Entre la costa de Poniente y el Cabo de Gata, en una esquina de España, próxima a África y de cara al mar Mediterráneo.
Allí vive esta ciudad, a los pies de una Alcazaba que hace siglos vigiló uno de los puertos comerciales más pujantes del viejo mar europeo.
A la Alcazaba, que vigila Almería desde una montaña, hay que subir a la caída de la tarde, sin prisas, a pie, atravesando la plaza Vieja y las calles coloniales de la ciudad del XIX.
Es la mejor forma de hacerse una idea de la ciudad.
Basta con atravesar su colosal arco de herradura para retroceder en el tiempo y situarse en aquella urbe de aliento árabe, blanca y luminosa, que durante siglos fue el principal puerto de al-Andalus en el Mediterráneo.
En esa hora incierta en que el sol se desdibuja entre las montañas peladas de la Sierra de Alhama y las costas de Poniente el viajero hará bien en acercarse hasta la Torre de la Vela y contemplar Almería.