Revista Cine

Almas en la encrucijada: El quinto sello (Az ötödik pecsét, Zoltán Fábri, 1976)

Publicado el 03 noviembre 2021 por 39escalones
The Fifth Seal (1976) by P. G. R. Nair

«Cuando el Cordero rompió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían sufrido el martirio por causa de la palabra de Dios y por mantenerse fieles en Su testimonio, y clamaban a gran voz: «¿Hasta cuándo, Soberano Señor, Santo y Verdadero, seguirás sin juzgar a los que moran en la tierra y sin vengar nuestra muerte?» Y se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos». (Apocalipsis 6, 9:11).

En la Budapest de fines de la Segunda Guerra Mundial, con Hungría gobernada por el Partido de la Cruz Flechada, aliado de los nazis y que no tardaría en seguir la suerte de Hitler y de Alemania, varios amigos (un camarero, un relojero, un carpintero, un mutilado de guerra y un viajante) se reúnen en el bar de uno de ellos, como cada noche, para beber, charlar y, a menudo, discutir, de lo divino y lo humano, pero, sobre todo, acerca de lo mundano. Un paréntesis diario, o nocturno, a los horrores que se viven fuera, cuyos ecos, no obstante (disparos, alarmas de bombardeo, redadas, gritos), llegan al interior a través de la persiana baja y de la puerta cerrada que los separa de la barbarie. Su única banda sonora, una gramola mecánica que repite machaconamente la misma melodía de carrusel de feria, que de vez en cuando rompe el silencio en el que reinan las conversaciones, a veces airadas, y la oscuridad solo rota por el foco que ilumina la mesa y se refleja en los vasos y las botellas, y por la estela de la luz en las volutas de humo de los cigarrillos. Una noche, cuando parece que el centro de atención de la conversación va a girar en torno a las dos piezas de ternera, una de ellas un solomillo, que uno de los amigos, el viajante, ha conseguido en época de carestía de toda clase de lujos, la charla, sin embargo, termina discurriendo por derroteros más trascendentales de lo previsto. A propósito de ciertas posturas éticas en relación a lo que acontece en aquellos días convulsos, el amigo relojero relata una historia, una especie de cuento infantil moralizante, que finaliza con una duda ética que plantea al resto de la concurrencia: ¿en quién preferirían reencarnarse si murieran en ese mismo instante pero pudieran volver al mundo al minuto siguiente? ¿En el rey cruel y despótico de la historia, que comete toda clase de crímenes y atrocidades pero carece de toda conciencia y escrúpulo moral y, por tanto, vive plácidamente disfrutando de su poder sobre sus semejantes? ¿O en cualquiera de los esclavos que sufre las consecuencias, que pierde a seres queridos, se ve privado de todos sus derechos como ser humano y carece de cualquier libertad bajo ese poder, pero vive satisfecho porque, a pesar de su mala fortuna, posee todavía la fuerza moral que le permite mantener una postura ética conforme a su conciencia y oponerse moralmente a ese poder aunque no pueda resistirse a él? La pregunta, que no parece nada más que un juego retórico, perturba mucho, sin embargo, a los contertulios, y prepara la película para su tramo final, en el cual los cinco amigos tendrán que dar una respuesta real, única, sin posibilidad de rectificación ni de redención, al dilema planteado por su camarada.

La película, basada en una novela de Ferenc Sánta, se estructura en tres actos. En el primero, los amigos se reúnen y dan pie a la larga charla que desemboca en el hecho clave que constituye el nudo argumental del guion. En el segundo, la historia sale del bar y muestra las evoluciones privadas de los personajes en sus entornos particulares, cuando intentan dar una respuesta íntima al dilema moral planteado y sus actos frente a terceros (esposas, amantes o incluso seres desconocidos) chocan abiertamente con la postura teórica a defender, la de la ética por encima de todo. Por último, el tercer y más enjundioso acto, es el que revela la verdadera naturaleza de esa encrucijada, donde la teoría debe ceder el espacio a la puesta en práctica, donde las palabras más o menos pronunciadas a la ligera, donde las elecciones retóricas, es decir, sin riesgo, deben plasmarse en un comportamiento real, único, cierto, que obligue a arrostrar todas las consecuencias, morales y vitales: ser un criminal o ser un esclavo que sufra en sus carnes toda la tiranía de su opresor. Aquí radica el clímax de la historia y del guion: ¿qué prima más, realizarnos como personas conforme al modelo ético aprendido en la religión o en la educación democrática y respetuosa con nuestros semejantes, hacer nuestro provecho por encima de estos modelos aunque preocupándonos por salvar las apariencias, o bien la realidad y el instinto puramente humanos se sacude sin problemas este barniz cuando de garantizar la supervivencia de uno mismo y de los suyos se trata? En este último caso, ¿resultan condenables, por tanto, los actos del poder opresor y dictatorial cuando van referidos a la conservación y al interés puramente personal de quienes lo detentan? ¿No haríamos todos lo mismo en su lugar si tuviéramos que elegir entre dueño y siervo, entre verdugo y víctima?

