Por C.R. Worth
Para Kino NavarroEstaba en los cuarenta y muchos y ya se le había pasado el arroz; el arroz, la almeja, el conejo y el guiso entero. Como persona solitaria que era, estaba constantemente en las redes sociales y esas webs para emparejar a solteros. En una de esas páginas de corazones rotos y para encontrar un amor duradero conoció a Darío, un ruso extremadamente atractivo, con sus canitas, pero que podría aparecer en cualquier portada de una revista enseñando la tableta de chocolate perfectamente formada.
Con el traductor de Google como intermediario la fue conquistando poco a poco, era dulce, respetuoso y tan romántico… Consideraba adorable todas esas imperfecciones del lenguaje, y se le caía la baba y los ojos se le hacían chiribitas cuando le mandaba esas fotos con los globos en forma de corazón. Era impetuoso y estaba deseando encontrarse con ella en persona. Le dijo que iría en las vacaciones para conocerla y consolidar su amor, pero no tenía dinero para pagar el viaje, que si se lo podía pagar ella por un giro postal, que tenía que agregarle los gastos del pasaporte etc. Le pidió trescientos euros.
Esto empezó a escamarla, ya que parecía que últimamente solo se enfocaba en el giro monetario, y aún le pareció más sospechoso cuando le dijo que había ido al banco y a la agencia de giros para los trámites ¡en domingo!
Empezó a averiguar y encontró en internet que había una verdadera mafia rusa de timos de esa clase en el que enamoraban a personas vulnerables como ella con el único propósito de la sacaliña de dinero. Estaba destrozada, ¿cómo era posible que la gente fuera tan desalmada? ¡Jugar con los sentimientos de una persona para una estafa!
Con el corazón roto, se fortaleció con el apoyo de los amigos, que con mucho humor le iban dando consejos.
Tras las insistencias una y otra vez pidiéndole dinero, ya lo tenía calado, así que Tina le contestaba lindezas como esta con las sugerencias de los amigos, y volverlo loco con las traducciones del Google:
«Buenas de nuevo, mi torero siberiano. Me alegro mucho de leerte tan “Happy”. Muy bonita la foto de los globos en forma de corazones. Eres el Quijote de mi Estepa de polvorones de canela. Mi amiga Quiqui, la coja de la calle Pureza, tan fina como tu zarina Catalina, acongojada por tu situación quiere prestarte además de los trescientos euros, doscientos más para que te compres un traje de torero (lo encontrarás en internet), y que así no parezcas un guiri y te mezcles bien con la población autóctona cuando llegues aquí y des revoleras en el aeropuerto. Te torearé en la Maestranza cuando te dé la alternativa y prometo inflarte a banderillas que es un plato muy de aquí, pero te lo serviré con Vodka en vez de Cruzcampo para que no tengas morriña del Kremlim. Por otro lado, mis amigos de Facebook inspirados por la coja, van a hacer una colecta que va al “bote de la trena”, y allí vas a saber lo rico que son los pinchos morunos para adobo de chorizo, mi ensaladillita rusa. No puedo esperar a tener tu as de bastos, y majarte con él, mi lobo siberiano.
Te paso los datos de mi amiga para el giro. Quiquiferina de las Ladillas y el Moño Creciente. Calle Pureza de pepinos en vinagre del Dos de Mayo, 1808, Triana. Mándame todos tus datos».
Le fue dando largas mientras se pitorreaba de él, y sus respuestas eran cada vez más insistente sobre el dinero.
Tras divertirse (aunque con el corazón roto) un buen rato con él, lo reportó a la Interpol, y por medio de un amigo de su padre policía, movieron los hilos para meterlo en una encerrona con el giro de dinero. La policía rusa desmanteló una banda cibernética de criminales que se dedicaba a estafar corazones solitarios por todo el mundo; eran una verdadera legión de operarios de ordenadores que lo que hacían era tomar fotos de otras personas en la redes sociales y creaban perfiles ficticios.
El tal Darío no era aquel joven idílico de las fotos, sino una chica de unos veinte años con más tatuajes que Popeye y más metal en su cara que una ferretería. La policía puso a la banda en buen recaudo y ya nunca más engañaron a nadie más.
Moraleja: No te fíes de nadie en las redes sociales.