Revista Cultura y Ocio

Ambiorix, parte II: la venganza de César

Publicado el 19 septiembre 2014 por Albilores @Otracorriente

Ambiorix 2Seguro de sí mismo, Ambiorix con esta victoria, despacha correos a los centrones, grudios, levacos, pleumosios y gordunos (los de Courtray, Brujas, Lovaina, Tournai y Gand) que son todos dependientes suyos, y marcha sin dilación al territorio de los aduáticos, confinantes con su reino, sin parar día y noche, le sigue su ejército. Una vez que aceptaron los aduáticos unirse al él, al día siguiente pasa a los nervios, y los exhorta a que no pierdan la ocasión de asegurar para siempre su libertad y vengarse de los romanos por los ultrajes recibidos. No le fue muy dificultoso persuadir a los feroces nervios.

Todos juntos vuelan a los cuarteles de Cicerón, que aún no tenía noticia de la desgracia de Titurio, por lo que sorprenden a los leñadores romanos esparcidos por las selvas, sorprendidos con la repentina llegada de los caballos. Rodeados por una gran turba de eburones, aduáticos y nervios con todos sus aliados, atacan la legión, confiando que, ganada esta victoria, liberarían la Galia. Cicerón al instante despacha cartas a César, pero los correos son apresados por estar tomadas todas las sendas.

Los romanos a duras penas rechazaron el asalto. Al día siguiente los belgas intentan de forma más fuerte asaltar el campamento y así prosiguen los días consecutivos, donde los romanos rechazan los ataques una y otra vez, no cesando de trabajar noches enteras, hasta los enfermos y heridos, e incluso el mismo Cicerón. De noche se apresta todo lo necesario para la defensa del otro día, levantan 120 torres con presteza increíble, y acaban de fortificar el campamento.

Entonces Ambiorix, decide tratar con Cicerón el cual acepta. Repiten la misma arenga que a Titurio: «Toda la Galia esta armada junto con los germanos que han atravesado el Rin, tienen sitiados todos los cuarteles romanos y le comunica la muerte de Sabino y Cota. Les ofrece salir libres de los cuarteles, y marchar seguros a cualquiera otra parte tan sólo se oponen a que invernen dentro del territorio belga».

Cicerón rechazó la propuesta, por lo que viendo frustradas sus ideas, Ambiorix mandó cercar el campamento con un bastión de once pies y su foso de quince. Había aprendido esto de los soldados prisioneros a los que sacaba información. Mas como sus guerreros carecían de herramientas necesarias, utilizaban la espada, y sacaban la tierra con las manos tardando menos de tres horas en levantar una fortificación de diez millas de largo rodeando el campamento romano tal y como hacían ellos y mediante la dirección de los prisioneros romanos, fueron levantando torres de altura igual a los muros romanos y fabricando guadañas y galápagos.

Al séptimo día del cerco, soplando un viento recio, lanzaron con hondas, pelotas ardiendo y flechas encendidas a las barracas que eran de paja. Al momento prendió en ellas el fuego, que con la violencia del viento se extendió por todo el campamento. Los celtas, seguros de la victoria, arriman las torres y galápagos, y escalan el vallado.

Los romanos, pese a que estaban rodeados por el fuego y soportando una intensa lluvia de flechas, viendo arder todos sus ajuares y alhajas, mantuvieron con valor su puesto causando gran estrago en los galos, al estar apiñados al pie del vallado.

Cuando cedieron las llamas, los belgas aprovecharon a pegar una torre de asalto a la muralla, y los oficiales de la tercera cohorte se echaron atrás, con todos los soldados esperando a que los galos saliesen de la torre entrando en lo alto del muro. Pero sin embargo ninguno se decidía a ser el primero por lo que los romanos los provocaban a entrar a voces, «si eran hombres». Al no atreverse ninguno, entonces los romanos, arrojando piedras, derrocaron la torre y la quemaron.

Acabado el ataque, Cicerón persuade a su esclavo Verticón, (un galo que había desertado hacia tiempo y dado a Cicerón pruebas de su lealtad), prometiéndole la libertad y grandes galardones, si consigue hacer llegar una carta a César. Él como galo, pudo atravesar entre los galos sin la menor sospecha, hasta poner la carta en manos de César.

