Durante años, siempre di por hecho las amistades que tenía. De hecho, en los últimos años, las daba tan por hecho que las dejé de lado. Muchos fueron los amigos con los que fui perdiendo el contacto. Ellos, haciendo sus vidas, yo, en cambio, viendo la vida pasar. Dejando pasar todos los trenes y viendo como ellos se montaba y se alejaban. No hay nada que reprochar, todo hay que decirlo; y, es que, a veces, no nos damos cuenta de que mantener amistades cuesta trabajo, y sentarse en casa, sintiendo pena por uno mismo y esperando a que lo llamen no funciona como estrategia para mantenerlas.
Es verdad que, algunos decidieron quedarse, tal vez, más por cabezonería que otra cosa. También ayudaba el bagaje, los años y años detrás de esa amistad. Mis amigas de toda la vida, las del colegio, esas que conozco desde que tengo 4 ó 5 años han seguido allí. El susto de enero nos unió aún más. También me hizo saber que tengo que apreciar su apoyo y su cariño más de lo que lo hacía. A veces discutimos, otras lloramos de felicidad, pero siempre estamos ahí. Y mi vida no sería lo mismo sin ella. Siempre recuerdo el día que aparecieron todas en manada en la clínica a verme. Ese día es uno de los más felices de mi vida. Me dejó claro que no había conseguido empujar a todo el mundo de mi lado, que todavía había conseguido mantener algo. A ellas. Un par de meses después, una de ellas, me decía lo contenta que estaba con mi nuevo Yo, porque con este Yo, con este Mikel, sí podía hablar, y podía estar a gusto. El Mikel anterior la dejaba sin energía, la deprimía y le era imposible aguantarme. Me hizo feliz ver que no era yo el único que veía ese cambio a mejor.
Además, está Ana, alguien que no sólo me visitaba, sino que me traía palmeritas de hojaldre casero, y pasteles de arroz riquísimos a la clínica, para mí y mis padres. Ella también se quedó, a pesar de mi forma de ser. Y lo agradecí.
La amistad es como el hojaldre. Exige mucho trabajo, pero vale la pena por el resultado tan maravilloso que da.
La amistad obliga a trabajar, a cuidarla y a mimarla. Si no se quiere perder las amistades, hay que cuidarlas y cultivarlas. Como el hojaldre, es trabajo, pero relaja, y el resultado es genial. Vale la pena.
Otras amistades se quedaron por el camino, por el desgaste y el "dejarlo pasar". Algunas vuelven ahora. Ayer, al salir de trabajar quedé con un amigo mío al que no veía hace años, y con el que pasé algunos de los mejores momentos de mi vida. Ese grupo de amigos nos fuimos separando por las circunstancias, parejas nuevas, algunos dejábamos de salir, elegíamos otros sitios a los que ir, otras ciudades en las que vivir, etc. Pero me decidí por enviarles un mensaje. Y el mensaje se convirtió en una larguísima conversación de las que teníamos entonces, con muchas tonterías y cosas menos tontas que decirnos. Sólo uno de ellos vive aquí, los otros tres viven en otras partes de España, pero espero que pronto podamos hacer algo para vernos.
Ayer fue genial, un flashback total a las tonterías que decíamos, las bobadas que hacíamos, y, por qué no admitirlo, lo malos que podíamos llegar a ser. Espero que los años nos haya vuelto más buenos, yo creo que sí, pero ayer quedó claro, que seguimos divirtiéndonos juntos.
El fin de semana pasado, una vez más, me convertí en sous baker de mi amiga Ana, en su taller de hojaldre. Unos días antes, hice hojaldre por primera vez. La primera masa la tiré. Por desgracia, no se había enfriado la mantequilla lo suficiente, y se deshizo todo, pegándose a la mesa, al rodillo y a todos lados. Pero, cabezón que es uno, y animado por mi madre, me puse de la misma a hacer otro, con una mantequilla más fría. Y lo conseguí. Seis pliegos y unos 20 minutos después en el horno, tenía las napolitanas más bonitas que jamás había visto. Y de dos chocolates además.
El hojaldre necesita unas circunstancias específicas para que salga bien. Es mejor que se haga en las épocas frías del año, pues la mantequilla no puede templarse, si no la masa se irá desquebrajando mientras la amasamos. Cada dos pliegos dle hojaldre es mejor meterlo un ratito en el congelador, al igual que una vez terminado, es mejor dejarlo enfriarse antes de sacarlo para amasarlo con el rodillo y preparar cualquier cosa.
Y este domingo, uno que es cabezón, decidió volver a intentarlo. Y es que tenía que dar de comer a 8 hambrientas y resacosas amigas, después de un fin de semana maravilloso, celebrando nuestra amistad y alguna que otra cosa más. Esta vez, metía la masa en el congelador unos diez minutos después de cada pliego, y también metía mi rodillo de acero en la nevera para que estuviera frío.
Masa de hojaldre Receta de Biscayenne
250 g. de harina de fuerza 250 g. de mantequilla fría 125 ml. de agua fría ½ cucharadita (tsp.) de sal
harina de fuerza para espolvorear la mesa
Echamos la harina y la sal en un bol. Después añadimos parte del agua en el centro y se va mezclando primero con un cucharón y luego con la mano. A veces la harina no necesita tanta agua como tenemos preparada, y otras veces necesita algo más. Lo importante es que la masa quede tirando a dura y que no se pegue a los dedos.
Una vez la masa está hecha una bola, la amasamos en la mesa hasta que quede lisa y fina. Es importante no amasar de más.
Sacamos de la nevera la mantequilla y la ponemos entre dos papeles de horno y con el rodillo (frío, si nos acordamos de meterlo en la nevera), aplastamos la mantequilla hasta hacer un rectángulo más fino. Enharinamos la superficie que vamos a usar y con el rodillo extendemos la masa de harina y agua hasta que se consiga un cuadrado de unos 25-30 centímetros.
Colocamos encima de la masa de harina la mantequilla y usando los bordes de la masa inferior se encierra la mantequilla dentro, como si fuera un sobre. Apretamos bien las "costuras" para que la mantequilla quede bien encerrada.
Espolvoreamos con harina la superficie que usaremos para amasar y, con el rodillo, estiramos la masa a lo largo, intentando mantener los bordes rectos. Usamos el rodillo desde el centro para arriba, y desde el centro para abajo. Hay que conseguir que la masa sea el triple de larga que de ancha, sin que se salga la mantequilla de la masa.
Si vemos que se pega a la mesa, enharinamos de nuevo la superficie y el rodillo.
Doblamos en tres la masa, llevando uno de los bordes hacia el centro, y el conrtrario igualmente, por encima del anterior, quedando como un libro. Levantamos la masa, la giramos 90º. Ya hemos hecho la primera vuelta. Volvemos a amasar de la misma forma.
Esto se tiene que repetir 6 veces. Cada dos veces es bueno meter la masa unos 5-10 minutos en el congelador.
Después de la sexta vuelta (y de un ratito en el congelador) ya podemos estirar la masa para hacer lo que queramos, salado o dulce.
Desde pantxinetas y jesuitas, hasta napolitanas u hojaldres salados.