http://www.semanario.com.mx/ps/2009/09/consumismo-y-dinero-virtual-en-los-ninos-3/ Un estudio realizado hace algunos años en Inglaterra con chic@s de 10 años indicó que el valor que más apreciaban los pequeños era la riqueza seguida de la fama. Lamentablemente no he hallado una escala actualizada para niños españoles, pero pensando que Rato, Bárcenas, Granados, Conde… alguna vez fueron niños y que incluso tenemos en nuestro panorama judicial a uno que se hace llamar “el yonqui del dinero”, me surge una duda, ¿es la ambición una virtud o un vicio?.
Como padres animamos a nuestros hijos a pensar “a lo grande”, a no poner límites a sus sueños, a perseguir sus ideales, a plantearse retos… a ser ambiciosos. Pero ambición es un término ambiguo dotado de una dualidad que oscila entre lo positivo y lo negativo.
La ambición como desencadenante de sucesos cargados de negativismo se cuela en las noticias con pasmosa asiduidad. Pero también encontramos ambición en la base de muchas historias de superación personal, convirtiéndose en el imprescindible motor de cambio. Entonces ¿dónde está la frontera? La respuesta a esta pregunta ya la apuntaba un insigne de la Ilustración:
La escala de la ambición incluiría:
- La ausencia de ambición: Es el conformismo, la falta de cuestionamiento y de objetivos vitales más allá del placentero status quo.
- La ambición sana: Nos dirige hacía metas lógicas, aceptables y alcanzables. Siendo la vacuna contra la resignación.
- La ambición patológica: Es el afán obsesivo por la consecución de metas cada vez más inalcanzables, llegando a condicionar la conducta y los pensamientos del individuo. Este deseo de conseguir más puede llevar a la persona a traicionar su honestidad e integridad.
¿Ambición y felicidad caminan unidas?
Tendemos a pensar que las personas con mucha ambición tendrán vidas más plenas de experiencias, serán más exitosos y felices. Pero un estudio de la Universidad de Notre Dame liderado por el profesor Timothy Judge descubrió que sus vidas eran menos felices y más cortas.
El gran esfuerzo que las personas ambiciosas invertían en su faceta profesional parecía ser inversamente proporcional a su vida personal: “Quizá todo lo que apuestan en sus carreras afecta los factores que mejoran la expectativa de vida, como las conductas saludables, las relaciones estables y las redes sociales profundas. La ambición tiene sus costos”.
El truco estaría entonces en lograr el punto medio que equilibre la balanza entre la sana ambición y la adictiva codicia. Marcarnos un objetivo alcanzable, perseguirlo con tesón y perseverancia hasta su consecución dándonos el tiempo necesario para saborear la satisfacción de haberlo logrado. La medida del éxito cambiará de esta forma su foco de lo material a la satisfacción personal.