El proyecto de Eurovegas, que por ahora es sólo eso: un proyecto, ha rebajado las expectativas. De los 250.000 puestos de trabajo anunciados en un principio ha pasado a 30.000 (15.000 durante su construcción y 15.000 una vez en funcionamiento). La seguridad del trabajo, los salarios o las condiciones laborales son una incógnita porque nadie pregunta. La inversión prevista también ha menguado: el baile de cifras no cesa, pero a la baja. Las últimas cifras apuntaban a unos 4.000 millones de euros, la cuarta parte de lo anunciado en un principio. Pese a todo, el botín continúa siendo suculento y tentador para los infelices que no saben hacer crecer un país de otra forma que no sea el pelotazo, la incursión rápida del zorro en el gallinero en busca de la gallina de los huevos de oro. Eurovegas, “pan para hoy” nos dicen, y callan el final del cuento: “y hambre para mañana”. Eurovegas lograría en parte aliviar la situación del remanente de parados del sector de la construcción que no se han reinventado, el verbo de moda. Una vez acabe la construcción del complejo, de nuevo al paro, al subsidio, a no poder seguir pagando la hipoteca, a la miseria, entonces mayor tras perder un tiempo precioso y unos terrenos ya inútiles para la economía productiva, de fondo, de emprendedores de verdad y empresarios con ideas, de agricultores con esperanza, de vida.
Resulta patética la rivalidad, ahora en este escenario de cartón-piedra, escenificada entre Madrid y Barcelona por hacerse con las migajas del pelotazo de Mr. Marshall, regalando todo lo que niega a sus ciudadanos y agasajando al judío más rico del mundo, como gusta autodenominarse Sheldon Adelson, investigado por el FBI y otros organismos estadounidenses por blanqueo de dinero. Los políticos son una raza que huele el dinero por encima del resto, seguramente porque manejan el de otros con la soltura que da saber el propio seguro. Y olvidan que su poder es efímero, como la ciudad del juego de cartón-piedra que enterrará la tierra a sus pies. El siglo inaugura la saga de grandes fiascos con Eurovegas. Poco ha cambiado la mentalidad desde los años 50, recién acabado el Plan Marshall, cuando las gentes ignorantes de un pequeño pueblo castellano cantaban aquello de ¡Americanos, os recibimos con alegría! en la película de Luis García Berlanga Bienvenido, Mr. Marshall, mientras esperaban unas ayudas de las que, al igual que España, quedaron al margen. Ahora se pretende resarcir aquella afrenta. Pero imposible recordar el esperpento del pasado ni vislumbrar el futuro cuando reina la miopía. Durante su proyección en 1953 en el Festival de Cine de Cannes, Luis García Berlanga envió un mensaje al futuro: mientras el actor Edward G. Robinson andaba indignado porque la bandera estadounidense se hundía en una acequia en la escena final, Berlanga jugaba en el casino de la ciudad con dólares falsos con las caras de Pepe Isbert y Manolo Morán. Teniendo en cuenta la estadística, ganó la banca. Siempre lo hace.