Revista Cultura y Ocio
"Creo que parte de mi amor a la vida se lo debo a mi amor a los libros."
Bioy Casares
Tiene algo de erótico la relación que existe entre un lector y un libro. Ese pasar las páginas apenas rozándolas con la yema de los dedos, acariciando las líneas, las formas del libro antes de abrirlo. Hay un tipo de sensualidad no dicha en la forma que cada uno tiene de saborear las palabras, paladear las letras, recorrer con los ojos velados por la emoción las líneas de una historia, acaso con un nudo en la garganta levantando la vista para rememorar lo ya vivido antes de seguir adelante. Esa manera tan peculiar con la que percibimos el olor de un libro, aguzando el oído para poder disfrutar de ese crujir característico de un lomo nunca abierto, tal vez acercándonos aún más a él, anticipando el placer que sabemos nos va a provocar. Y acaso tengamos suerte y podamos sentir con los primeros párrafos ese cosquilleo familiar de quien sabe que está en palabras seguras, en abrazos de letras que buscaremos una y otra vez en los estantes de bibliotecas y librerías. Porque los lectores nos enamoramos, compartimos sueños de la forma más literal posible con aquel título que nos desvela al llevárnoslo a la cama, y buscamos cada hueco para poder avanzar un poco más, escondiéndolo incluso de las miradas ajenas como si fuera un amante furtivo del que sólo nosotros queremos disfrutar.
Y como somos egoístas, a veces no lo compartimos. Si nos ha llegado realmente al alma, nos resistimos a ello, tal vez de forma egoísta o simplemente por el temor de no verlo apreciado por quienes nos rodean en la misma medida que nosotros lo hicimos. Como si su lectura, mucho más superficial (de eso no nos cabe la menor duda) fuera una ofensa hacia aquellas letras escritas acaso hace cientos de años. O, y esto sucede porque cada amor es diferente, lo paseamos gritando a los cuatro vientos las virtudes de lo que allí sucede, sin mostrar sus letras, guardando sus secretos... y se produce entonces otro placer egoísta, el que reside en recoger los halagos de aquello que recomendamos hasta quedar afónicos. Y no sabemos cuánto nos expone haberlo hecho, porque lo volvemos a disfrutar con cada lectura ajena que ha provocado sensaciones parecidas a las nuestras. O tal vez sí, y nos da igual.
Tiene algo de primer amor ese primer libro que sabemos ahora no nos gustaría porque fue leído tal vez con 13 o 14 años, y que conservamos siempre, acaso a la vista, y que no releemos por miedo a no encontrar las mismas virtudes que una vez nos hicieron soñar. Los lectores, los que nos perdemos como yo hice ayer, y tal vez haré mañana, en lugares polvorientos de libros de segunda mano, tenemos mucho de románticos y miramos los libros como quien mira a los ojos de las personas intentando saber si en ellos reside alguna pista de los secretos que tienen que contarnos. Y entonces nos acercamos y nos los llevamos deseosos de comprobar que no nos decepcionan. Y nos sumergimos sin red entre sus páginas, no podría ser de otro modo para que esas lecturas nos levantaran pasiones o decepciones. Cada vez que un lector dice que un libro le ha decepcionado es por una esperanza marchita, una ilusión ajada, un amor perdido. Aunque lo vistamos bajo el nombre de expectativa. Por eso a veces nos enfadamos y tiramos un libro, lo maltratamos de la peor forma que es dejándolo a medio leer, olvidado en un estante, entre tantos otros.
Hay algo de temor también a la hora de acercarnos a ciertos nombres, a ciertos títulos. Autores que nos parecen casi inalcanzables, como nos lo parecen también otros tantos nombres de clásicos o acaso modernos. Incluso poesía. Y miramos de lejos pensando en conocerlos, pero no nos atrevemos a mirar dos veces, por si no nos gusta, por si no llegamos, por si no nos llega. Por si acaso ese amor no era para nosotros.
Tiene el lector también algo de enamorado que espera la llegada del siguiente título de quien ya le conquistó. Y está pendiente como lo estuvo aquel protagonista en la estación de la llegada de su otra mitad, solo que lo estamos de anuncios y catálogos, de traducciones y reediciones. Y buscamos con la mirada encendida en las mesas repletas de nombres hasta encontrar aquel al que estamos esperando. Y leemos un párrafo, despacio, saboreando cada letra en la punta de la lengua... y volvemos a empezar.
Dicen que el romanticismo ha muerto, tal vez lo haya hecho en alguna de sus acepciones. Pero los lectores, los verdaderos lectores que somos capaces de reír y llorar, de suspirar y enfadarnos... esos seguimos teniendo un corazón que late con gotas de tinta. Y por eso, lo único que necesitamos es que quienes escriben, quienes realmente sienten la pasión por contar historias y hablar de otras vidas y otros mundos, lo sigan haciendo.
Por favor, seguid escribiendo para que nosotros sigamos amando las letras.
La pregunta de hoy es sencilla, ¿Estáis a la espera de algún libro?
Gracias