Revista Cultura y Ocio

Ambiorix, parte I: el Valle de la muerte

Publicado el 12 septiembre 2014 por Albilores @Otracorriente
tongeren-ambiorix 1Ambiorix fue un líder belga que consiguió unir las tribus eburonas bajo su mando, logrando así la única victoria celta de la Galia sobre los ejércitos de Julio César hasta ese momento y protagonizando el primer gran levantamiento de la reconquista gala, pese a ser el líder de un pueblo pequeño, siendo seguido por tribus belgas más poderosas y rivales entre sí. Este fue el precedente del gran levantamiento de Vercingetorix, líder de los Arvernos de Auvernia.
Al instaurarse el Reino de Bélgica en 1830, Ambiorix se toma como héroe nacional. La estatua fue erigida en el mercado de Tongeren en 1866, es la ciudad más antigua de Bélgica -Atuatuca Tungrorum-, en el lugar donde se cree que fue la batalla.

Tras conseguir Roma la victoria en la durísima batalla del Sambre frente a los feroces Nervios, los mejores guerreros según Julio Cesar, y tras dar por conquistada toda la Galia, tuvo una reunión con los galos en Amiens.

Por haber sido un año de mala cosecha de granos en la Galia por falta de lluvias, tuvo que dar otra disposición que los años precedentes a los invernaderos del ejército, distribuyendo las legiones en diversos cantones para que estuviesen comprendidas en un entorno de cien millas;

Una en los morinos, al mando de Cayo Fabio; La segunda en los nervios, al de Quinto Cicerón; La tercera en los eduos, al de Lucio Roscio; La cuarta con Tito Labieno invernase en los remenses en la frontera de Tréveris; Tres alojó en los belgas, a cargo del cuestor Marco Craso, y de los delegados Lucio Munacio Planeo y Cayo Trebonio.

Y al campamento de Atuática territorio de los eburones, que habitan entre el Mosa y el Rin, sujetos al señorío de Ambiorix y Cativulco, envió una legión nueva alistada en Italia, la “legio XIV Gemina Martia Victis” (con 5000 hombres), donde estaba al mando el legado Quinto Titurio Sabino y la “XIII Gemina”, con tan solo cinco Cohortes (unos 2500 soldados), al mando el experimentado Lucio Arunculeyo Cota. Teniendo en cuenta que cada legión poseía un cuerpo de caballería de entre 120 y 300 jinetes, oficiales, personal de transporte, y unos 1000 mercenarios, las fuerzas alojadas en Atuática serían de un total de unos 9000 hombres.

LA ASTUCIA DE AMBIORIX

Ambiorix y el viejo Cativulco, salieron a recibir a Sabino y a Cota a las fronteras de su reino para darles la bienvenida, y acarrear trigo a los cuarteles romanos. Pero a los quince días de haberse establecido allí las tropas romanas, se produjo un repentino alzamiento protagonizado por un grupo de eburones que atacaron a los leñadores romanos. Los romanos, ayudados de la caballería española, consiguieron rechazar la escaramuza eburona.

Más tarde se presentaron en una de las puertas del campamento, mensajeros, dando voces como acostumbran, para que saliesen algunos los romanos a parlamentar sobre lo ocurrido, con el fin de poder terminar las diferencias.

Los romanos enviaron a Cayo Arpiño y Quinto Junio, que ya otras veces había ido a verse con Ambiorix, el cual les habló de esta manera:

«Se confesaba obligadísimo a los beneficios recibidos de César, por haberle liberado del tributo que pagaba a los aduáticos sus confinantes; haberle restituido su hijo y un sobrino, que los aduáticos, tuvieron esclavizados. Que la tentativa de asalto no había sido su voluntad, sino un alzamiento del pueblo instigado por los treveros y que no pudo evitar, pues no es él tan necio que presuma poder con sus fuerzas contrastar las del Pueblo Romano. Se trata de una conspiración de común acuerdo de toda la Galia, para el asalto general de todos los cuarteles de César, para que las legiones queden incomunicadas.

