Finiquitamos este mes la segunda parte del Reyes de la Serie B dedicado al gran Joseph H. Lewis con un quinteto de sus títulos de la década de los 50, última dedicada al cine antes de buscar acomodo en el floreciente negocio televisivo. Entre Juan Carlos “Cinema de perra gorda” Vizcaíno y un servidor repasamos el bélico centrado en la Guerra de Corea Paralelo 38 (1952), el espectral noir Agente especial (1955) que no es sino un reciclaje de la reseña ya publicada aquí, y un terceto de westerns a cual más peculiar: Una calle sin ley (1955), al servicio estelar del clásico Randolph Scott, The Hallyday Brand (1957), intenso drama familiar-psicológico y la absolutamente insólita Terror in a Texas town (1958): subPortalAgenda.asp?idRubText=6090
Agente especial:
“(…)Lewis es lo suficientemente hábil e inteligente como para superar el cliché y lo hace por la vía del exceso, otorgando a todo el conjunto un aire de irresistible irrealidad romántica que nace de la propia historia, entre el melodrama desaforado y el thriller furioso, para extenderse a la plasmación visual del film: atmosférico, neblinoso, completamente abstracto, con los decorados y las mismas calles desapareciendo en fondos totalmente negro, como si el mundo no existiera y solo quedará un drama tan absorbente y poderoso que traga todo lo demás. Una asombrosa estilización casi fantastique que tiene su culminación en el bellísimo final, con unos protagonistas que, literalmente, se desvanecerán en una niebla pesada la misma de la que ella emergía al principio de la película. Una puesta escena que siendo necesariamente utilitaria (ocultar la pobreza presupuestaria) terminará por resultar de una pertinencia y belleza asombrosas, esa mezcla de necesidad y genio que es la mejor herencia y más auténtica marca del cine de bajo presupuesto.” Continuar
Terror in a Texas town:“Terror in a Texas town es una de esas combinaciones inverosímiles que tanto se dieron entre determinada producción de bajo presupuesto entre argumentos archisobados y decisiones demenciales. Material fácil de malbaratar, de complicado manejo por estar siempre pendiente del fino hilo de lo ridículo. Cuando estos proyectos recaían en manos poco dúctiles y tirando desmotivadas no pasaban de ser carcajeantes subproductos solo revisitables desde una óptica campy, pero, cuando por el contrario reposaban y eran mecidos por genios con al chispa adecuada medran como orquídeas. Este es el caso de tan extraño western, el cual serviría por si solo a modo de certificado del talento magistral de Joseph H. Lewis, cuya magia logra hacer, no ya absolutamente creíble sino directamente absorbente, la susodicha trama manida de tierras, caciques y desmanes, un rosario de clichés superado completamente por la fuerza de la puesta en escena, el convencimiento de la narración y, especialmente, un admirable sentido del delirio interno que tiene su corolario en el enfrentamiento final entre un ballenero sueco armado con una arpón y un sádico pistolero manco.(…)” continuar
(…) en la pluma de Trumbo se reconoce la complejidad psicológica de ese mismo Crale, tortuoso pistolero en el ocaso, simbólicamente impedido (tiene una mano de madera que oculta con unos guantes negros) y basa su efectividad en una gloria ajada y un control de la violencia perturbador. Frente a el, menudo, oscuro, escurridizo y lleno de dobleces se levante un a némesis total, desde lo físico, alto, rubio, sano, de una pieza. Un bruto noble de ética a prueba de bomba perfecto al cual representa a la perfección el corpachón lento de Sterling Hayden. En cierto modo ambos son hombres fuera de lugar, Crale porque su mundo está tocando a su fin, el pueblo se unirá finalmente impidiendo las compras forzosas de terrenos, y Hansen por ser un bicho tan raro en semejante contexto como una marinero sueco que se pasea sus perplejidad arriba ya bajo de la misma manera que pasea su enorme arpón, arma finalmente perfecta para cazar tiburones de tierra adentro.
Desde luego el film no está libre de defectos, muy al contrario estos son notorios porque la irregularidad iba de serie, desde la pobreza de los decorados al estatismo ciertos momentos, que por un lado parecen destinados al fin de alargar el metraje en busca de una duración estándar, y por otro se pueden leer como resabios televisivo, lenguaje y medio nuevos a finales de los 50 que tomo el relevo de la declinante producción B y hacia los cuales directores como el propio Joseph H. Lewis estuvieron abocados si querían seguir en la tarea, hasta la propia y ya aludida naturaleza general de «lugar común» que preside todo el invento. Por todo ello resulta más delicioso el sabor final de esta despedida del celuloide de su director, una pequeña maravilla que convierte el esquematismo y la pobreza presupuestaria en abstracción conceptual y estilización formal a base de una demoledora combinación de oficio y puro genio.” continuar