Recibida esta carta, Cesar despacha un aviso al cuestor Marco Craso que tenía sus cuarteles en los belovacos, a distancia de veinticinco millas, mandándole que se ponga en camino a medianoche con su legión y que acuda a toda prisa. Envía otro al legado Cayo Fabio, que conduzca la suya a la frontera de Artois, por donde pensaba Cesar hacer su entrada. Escribió también a Labieno, para que se acerque con su legión a los nervios. No llamó al resto de las legiones por encontrarse más lejos. Saca de los cuarteles inmediatos hasta cuatrocientos caballos y se puso en marcha.

Labieno, viéndose rodeado de todas las tropas treveras, temeroso de que, si salía de los cuarteles, no podría sostener la carga del enemigo, responde a César, contando el gran riesgo que correría la legión si se movía ya que los treveros le acechaban con toda la infantería y caballería.

A Cesar le pareció bien esta resolución, pese a que de tres legiones con las que contaba se veía reducido a dos. A marchas forzadas entra en las tierras de los nervios. Aquí le informan los prisioneros que captura a su paso del estado de Cicerón y del aprieto en que se halla. Sin perder tiempo, envía a un jinete de la caballería galicana que lleve a Cicerón una carta escrita en griego, con el fin de que, si la interceptaban los enemigos, no pudiesen entender el mensaje que decía: «que presto le vería con sus legiones», animándole a perseverar en su primera constancia.

El galo, al llegar al vallado, temiendo ser descubierto, tira una flecha con el mensaje dentro, según las instrucciones dadas por Cesar. Ésta flecha quedó clavado en un cubo, sin advertirlo los sitiados por dos días. Al tercero la descubrió un soldado que emocionado pese a no saber traducirla, se la llevó a Cicerón, quien después de leerla, la hizo pública, llenando de ánimo a todos los soldados. En eso se divisaban ya las humaredas a lo lejos, con que se aseguraron totalmente de la cercanía de las legiones.

Los galos, sabida esta novedad por sus exploradores, levantan el cerco, y se dirigen con todas sus tropas, que se componían de 60.000 hombres, a César.

Cicerón, envía de nuevo a Verticón, con otra carta a César, que avisaba de que los belgas, habían levantado el sitio, y se habían dirigido contra él con todas las tropas. Recibida esta carta cerca de la medianoche, César prepara la batalla y se encamina al encuentro. Al solo contar con 2 legiones y estar en inferioridad en número, levantó un campamento fortificado (como siempre hacían las legiones romanas antes de una batalla) dado que Cicerón ya no corría riesgo.

Los belgas, se apuestan en mal sitio y avanzan arrojando flechas dentro del campamento y dando voces publican «que cualquiera sea galo, sea romano, tiene libertad antes de las nueve de la mañana para pasarse a su lado; después de este plazo no habrá perdón».

Y llegó a tanto su menosprecio que, creyendo poder forzar las puertas, tapiadas sólo en la apariencia con una capa de adobes, empezaron a querer aportillar el cercado con las manos y a llenar los fosos. Entonces César, abrió todas las puertas, soltando la caballería, poniendo en fuga a los galos, y matando a muchos de ellos y desarmó a todos. No se atrevió a seguir el alcance por los bosques y pantanos.

Es evidente, que aquí Ambiorix debió de perder el endeble liderazgo que tenia sobre las demás tribus, ya que un líder concienzudo como había demostrado ser, hubiese optado por la calma y rodeado de empalizadas el campamento de Julio Cesar, tal y como hizo con el de Cicerón, sin embargo cada uno de los reyes belgas debieron creer que al ser superiores en número, la victoria sería fácil y al igual que solía pasar en todas las batallas, se lanzaron una vez más contra el inexpugnable campamento romano, perdiendo como siempre la batalla, muy probablemente en contra de la opinión de Ambiorix.

Sin daño alguno de sus tropas, el mismo día Cesar, se juntó con Cicerón. Viendo las torres de asalto enemigas y galápagos, y pasada la revista de la legión, halla a prácticamente a todos los legionarios heridos. A Cicerón y a sus soldados los elogia y los saluda por su nombre uno a uno a los centuriones y tribunos, de cuyo valor estaba bien informado por Cicerón.