Así que, por respeto a los beneficios de César y al hospedaje de Titurio, le suplicaba mirase por su vida y la de sus soldados; que un gran ejercito de germanos venía a servir a sueldo. Había pasado el Rin y llegaría dentro de dos días, por lo que debían sacar de sus cuarteles a los soldados y trasladarlos a los de Cicerón o de Labieno, puesto que estaban a unas 50 millas. Les prometía y aseguraba con juramento darles paso franco por sus Estados; que con eso procuraba al mismo tiempo el bien del pueblo aliviándolo del alojamiento y el servicio de César en recompensar de sus mercedes».

Arpiño y Junio asustados, cuentan a los legados la noticia, que aunque venía de boca del enemigo, no por eso debían despreciarla. Y así ponen la noticia en consejo, donde hubo grandes debates.

Lucio Arunculeyo, con varios de los tribunos y capitanes principales advertía: «que no se debía salir de los reales sin orden de César; que dentro del campamento se podían defender contra cualquier tropa, aun de germanos, por numerosas que fuesen; que pan no les faltaba y entre tanto vendrían ayudas de los cuarteles vecinos y de César»

Contra esto gritaba Titurio: «Que sería tarde, cuando creciese más el número de los enemigos con la unión de los germanos, o sucediese algún desastre en los cuarteles vecinos; que esto pedía pronta resolución, que César seguramente se hubiese ido a Italia; Que los germanos estarían enojados por la muerte de Ariovisto rey de los Suevos. Y que la Galia entera estaría enconada por verse sujeta de tantos malos tratos por el Pueblo Romano y que Ambiórix no se hubiese arriesgado a tomar este consejo sin tener seguridad de esto»

Levántense con esto de la junta, y los principales se ponen de por medio y suplican que entre ambos no lo echen todo a perder con su discordia y empeño; cualquier partido que tomen, o de irse o de quedarse, saldrá bien, si todos van a una; al contrario, si están discordes, se dan por perdidos.

Durando la disputa hasta media noche, rendido Cota, cede. Prevalece la opinión de Sabino y publicase la marcha para el alba al campamento de Cicerón.

LA BATALLA

Venida la mañana, comienzan su viaje, convencidos de que no un enemigo, sino el mayor amigo suyo, Ambiorix, les había dado este consejo. Marchaban extendidos en filas muy largas y con mucho equipaje entre barros, caminos fangosos y encharcados y con un día poco soleado. Los 9000 Soldados que salieron del campamento probablemente formaban unas filas de unos 7 Kms de largo.

En Hollywood siempre se representan las emboscadas con aparente facilidad, tan solo hay que esconderse y sorprender al enemigo que permanece despistado. Pero la realidad era bien distinta ya que son muy pocas las legiones que cayeron en emboscadas dado que el ejército romano era muy precavido, razón por la cual la caballería se adelantaba unas millas para reconocer el terreno, al igual que acompañaba a las legiones a ambos flancos también con unas millas de separación con el fin de descubrir a un posible ejercito escondido entre los árboles.

Imagínense escondidos unos 15000 eburones (el número es desconocido) con caballería incluida, a tan solo dos millas de distancia sin que se haga ruido, sin que se precipite nadie al atacar, sin que relinchen los caballos en momentos de tensión. Ya que las flechas de los arqueros no alcanzan esa distancia, la mayoría de esos guerreros escondidos deberían recorrer a pie con sus armas y escudos en el momento del ataque, más de 3 kms entre árboles y matorrales cuesta abajo, sin dar tiempo a que las organizadísimas tropas romanas se dispongan en formación.

Es por ello por lo que la treta del astuto Ambiorix tiene mucho valor, además de tener una sofisticación impropia de los belgas de aquella época, ofreció a sus propios guías para conducir a la legión y probablemente logró que los romanos aceptasen su ruta, por lo que consiguió que su ejército no fuese descubierto.

Los eburones habían preparado dos emboscadas en sitio ventajoso, cubierto entre selvas y como hemos dicho, a distancia de dos millas estaban acechando el paso de los romanos; y cuando vieron la mayor parte internada en lo quebrado de aquel hondo valle, (la batalla se atribuye en la localidad de Tongeren aunque la descripción de aquel hondo valle no corresponde con el relieve de la localidad), al improviso atacaron a la vanguardia en plena subida, y por la retaguardia, y forzando a los romanos a pelear en el peor paraje.

