Me despiertan de repente en un avión porque tengo que bajar el reposabrazos para que el avión pueda aterrizar. Estoy desorientada y de mal humor, como suelo despertarme cuando me interrumpen el sueño. Y pienso en J. sin querer y siento la misma nostalgia que hace meses, como si este viaje no hubiese puesto tierra de por medio, como si el hecho de llevar casi un año sin hablar no hubiese surtido ningún efecto. Me duele pensar en él aún. Solo tengo recuerdos del último piso, ya no nos puedo imaginar en la pequeña habitación cuya persiana estaba estropeada, nos veo envueltos en nubes de algodón en la primera cama doble que tuvo. No salimos de allí en todo el día, sus compañeras de piso nos escuchaban follar probablemente, era dulce y salado cómo follábamos, en la imagen que me viene a la mente, yo entraba dentro de él y no al revés. La ventana siempre estaba abierta, los vecinos también nos oían por el patio de luces, los rayos del sol penetraban en mi piel desnuda, me gustaba mirarme el vientre plano y ver su dedo recorriendo mi ombligo. El tiempo pasaba lento y rápido, las horas se sucedían como en una película. Dormíamos un rato y nos despertábamos con placer, era casa, me habría quedado así de por vida. En el pueblo igual, el suelo de madera, la casa caldeada con la chimenea, entrepiernados, que decía él, confundidos en abrazos, caricias, bajo las sábanas con olor a juventud.
Quizá echo de menos lo jóvenes que éramos, tal vez simplemente quiero volver a repetirlo. Quiero borrar la última parte, en la que nos hacemos daño, en la que no nos dejamos ir. Se vestía rápido como con su ex. Y yo no noté nada, no entendí que algo iba mal, que ya no me quería abrazar, que se sentía culpable, que tenía miedo.
Me quería mucho, nadie me ha querido nunca más así. Y de repente tengo muchas ganas de verle y de saber de él. Quiero volver a ver esos ojos de pillo, las cejas enarcadas, que se tape cuando yo le haga fotos, que me imite al bailar, que me diga que huelo a Hansering, que me haga rabiar, que me coja de las muñecas, que me llore, que me haga el amor con música.
Luego pienso también en el chico inglés, en como nos corrimos a la vez, en cómo palpitaba dentro de mí. Y M. me abre los ojos, lo que le cuento es la pasión del inicio de una relación, cuando no salís de la cama en días. No me entendía, se pensaba que no me gustaba, pero luego vio mi cara de frustración cuando no me besó y los ojos más claros mirándole en aquel montículo con la ciudad a nuestros pies. Me arañaba el muslo izquierdo, conteniéndose, me quería besar entera.
A veces las canciones en acústico son mejores.