Sharif en otros y mejores tiempos.
Omar Sharif murió el viernes pasado, siete semanas después de que su único hijo confirmara oficialmente el diagnóstico de Alzheimer que algunos medios (sobre todo online) venían difundiendo cada tanto y hacía rato bajo la forma de rumor rastrero. Cuando la noticia del deceso irrumpió en la prensa internacional, todavía flotaban en el aire las “declaraciones exclusivas” de Tarek Sharif que el diario El Mundo publicó el 23 de mayo y la inmediata ratificación por parte del representante Steve Kenis. El impacto de largo alcance que provocó la revelación no tan reveladora consolida la hipótesis de que el periodismo farandulero ve en el mal identificado por Don Alois una enfermedad casi tan redituable como el sida en las décadas de 1980 y 1990.
El olvido patológico no se ensañará con cuerpos y mentes jóvenes (qué pena, con lo que eso vende) pero sabe ser despiadado con estrellas consagradas. De hecho, las baja de un hondazo hasta reducirlas a la condición de despojo humano.
Como el sida a fines del siglo pasado, hoy el Alzheimer no tiene cura, amenaza con convertirse en pandemia, y en términos mediáticos resulta atractivo por al menos tres razones fundamentales: causa estragos (hay que mostrar ese espectáculo); borra la frontera entre famosos y simples mortales (pocas cosas tan reconfortantes para las audiencias sumidas en el anonimato); cubre con un manto de silencio al paciente y a su entorno (constituye todo un desafío rasgar esa capa, conseguir que un familiar hable, cuente, reconozca, confiese).
El encuentro exclusivo entre el periodista Francisco Carrión y Tarek representa el ejemplo más reciente de este fenómeno. El reportaje resultó un golazo porque enseguida repercutió en la prensa internacional (así lo señalo el mismo periódico español) y porque el azar quiso que se publicara poco antes del fallecimiento del actor egipcio.
La nota apareció online en la sección que alberga las “noticias sobre los famosos que interesan a todos”, y que esos todos conocen por la sigla LOC (La Otra Crónica). A la breve presentación del entrevistado, le sigue una introducción, poco original pero siempre efectiva: “(Ésta) es la primera vez que la familia de la estrella rompe su silencio”.
Tarek afirma que su padre “nunca mejorará e irá a peor”, que “a veces se niega a salir de la habitación” (del hotel donde vive), que “le recetaron algunas medicinas y unos ejercicios para ralentizar el avance, pero los ejercicios jamás los ha hecho”, que “no ha reconocido estar enfermo”. Sus declaraciones son mucho menos dramáticas que las propias observaciones del periodista sobre Omar. Por ejemplo:
“En la distancia corta sorprenden sus ojos cansados; el blanco que ha teñido su cabellera; las arrugas que ha esculpido el tiempo; y su delgadez, que ha vuelto macilento el cotizado y cincelado rostro de la juventud”.
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“La demencia comenzó a consumirlo hace al menos tres años”.
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“Los estragos del Alzheimer se han cebado con sus recuerdos del celuloide embarullando fechas, localizaciones y diálogos memorables”.
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(Siempre ha tenido) “un temperamento que los achaques han acentuado. A finales de 2011, en el Festival de Cine de Qatar, abofeteó a una admiradora delante de las cámaras cuando la joven trataba de hacerse una fotografía con él. En aquella ocasión pisaba la alfombra roja promocionando la película francesa J’ai oublié de te dire… (Me olvidé de decirte…), en la que interpreta a Jaume, un anciano alcanzado por el Alzheimer que entabla una luminosa amistad con Marie, una joven en busca de identidad. Como su personaje, el actor se va desvaneciendo carcomido por el extravío”.
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“Habitual de los casinos -donde tuvo pérdidas ruinosas y protagonizó alguna trifulca-, la estrella del cine árabe gozó la vida que hoy borra la desmemoria”.
Las expresiones de regodeo evocan el recuerdo de otras dos explotaciones faranduleras del Alzheimer, que datan de 2013. La primera nos retrotrae a mayo de ese año, cuando murió Alfredo Landa y algunas de las necrológicas que mencionaron el vocablo Alzheimer también recordaron el discurso fallido del actor español al recibir el premio Goya honorario de 2007. Más de un lector habrá hecho clic en el link correspondiente para (volver a) ver aquel registro televisivo y constatar una primera manifestación de la enfermedad que terminaría instalándose poco tiempo después.
El segundo episodio tuvo lugar un par de meses después, esta vez en territorio alemán y británico. Primero la revista Bild am Sonntag anunció (aquí) que Sean Connery padecía Alzheimer en base a una frase atribuida a Michael Caine (“Debemos preocuparnos por él”). Luego el actor inglés negó que esas palabras hubieran salido de su boca, y sin embargo la prensa amarilla siguió explotando la posibilidad de que el ex James Bond estuviera realmente enfermo (el Daily Mirror, por ejemplo, ilustró su nota sobre la desmentida con la foto de un Connery desencajado).
Desde entonces, no se supo mucho más del actor escocés. La noticia más reciente data del 20 de junio pasado, cuando el Daily Mail contó (aquí) que Sir Sean rechazó la propuesta de Roger Moore de reunir a los galanes que encarnaron al agente 007 para filmar algo parecido a lo que Sylvester Stallone hizo con Los indestructibles.