La verdad es que el tiempo vuela. Vengo de repasar los comentarios a los cuatro libros precedentes de la saga de Maqroll el Gaviero ("La nieve del almirante", "Ilona llega con la lluvia", "La última escala del tramp streamer" y "Un bel morir") y les juro que creí que los había leído este año. Y resulta que leía el último de ellos hace catorce meses. Me pasa con estos libros como al Gaviero con sus amigos: no importa el tiempo que pase sin verlos, pero cuando vuelves siempre se continúa la conversación, sin más.
Qué decir a estas alturas de las peripecias de Maqroll. Convalenciente en un hotelucho de mala muerte de Los Ángeles de un grave episodio me malaria es el propio narrador quien lo lleva a un hospital y, para terminar su recuperación, a la casa de su hermano. Allí, en largas veladas en compañía del bourbon, el Gaviero cuenta a sus anfitriones la historia de su peculiar fiebre del oro, provocada por los comentarios escuchados a un gambusino de Vancouver.
Y allá lo tenemos, en busca de oro en las vetas abandonadas de las minas de los Andes. En esta nueva desventura, tenemos todos los ingredientes con los que Mutis dibuja su personaje: la errancia permanente, llevada al extremo de descolocar a un marino en las entrañas de la tierra; la brutalidad innecesaria del ejército, la soledad y el recuerdo de los amigos, la amistad y la bondad de Eulogio, que será su guía en esta nueva locura. Y -como no- la pemanente necesidad de la presencia femenina, que este caso se reparten las figuras de Antonia, que será su compañera y amante en la mina, y Dora Estela, que asume el papel maternal y protector que Maqroll siempre acaba encontrando en todas sus empresas.
Amirbar. Al Emir Bahr. Almirante. El eco que repite el discurrir del agua en la mina. Sonidos que recuerdan al mar al marino que se adentra en la tierra buscando el oro de un nuevo fracaso.