que preparan este manjar.
Como tapa antes de un buen arroz, o como segundo plato, acompañado de una buena cantidad de pan, es un caballo ganador.
Como curiosidad, el nombre del plato, "all i pebre", se traduce como "ajo y pimenton". Alguien se olvidó de nombrar a la protagonista: la anguila.
ALL I PEBRE
RECETA (PARA 4 PERSONAS)
- 3 o 4 anguilas- Dos patatas de tamaño medio- Dos cucharaditas de pimentón dulce- Dos guindillas- 7 u 8 dientes de ajo- 7 u 8 almendras fritas o tostadas- Sal- Aove- Una ramita de perejil
Comenzaremos sofriendo los dientes de ajo, con su cáscara y simplemente golpeados, junto con las guindillas. Una vez dorados, retiramos dos de los dientes y los reservamos. Agregamos el pimentón y lo sofreímos brevemente, para que no se queme. Agregamos un vaso de agua. Añadimos las patatas, rotas para que tengan aristas y suelten fécula. Agregamos la sal (unas dos cucharaditas) y la anguila troceada. Cubrimos con agua hasta que no veamos descubierto ninguno de los ingredientes.
Mientras dejamos que vaya hirviendo a fuego medio, vamos preparando un majado con los dos dientes de ajo que rescatamos, dos dientes de ajo crudo, las almendras y el perejil. Este picadillo lo agregaremos justo al final, una vez esté finalizado el guiso.
Transcurridos 20-30 minutos de cocción, observaremos que el caldo ha reducido bastante. Es el momento de retirarlo del fuego, agregarle el majado preparado antes y removerlo todo.
Si conseguimos superar la aprensión inicial al consumo de la anguila (aquel que lo tenga, claro) este es un plato riquísimo.
Animaos a probarlo, fogoneros, y sorprenderos vosotros mismos. Y si le echáis narices, no pidáis a la pescadera que os mate los bichos... :-P