Titurio, que probablemente nunca pensara asustarse, corría de acá para allá, con la filas desordenadas; como un hombre azorado que no sabe la tierra que pisa; que así suele acontecer a los que no se aconsejan hasta que se hallan metidos en el lance. Por el contrario Cota, que todo lo tenía previsto y por eso se había opuesto a la salida, llamaba por su nombre a los soldados, esforzándolos, y peleando como uno más.

Debido a que las filas eran muy largas, probablemente en el momento del ataque la retaguardia romana acabaría de salir del campamento o incluso todavía no lo hubiesen hecho totalmente, no podían recibir las órdenes convenientes, por lo que publicaron una general para que, soltando las mochilas, se formasen en rueda, resolución que tuvo muy mal efecto; pues infundió a los eburones mayor denuedo, por parecerles que solo se hacía esto en casos desesperados.

Los soldados romanos desamparaban sus banderas, y cada cual iba corriendo a su lío a sacar y recoger las alhajas y preseas más estimadas, abandonando su posición y no se oían sino lamentos. Mejor lo hicieron los bárbaros; porque sus capitanes intimaron a todo el ejército que ninguno abandonase su puesto; que contasen por suyo todo el despojo de los romanos, pero entendiesen que el único medio de conseguirlo era la victoria.

A pesar de esto, cuando alguna cohorte romana daba un avance, de aquella banda caía por tierra gran número de galos. Advirtiéndolo Ambiorix, dio orden de que disparen de lejos, que no se arrimen mucho, y donde quiera que los romanos arremetan, retrocedan ellos; Pero en el momento en que se retiren a su formación, den tras ellos.

Ejecutada puntualísimamente esta orden, cuando una manga destacada del cerco acometía, los eburones echaban para atrás velocísimamente. Con eso era preciso que aquella parte quedase indefensa, y por un hueco abierto expuesto a los tiros. Después al querer volver a su puesto, eran cogidos en medio así de los que se retiraban, como de los que estaban apostados a la espera; Los romanos estaban tan apiñados que no podían esconder el cuerpo de los flechazos de tanta gente. Con todo eso, a pesar de tantos contrastes y de la mucha sangre derramada, pasaron gran parte del día peleando sin cesar, del amanecer hasta las ocho (las 14:00, nuestras).

Con una lanza atravesaron de parte a parte ambos muslos de Tito Balvencio, que mandaba la primera centuria. Quinto Lucanio, centurión del mismo grado, combatiendo valerosamente cae muerto, por ir a socorrer a su hijo rodeado de los enemigos. El comandante Lucio Cota mientras corren entre las líneas y exhorta a los soldados, recibe en la cara una pedrada de honda.

Aterrado con estas desgracias Quinto Titurio, divisó a lo lejos a Ambiorix que andaba animando a los suyos, por lo que le envió su intérprete, Neo Pompeyo a suplicarle les perdone las vidas. Ambiorix respondió a la súplica: «que si quería conferenciar con él, bien podía. Que si se rendían todos, daba su palabra de que no se le haría daño ninguno».

Titurio lo comunica a Cota estando herido que responde, «que de ningún modo irá al enemigo mientras le vea con las armas en la mano».

Sabino, vuelto a los tribunos circunstantes y a los primeros centuriones, manda que le sigan, para pactar con Ambiorix, ordenando a los suyos que hagan lo mismo. Durante la conferencia, mientras se trata de las condiciones, Ambiorix astuto, al ver que Cota no se rendía, alarga apropósito la plática, para cercar a Titurio y los tribunos poco a poco, dándoles muerte.

Entonces los eburones comenzaron a gritar victoria y a atacar con más ímpetu. Así Lucio Cota pierde la vida combatiendo, con la mayor parte de los soldados; algunos se refugian en el campamento de donde salieron, entre éstos Lucio Petrosidio, alférez mayor, que, siendo acosado de un gran tropel de celtas, tiró dentro del vallado la insignia del águila, defendiendo a viva fuerza la entrada, hasta que cayó muerto. Los otros a duras penas sostuvieron el asalto hasta la noche durante la cual todos, desesperados, se dieron a sí mismos la muerte.

Los pocos que de la batalla se escaparon, metidos entre los bosques, por pantanos y caminos extraviados, llegaron a los cuarteles de Tito Labieno contándole la tragedia sufrida.


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