Revista Religión
Leer | GÁLATAS 6.7-9 | ¿Ha sentido alguna vez que el Señor le estuvo llamando para hacer algo realmente extraordinario? Lo más probable es que le haya venido a la mente una promesa o una meta dada por Dios. Al pensar usted en esto, consideremos tres modos comunes de actuar:
Primero, podemos tomar un atajo. Podemos suponer que si Dios nos hace una promesa, Él desea que la recibamos lo más pronto posible, ¿verdad? No necesariamente. Él, con bastante frecuencia, hace promesas que tarda años en hacer realidad. Cuando tratamos de manipular las circunstancias y “ayudar” al Señor a cumplir sus promesas, obstaculizamos lo bueno que Él tiene en mente para nosotros. Debemos recordar que parte de la bendición será la confianza y la madurez que obtendremos mientras esperamos.
Segundo, podemos rendirnos. Podemos decir:¿Quién quiere esperar diez años por algo? Eso es demasiado tiempo. Prefiero hacer otra cosa. Por tanto, desistimos, nos olvidamos de que tuvimos una oportunidad y tratamos de no pensar más en ello. Pero ¡qué tragedia es decir no a una promesa de Dios, y perder la bendición que Él pensó darnos!
Tercero, podemos esperar y confiar en el Señor. Esta es la mejor opción, pero también la que muchos tendemos a evitar. Si alguien le dijera a usted: “Dentro de siete años te daré siete millones de dólares”, lo más probable es que no respondería: “No, gracias, los quiero ahora o nunca”. ¿Por qué, entonces, tantos cristianos le dicen eso a Dios? Él tiene enormes bendiciones en reserva para usted, si está dispuesto a esperar.
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