Revista En Femenino

Allá donde fueres...

Por Mamaenalemania
…haz lo que vieres.
Sabiduría popular ¿no?
Neo-sabiduría mierdapueblil dice que no. O no con todo, desde luego.
Aunque no lo parezca (por el blog), yo estoy bastante integrada en Alemania. Alemanizada, como dice mi madre.
Personalmente, además, creo que un inmigrante debe de integrarse en su país de acogida (siempre que le dejen, obvio, pero ese es otro tema).
Integrarse no es lo mismo que asimilarse, aclaro. Una cosa es respetar el país en el que vives y otra es cegarse y sólo ver bondades a la vuelta de cualquier esquina y acabar siendo más papista que el Papa.
Yo estoy integrada en la medida en que, por ejemplo, hablo el idioma perfectamente (y, aunque no hable con mis hijos en alemán, sí que les corrijo cuando lo hablan mal), me interesa su política, cumplo sus leyes, he adoptado muchas de sus costumbres (algunas por sentido práctico, como los horarios; otras porque me gustan, como respetar los límites de velocidad incluso cuando estoy en Madrid, con el riesgo que esto implica), reciclo, e incluso he superado a mi suegra en la elaboración de algunos platos típicos de por aquí (mi marido dixit), por citar algunas cosas.
Lo que no estoy es asimilada. O sea, por mucho que entienda que esto o aquello es cultural o típico de por aquí, hay cosas por las que no paso. Ni de koñen.
Obviamente, esas cosas por las que no paso no las rechazo para ofender a nadie en particular, ni no pasar por ellas implica cometer una ilegalidad o inmoralidad: Cocinar con aceite de oliva, no adoptar el apellido del Hausherr (marido) al casarme, bañar a los niños a diario, que vayan conjuntados, o que coman naranjas y estén vacunados, por mucho que insistan nazimatronas, übermütter varias y biocuñadas proselitas, no está prohibido en Alemania. Ni siquiera es incompatible con vivir aquí.
Igual que soy consciente del enriquecimiento cultural y social que supone para mí vivir aquí, lo soy de que mi vida y mis costumbres aquí “enriquecen” de la misma manera a mis seres cercanos teutones.
Pero me resulta curioso que no sea mi marido el que más ha cambiado de opinión en muchas cosas, sino mi suegra.
No ha sido fácil, lo reconozco.
Pasar de tomarse como algo personal y casi una ofensa que no quisiera ponerle a mis bebés los disfraces de arlequín de 8ª mano que me ofrecieron, a reconocer abiertamente que los bebés están mucho más monos con colores claros, limpios y que no pasa nada porque (por lo menos) los bodies sean nuevos, ha costado 4 años. Que el escepticismo frente a las vacunas se haya convertido en militancia en pro de las mismas, ha costado la comparación entre una nieta con tosferina y 2 nietos con episodios de fiebre leves el día del pinchazo. Que la naranja haya dejado de ser la fruta prohibida sólo ha sido posible después de comprobar que a mis hijos no les ha salido un tercer brazo por comerla. Y un semilargo etcétera.
El último episodio de abrelosojos cultural ha tenido que ver con mi rabenmutterismo.
Después de poner mala cara cuando contraté a una señora de la limpieza, esperaba un grito desgarrador en el cielo al comentar mi último “capricho”. Y lo tuve. Al principio.
Ayer mismo retiró ese grito para convertirlo en apoyo incondicional a mi supuesta locura (mi marido dixit) e incluso se ofreció a darle una reprimenda al de las malas caras (mi marido, de nuevo).
Y es que sí, voy a ser la Oberrabenmutter del lugar, la más decadente, la peor de todas, la nueva gurú de la maternidad regulera... Porque en unos días aterriza mi Au-pair (mi tesoro...).
Soy débil, lo sé, pero me estaba viendo con el agua al cuello, desesperada, de muy mal humor, estresada, deprimida, llorando, amargada, sintiéndome culpable por todo y un sinfín más de cosas horribles que, sinceramente, no forman parte ni de lejos de lo que yo considero necesario para ser una madre digna. Y, ya que venir al mierdapueblo ha sido un sacrificio (tanto personal como profesional) por la empresa de mi marido y que la que está en casa con los niños soy yo, he decidido que me voy a hacer lo más gemütlich dentro de mis posibilidades y que la semana que viene llega la Au-pair sí o sí.
Mi suegra, como he dicho, al principio torció el morro todo lo que pudo, para que lo viese bien. Ayer, cuando el morro torcido cambió de destinatario y se dirigió, con comentario irónico incluido, a mi marido, no daba crédito.
Debe de haber sido que se acordó de cuando sus hijos eran pequeños (se llevan más o menos la misma edad que los míos), de lo que sufrió con los concursos pasteleros a lo mamá-canguro (no en vano sus tartas de manzana son insuperables, eso que le queda) y, sobre todo, de la red familiar de la que dispuso (suegra viviendo en su casa, cuñada en el piso de arriba y marido trabajando en el sótano) y que yo no tengo (lo que agradezco, sobre todo por las cuñadas), lo que la ha hecho cambiar de bandera.
O puede que haya sido el gusto que le ha cogido al matriarcado observado en su familia política ibérica, a pesar de la fama de la machista que tiene España (que lo será, no digo que no, pero en comparación con Alemania, semos, por lo menos, como los suecos).

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