Revista Viajes
Dejada atrás la inefable Jerash me adentro ahora en territorio de los antiguos amonitas, descendientes de Lot, allá por el siglo XI-VI A.C
Recorro la antigua Filadelfia, una ciudad añosa con genética bizantina, romana, griega hasta la llegada del Islam y la unificación arábiga en el 628.
Es una maravilla la antigua ciudadela, como decía antes, otrora Filadelfia, otrora Rabbath Ammon. Es tiempo de evocar a los Nabateos, romanos, ayubíes, helenos, otomanos, mamelucos...
Desde un magnífico mirador columbro en la lontananza los restos del templo de Hércules, fatalmente devastado por un terremoto en el año 749. La ciudad, desde aquí, se me antoja sorprendente, enigmática, muy interesante y bella.
Me detengo ante el Museo de arqueología de Jordania, que es como de juguete, pequeñito. No por ello menos interesante. Aquí puedo ver las únicas representaciones humanas del neolítico. Se me antojan unas figuras antropomorfas de lo más siniestras, parecen extraterrestres.
Es muy interesante también el teatro, con capacidad para unas 8000 personas y en buen estado de conservación.
No te vayas sin pasear por el bonito zoco comercial de la preciosa zona antigua. Una pega, caminar en solitario no es tan fácil ni agradable como en Israel. Aquí, según veo, la desconfianza es mucho mayor y moverte a tu aire puede levantar suspicacias.