Los gigantes de Pamplona y alrededores son toda una institución. Si eres navarro, sabrás de sobra que causan furor en los más pequeños y en muchos mayores. Están de moda y encima son de la tierra. Y como en otras cosas de la vida, ocurre que, o los adoras, o los aborreces y rechazas sin entender el fervor que despiertan. Eso les pasa también a muchos niños, algunos que incluso se debaten entre los dos sentimientos a la vez. Ése es el caso de mi hijo: adora a los gigantes y compañía, se declara fan de Caravinagre, se devora los libros de Kilikids, tiene una verga de espuma para practicar en casa y un cabezón de cartón, me pide que escuchemos la famosa canción con la que bailan… pero no quiere verlos ni de lejos.
Le aterra que los kilikis le peguen. Le despiertan un miedo atroz, ingobernable, se me deshace en lágrimas y me pide que le lleve a casa a toda pastilla. Da igual el madrugón, las prisas mañaneras, la media hora larga de villavesa (nuestro querido autobús urbano) y los codazos que hemos dado y recibido para ver en primera fila el baile de las seis parejas de gigantes por el Casco Antiguo de Pamplona.
En Sanfermines lo tenemos vetado, qué le vamos a hacer. Pero el resto del año, con la paz que da el ver las fiestas aún lejanas, yo le sigo diciendo que los kilikis no hacen daño, que si corres no te pillan, y que las vergas con las que pegan son blanditas.
Él escucha, mientras me pide que le imprima dibujos de los gigantes para pintarlos, pero como quien oye llover. Muchos de sus amigos de clase y primos son fans incondicionales, de esos que se recorren las fiestas de los pueblos en busca de sus comparsa, de esos que tienen todos los muñecos de goma y que hasta han engañado a sus padres para que les compren un gigante para ellos a golpe de talonario.
Mi hijo, que se debate entre declararse fan absoluto y pasar olímpicamente de los europeos, los asiáticos, los africanos y los americanos, por si acaso no les va a la zaga. Tenemos en casa un gigante de cartón más asequible. Un Josemiguelerico portátil de Chirimiri con el que creo que conseguiré tocarle la fibra al pequeño.
Es un gigante a todo color, que no pesa nada y se pliega y guarda en un rincón en un segundo. Tiene el hueco de la cabeza recortado, para ver y ser visto y, está pensado a la altura del niño: si es pequeño, el cartón llegará hasta el suelo, pero si no, se le verán los pies por debajo danzando (me encanta). Trae unas asas para llevarlo de forma cómoda y bailarlo con la comparsa de Pamplona, con los amigos en fiestas o practicando en casa.
Aunque esta misma semana hemos empezado el colegio, no hemos cerrado el calendario de fiestas: todavía nos esperan las fiestas de no uno, sino de dos pueblos. Y este fin de semana, por cierto, vuelven los gigantes a la calle, con motivo de la festividad del Privilegio de la Unión. Con suerte, bailaremos con ellos. Y si no, seguiremos practicando el resto del año, a ver si en los próximos Sanfermines conseguimos meternos en la plaza del Ayuntamiento a ver a los gigantes sin protestas. Allá vamos.