Fue muy oportuno volver a ver La ley del deseo el día antes del estreno de La piel que habito, recordar en nuestro reencuentro lo que había significado Antonio Banderas en mi carrera y en mi vida, reconocer que mi eclecticismo viene de antiguo, y que ya el propio Antonio había interpretado a un explosivo psicópata veintiséis años antes, que la película transitaba por varios géneros para terminar en un thriller intenso y nocturno, al que no todos los personajes sobrevivían, porque ésa es una de las reglas del género.
Comparada con La ley…, La piel… tiene mucho menos humor, y la paleta de color es más sombría. No me repito, pero afortunadamente sigo siendo el mismo.
A poco de estrenada su última película en España, Pedro Almodóvar actualizó el blog del sitio promocional con este post escrito “a vuelapluma” sobre las reacciones generales que percibió entre quienes asistieron a una primera función. Desviados de este propósito original, los párrafos transcriptos evocan la mirada tierna -acaso paternal- del realizador con respecto a su obra.
Las palabras encomilladas también expresan la preocupación relacionada con la identidad artística y con cierto mandato de continuidad, fidelidad y maduración intelectual. La repetición (o dicho de otro modo, el agotamiento de la creatividad) constituye el gran fantasma que acobarda a todo autor.
Esta admiradora confesa, casi incondicional, del cineasta manchego pensó en Carne trémula cuando se asomó a los recuerdos que trazan una recta imaginaria entre deseo y piel. Casi a medio camino se sitúa el largometraje que Francesca Neri y Javier Bardem protagonizaron en 1997: habían transcurrido doce años desde La ley… y faltaban catorce para el advenimiento del film que hoy se estrena en nuestro país.
La hilación revela entonces la existencia de un tercer nudo (carnal) que fortalece el entramado epidérmico y pasional de la condición humana según la mirada almodovariana. Sin dudas, los personajes de Don Pedro tienen músculos, arterias, nervios además de deseo y piel; de ahí que se sometan al destino de disección cinematográfica que les depara su creador.
Que reseñas como la de Rodrigo Fresán no empañen la alegría del reencuentro con el anatomista Don Pedro. Que la mención de La ley… no imponga una referencia tal vez contraproducente para la ilusión del espectador.