Mañana, 12 de octubre, podremos celebrar el Día de la Hispanidad como nunca: a la altura del bono basura gracias a Standard&Poors que, sin embargo, no hace otra cosa que certificar la evidencia de que desconfían de nosotros, algo que no me extraña: a mí tampoco me merecen estos dirigentes la más mínima confianza. De la pérdida de confianza a la de respeto hay una delgada línea de perfil quebradizo. Es un paso previo y decisivo para que ya veamos el rescate como algo necesario, para que lo deseemos como si fuera la tabla de salvación o como debe desear el toro en la plaza que acaben con él de una vez por todas para acabar con su sufrimiento. El símil con fiesta nacional tan hispana no es gratuito. Pero ese rescate que todos anhelan pero que nadie se atreve a pedir en abierto ni de forma explícita, hasta que no pasen las elecciones gallegas, vascas y catalanas, será eso: la estocada de la muerte, la rendición sin condiciones.
Revista Opinión
Ni siquiera el “misterioso” Rajoy, como lo calificaba en titulares The Economist hace unos días, va a conseguir con sus anbigüedades que parezca un rescate. Nunca una palabra se ha usado con un sentido tan, tan, tan… eufemístico. Porque por mucho que lo llamen rescate es el hundimiento, el sucumbir definitivamente a los mercados, claros vencedores, ávidos de sangre, la nuestra. En esta pieza de teatro macabro, la prima de riesgo, que ha de subir a 750, es solo una actriz sobreactuada.