Tras la victoria, César, al frente de cuatro legiones entra por tierras de los nervios, y antes que pudiesen organizarse de nuevo, les obligó a entregarse y darle rehenes. Sosegada esta parte de la Galia, todas sus miras se dirigen a la expedición contra los trevirenses y Ambiorix.

Pese a esto, los menapios, vecinos de los eburones, cercados de lagunas y bosques se negaron a tratar de paz con César y seguían haciendo coalición con los Ambiorix. Por ello Cesar marcha con un total de 7 legiones contra los menapios. Acometiendo contra ellos por tres partes, les quema caseríos y aldeas forzándoles a rendirse.

Mientras tanto los treveros cometían ese mismo error comentado anteriormente, atacando una vez más el campamento romano de Labieno, que en sitio ventajoso masacró al ejército trevero a pesar de la inferioridad numérica romana. Sin ninguna duda este fue el segundo hecho que provocó la derrota del levantamiento belga, pues estas derrotas impidieron la unión de los treveros (la caballería más grande de la Galia), con las fuerzas de la coalición de Ambiorix.

Tras la victoria de Labieno, César llegado a Tréveris, se propone dar caza a Ambiorix, por lo que envía delante a Lucio Minucio Basilo con toda la caballería por la selva Ardena, por ver si con la celeridad de la marcha y coyuntura del tiempo podía lograr algún buen lance.

Ejecutada por Basilo la orden, sorprende a muchos galos en medio de sus labores, que confiesan donde estaba Ambiorix con unos cuantos caballos.

Basilo coge al grupo de Ambiorix desprevenido, quedando despojado de todo el tren de carrozas y caballos que tenía consigo. Por fortuna para él, sus guerreros pudieron detener un rato el ímpetu de la caballería romana dentro del recinto de su palacio, el cual estaba cercado de un soto, como suelen estarlo las casas de los galos. Mientras peleaban, uno de sus criados le proporcionó un caballo, por lo que pudo huir por el bosque salvando la vida.

No se sabe si Ambiorix dejó de juntar sus tropas a propósito, por haber creído que no serían necesarias, o si por falta de tiempo y la repentina llegada de la caballería romana, no pudo hacerlo, persuadido de que venía detrás el resto del ejército. Lo cierto es que despachó luego secretamente correos por todo el país, avisando a los eburones que se salvasen como pudiesen al estar todo perdido.

Por ello los eburones dispersados, se refugiaron en la selva Ardena, otros entre las lagunas inmediatas. Cativulco, rey de la mitad del país de los eburones, cómplice de Ambiorix, agobiado por la vejez, no pudiendo aguantar las fatigas de la guerra ni de la fuga, se envenenó con zumo de tejo, de que hay grande abundancia en la Galia y en la Germania.

Más tarde Cesar condujo los equipajes de todas las legiones al castillo de Atuatica, situado casi en medio de los eburones, donde Titurio y Arunculeyo estuvieron de invernada y se determina ir en busca de Ambiorix, que se había retirado hacia el Sambre con algunos caballos, donde se junta este río con el Mosa al remate de la selva Ardena.

Cesar persigue a los eburones ejecutándoles por todos lados, un auténtico genocidio y una masacre, además despacha correos a las ciudades comarcanas convidándolas con el cebo del botín al saqueo de los eburones, queriendo más exponer la vida de los galos en aquellos parajes, que la de sus soldados, para que no quedase rastro ni memoria de tal casta en pena de su alevosía.

Vuela entre tanto la fama del saqueo de los eburones a los germanos del otro lado del Rin, y como todos, eran convidados a la presa. Los sicambros vecinos al Rin, que se unieron a los tencteros y usipetes, juntan dos mil caballos, y pasando el río en barcas, entran por las fronteras de los eburones, matan a muchos que huían descarriados.

La tribu de los eburones fue perseguida, destruida y exterminada totalmente por Cesar. Ambiorix desapareció, probablemente cruzando el Rin sin dejar rastro en la historia.


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