Dhaulagiri, ascenso a la montaña blanca podrá sonar a tanque que Hollywood concibió para actualizar su oferta de cine especializado en contar historias (ficticias o con asidero real) de supervivencia a la cólera de la naturaleza y/o al riesgo asociado a algún deporte extremo. Pero no… Éste es un documental argentino que gira en torno a cuatro compatriotas que viajaron al Himalaya en 2008, con el propósito de llegar a la cumbre mencionada en el título, de 8.167 metros de altura. Tras proyectarse –y cosechar algunos premios– en festivales nacionales y extranjeros, esta pequeña gran producción de Arista Sur y Malcine desembarcará por etapas en el circuito de exhibición nacional: en Salta mañana miércoles; en Buenos Aires, Rosario, Mendoza, Neuquén en el transcurso de la primera quincena de septiembre.
El de Guillermo Glass y Cristián Harbaruk es un largometraje pequeño por oposición a la inversión tecnológica y monetaria que la industria del espectáculo destina al género survival (pensemos en los 18 millones de dólares que costó 127 horas de Danny Boyle). Y es grande en tanto ejercicio irreductible a la mera crónica de la aventura que Christian Vitry, Sebastián Cura, Darío Bracali y el mismo Glass emprendieron nueve años atrás.
Dhaulagiri… muestra a los amigos protagonistas en dos tiempos: en el pasado que recrean las imágenes y testimonios filmados antes y durante la expedición al Himalaya, y en un presente condicionado por recuerdos y reflexiones que buscan cerrar aquella experiencia tan estimulante como amarga. También son dos las instancias de reconstrucción: una a título personal, por cada entrevistado, y otra cinematográfica. De esta manera, la película también cuenta su propia historia, con las consabidas escalas de preproducción, rodaje, posproducción y –en el medio– la incógnita que representó una interrupción abrupta y prolongada.
De los registros obtenidos en 2008, impresiona la fotografía producto de un esfuerzo colectivo. Además de Glass, Diego Delpino, Pablo D’Alo Abba, Mario Varela, Enesto Samandjian son responsables de las imágenes obtenidas.
Del rodaje posterior y de la posproducción, cabe destacar el montaje de Hernán Garbarino y la música original de Martín Bosa. El trabajo de uno y otro contribuye a sensibilizar incluso al público indiferente a la pasión que el montañismo despierta en algunas almas temerarias.
A contramano del cine de entretenimiento, este film invita a reflexionar antes que a subirse a un simulador de descarga adrenalínica. El alpinismo se revela entonces como una disciplina que hermana a quienes la practican, y que resignifica la vida en general y la relación con la naturaleza en particular.