Las circunstancias en que vemos una película influyen en nuestra capacidad para disfrutarla. La reseña sobre Red social fue la prueba más reciente de este fenómeno que volvió a producirse el viernes pasado cuando pretendí distraerme con la comedia romántica Amor a distancia, estrenada en Buenos Aires a principios de septiembre.
Horas antes de entregarme al largometraje que protagonizan Drew Barrymore y Justin Long, enganché por casualidad una emisión de Real time with Bill Maher. En el talk show que produce para HBO, el también conductor de Religulous invitó a Michael Moore, Nora Ephron y la columnista de CNN Jessica Yellin para comentar la derrota de Barack Obama en las elecciones legislativas.
Éste es un extracto de la charla catódica a la que luego se sumó el senador demócrata por Pensilvania, Joe Sestak.
Moore, Ephron y el propio Maher reprocharon la conducta blandengue del Primer Mandatario estadounidense frente al avance de una derecha fortalecida y envalentonada. El documentalista evocó algunas de las observaciones hechas en Capitalismo, una historia de amor (sobre el aumento de compatriotas desempleados y echados de sus hogares), y “con el debido respeto” le pidió al Presidente “dejar de usar tutú y luchar por el pueblo”.
Michael también se refirió a los millones de jóvenes que en 2008 confiaron en Barack y que hoy se sienten defraudados. “De seguir así, Obama corre el riesgo de perder el único grupo de electores con tantos integrantes blancos”, pronosticó después de asegurar que “a muchos compatriotas les molesta que un negro gobierne los Estados Unidos”.
Las declaraciones de estos americanos preocupados y desesperanzados parecieron quedar atrás cuando horas más tarde me dispuse a ver Amor a distancia (Going the distance en versión original). La apertura animada que hila dibujitos de mapas, aviones, cables telefónicos, teclados de celulares y computadoras anunciaba un entretenimiento digno de viernes a la noche.
Imaginé que, después de actuar separados -sin compartir una sola escena- en Simplemente no te quiere, Barrymore y Long se sacarían chispas en una propuesta que los habrá tentado a inspirarse en la realidad: recordemos que, también fuera del set, estos actores son pareja con cama afuera.
Curiosamente (o no para quienes recordamos un capítulo de Friends*) falta química entre Drew y Justin o, mejor dicho, entre Erin y Garrett. Hasta los encuentros fogosos tras meses de distancia geográfica son poco creíbles.
Por otra parte, los gags a cargo de los secundarios Charly Day (Dan) y Ron Livingston (Will) tampoco causan mucha gracia. Quizás esto se deba a la sensación de déjà vu que causa la figura del o los amigos excéntricos en casi toda comedia romántica made in Hollywood… y british también.
Pero es al margen de estos reparos donde entran en juego las circunstancias mencionadas en la introducción de este extenso post. De hecho, a las neuronas de mi cerebro se les antojó que Erin/Drew y Garrett/Justin representaran a los jóvenes blancos mencionados en el programa de Maher.
La fantasía fracasa con una pareja tan ficticia que parece descontextualizada. Por más que el guión de Geoff LaTulippe se desarrolle en un ahora dividido entre Nueva York y Los Ángeles, los únicos síntomas de crisis actual son 1) cierta dificultad para conseguir empleo, 2) el despido de periodistas en un diario local, 3) el especial cuidado que los protagonistas tienen a la hora de buscar el precio más barato de un pasaje en avión.
Erin, Garret, sus amigos parecen ajenos a la preocupación y desesperanza de sus compatriotas Michael, Nora y Bill. Acaso no pertenezcan a esa juventud blanca que apostó por Obama y que ahora se siente defraudada.
Esta pareja cinematográfica también se enamora cuando el mundo se derrumba, y sin embargo ni se entera. Desde algún rincón de mi cabeza, el programa de Maher les niega toda virtud romántica y los reduce a marionetas de una industria incapaz de hacer humor con la más triste realidad.
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* Los fanáticos de la exitosa serie recordarán el episodio en que Joey revela que la tensión sexual arriba de un escenario desaparece en cuanto los enamorados en la ficción se hacen amantes en la vida real.