Con la revolución de 1868, el carlismo revivió con fuerza. Destronada Isabel II, numerosos moderados, que habían sido leales a la reina y se oponían al sistema revolucionario, se fueron pasando a las filas carlistas. Según ellos, la salvación de España se hallaba en el nuevo y joven pretendiente, Carlos de Borbón y Austria-Este (Carlos VII), en quien su padre, Juan de Borbón y Braganza, que había sido rechazado por los carlistas debido a su pensamiento liberal, había abdicado sus derechos. El anticlericalismo había ido en aumento, y creó un ambiente propicio para que muchos católicos abrazasen la causa del carlismo.
Como reacción a esa situación, muy pronto los carlistas se dispusieron a llevar a cabo un alzamiento, en el que se reivindicaría, especialmente, la llamada unidad católica, que era vehemente defendida por los diputados carlistas en las Cortes y que don Carlos calificaba como «símbolo de nuestras glorias patrias, espíritu de nuestras leyes, bendito lazo de unión entre todos los españoles» en una carta dirigida a su hermano Alfonso, que sirvió como exposición doctrinal de su causa.
Carlos VII, estaba resuelto a ceñir la corona, y una vez sobre su cabeza, salvar a España. Para unificar a todos los cabecillas, había nombrado general en jefe a Ramón Cabrera, puesto que confiaban en el prestigio del tortosino. Pero Cabrera no estaba de acuerdo con el Pretendiente, ya que opinaba que era preciso aguardar un poco más y centrarse em adquirir fondos. Eso a pesar de tener ya bastantes trabajos preparados en la conspiración. Opinión que chocaba con la idea de don Carlos, quién creía que su honor estaba comprometido y debía entrar en España como fuese. Ofendido por la falta de entusiasmo de Cabrera, se dispuso, en julio, a comenzar un levantamiento sin contar con él.
El plan consistía en tomar, lo más rápidamente posible, Figueras y Pamplona, cuyas guarniciones estaban comprometidas; Al mismo tiempo, Cataluña se sublevaría y un general del Ejército se pondría al frente de Madrid. Pero don Carlos no contaba que, dicho general, se iba a negar a obedecer, debido a que tenía un compromiso previo con Cabrera, además, tampoco se logró tomar Figueras ni Pamplona. No obstante, algunos carlistas, ignorantes del fracaso del plan, se levantaron a finales de julio. Tal es el caso dado en la provincia de León, donde destacó la partida del exalcalde de León, Pedro Balanzategui, el cual sería fusilado por la Guardia Civil; también en La Mancha, la del general Polo, que fue apresado y desterrado a las Islas Marianas. Cabrera, tras poner en evidencia la mala organización del golpe, a consecuencia de la cual, los militares comprometidos no se habían movido, el 7 de agosto, presentó su dimisión de la jefatura carlista. Don Carlos, indeciso ante el desarrollo de los acontecimientos, permaneció algún tiempo cerca de la frontera española, confiando en que el movimiento se extendería por Cataluña; pero en vista de que este tampoco daba resultado, finalmente, optó por trasladarse a Ginebra. El intento había fracasado.
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