"Aquella mañana, Godofredo da Conceiçâo Alves, acalorado y jadeante porque había venido a toda prisa desde Terreiro do Paço, abría la puerta de bayetón verde de su despacho en un entresuelo de la Rua dos Doradoures, cuando el reloj de pared instalado detrás de la mesa del contable daba las dos, con el lúgubre tono al que los bajos techos del entresuelo infundían una sonoridad profunda y lastimera. Godofredo se detuvo, comprobó la hora en su propio reloj, sujeto con una cadena de hilo al chaleco blanco, y no pudo contener un gesto de irritación al ver que había perdido la mañana en las oficinas del Ministerio de Marina. Siempre sucedía lo mismo cuando su negocio de comisionista en ultramar lo llevaba allí."
Así comienza esta novela de José María Eça de Queirós, o Queiroz, uno de los mayores representantes de la literatura portuguesa del siglo XIX. Diplomático, periodista, escritor, Eça de Queirós fue uno de los grandes defensores e impulsores del realismo en su país. Y lo hizo a través de sus novelas- algunas de las más célebres son quizá Los Maia, El crimen del Padre Amaro y El misterio de la carretera de Sintra-, de sus artículos periodísticos y de sus ensayos. Casi toda su obra está traducida al español; uno de los primeros autores en hacer traducciones de sus obras fue el escritor gallego Ramón María del Valle-Inclán, aunque al parecer no todas las traducciones que firmaba estaban realizadas por él.
En Alves y Compañía- publicada póstumamente en 1925- vuelve a desplegar Eça de Queirós uno de los rasgos característicos de su pluma: la ironía y la crítica ácida y sarcástica hacia los hábitos, costumbres y modos de la sociedad burguesa del barrio de Chiado, en Lisboa, que tan bien conocía.
Con el tema del adulterio de fondo, el autor coloca al protagonista, Alves, en una seria dicotomía: el honor y la dignidad social frente a sus propios sentimientos y la dignidad personal. Su grupo de amigos le ayudarán a salvar la situación. Subyace en el amaño cierta dosis de comicidad entrelazada con el toque de lo grotesco.
La lectura de esta novela breve resulta ágil, amena, con una prosa rápida y en la que se percibe cierto aire folletinesco: la posibilidad de un duelo, el honor mancillado, el buen nombre.
Decía Antonio Muñoz Molina en un artículo de hace unos años,
"He tenido un paraíso inesperado de lector volviendo por puro azar a las novelas de Eça de Queiroz."
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