The Fifth Seal (1976) | bonjourtristesse.net

En este último tramo la película salta del bar a un centro de detención y tortura del régimen de la Cruz Flechada, donde los prisioneros son solo peones de una partida más compleja que la mera culpabilidad o inocencia personal. Son el régimen y la utilización que este haga de todos los elementos a su alcance para preservarse en el poder los únicos valores que cuentan, y por tanto, desprovisto de todo cuestionamiento ético, opera conforme a estos intereses por encima de pormenores como son la responsabilidad de los detenidos. A partir de este punto, en particular en la conversación que mantienen el comisario y su oficial, es donde la película representa el manual del perfecto fascista: más que la muerte inútil de unos detenidos que no reporta más que el dolor particular y privado de sus allegados importa el uso de esas detenciones y de la tortura para preservar el régimen, y unos torturados vivos pueden contribuir mejor a ello que unos cadáveres hechos desaparecer de cualquier manera. Es el reinado del terror, el miedo a lo que pueda venir que inmoviliza y domestica a quienes lo padecen; y este miedo viene acompañado por el autodesprecio, la desaparición de toda idea de dignidad e integridad personal, en este caso, haciendo partícipes a las víctimas de los comportamientos del verdugo. Porque el juego retórico de estos cinco amigos en la seguridad de sus charlas nocturnas se troca en encrucijada vital: si aceptan jugar el juego del verdugo, podrán volver a sus casas con sus familias; si no lo aceptan, no les queda otra que asumir su naturaleza de víctimas y seguir su suerte.

Son las secuencias del bar, en semioscuridad, rota esta solo por la luz del foco que ilumina cenitalmente la mesa donde se encuentran los amigos, las más y mejor elaboradas, con el empleo de planos y secuencias fijos ocasionalmente interrumpidos por el uso de un zoom revelador del pensamiento íntimo de uno de los personajes, quizá discordante con sus afirmaciones y sus actos externos, o por una continua danza de la cámara, que parece bailar al son de la música del carrusel en torno a la mesa en la que se dirime, sin saberlo, el inminente destino de todos, y bajo el soniquete de la música del carrusel que, ya desde los créditos y la oscuridad total, anuncian metafóricamente cuál es el sentido de lo que va a continuar: cómo los seres humanos anónimos que sufren las tensiones y los sinsabores de la política y de las guerras no tienen más remedio que bailar al son tocado por otros, cómo su libertad y su autonomía desaparece entre los engranajes accionados por otros conforme a la melodía que quieren escuchar. En el segundo tramo adquieren peso la imaginación y las ensoñaciones de los personajes, pero en ambas, los flashes de imágenes de la obra de El Bosco son las que, de manera bastante inquietante, terminan por ilustrar de modo subconsciente la terrible naturaleza de la realidad que impregna las, hasta entonces, gratuitas deliberaciones de este grupo de ociosos amigos. Imágenes que cobrarán su verdadera dimensión real en el último acto de la cinta, en el centro de detención, y también en el epílogo, durante el bombardeo que hace de coda y que subraya la imposibilidad, o al menos la dificultad, de salir indemne cualquiera que sea nuestra elección última.

El gran valor de la película, y también su valentía, residen en que su ambientación en la Hungría de 1944, a punto de ser derrotada en la guerra (y que había implantado ya la misma política antisemita de deportaciones a los campos de extermino que la Alemania nazi llevaba desarrollando desde 1942), no es más que un trasunto del presente del país, que en 1976 vive bajo el yugo comunista y de acuerdo con las obligaciones, internas y externas, que impone el Pacto de Varsovia. Todo lo que el riquísimo guion y los excelentes diálogos plantean como un estado de opresión, asfixia moral y miedo institucionalizado, referido a la Cruz Flechada, al fascismo y a la Segunda Guerra Mundial, resulta igualmente aplicable al Partido Comunista, a las repúblicas socialistas satélites de Moscú y a la Guerra Fría. La película viaja al terror vivido treinta años atrás para hablar de un terror contemporáneo, igual de omnipotente y generador de víctimas y verdugos, igual de lesivo para la dignidad y la integridad de las personas a las que no puede culparse en exceso por hacer elecciones que obedezcan a su instinto de supervivencia, y en las que tan complicado resulta ser un héroe que se resista a ceder, aunque su vida, la de los suyos, y su condición de seres humanos esté en juego.


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