Amor propio mas allá de la muerte
“Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.”
Así acaba un soneto de nuestro genial Quevedo. Naturalmente, se refería a su amada.
Cada vez que se muere un conocido, con todas las personas que menciono el tema, sin excepción dicen: “cuando me muera, quiero que con mi cuerpo…”. No falla. Digo yo que cuando mueres, en el caso que haya alma, ésta se separa del cuerpo. El alma desaparece o va a otros mundos y el cuerpo se queda en este mundo. Se recicla y queda en el planeta (o en el sistema solar, por ahora) Así que, si no estás aquí para ver que sucede con el envase de tu alma, creo que es indiferente. Entiendo al que dona su cuerpo para trasplantes o para la ciencia. Y entiendo al que quiera ser enterrado o incinerado, comido por los buitres, lanzado a un río, convertido en hamburguesas o como decía un pasado de vueltas, convertido en supositorios para seguir dando por el culo. Tanto los entiendo que no los entiendo. “Polvo serán, mas polvo enamorado… de si mismo, hasta después de la muerte” Una vez muertos, nuestro cuerpo no nos pertenece, es egoísmo mas allá de la vida lo que nos mueve a disponer de algo que ya no nos pertenece.
Me dirán que es un rito social lo que hacemos con los muertos. Cierto. También es otro rito el de las herencias. Ambos ritos muy lucrativos. Por supuesto que no es muy buena idea dejar cuerpos insepultos por todas partes y que hay que hacer algo por higiene. Y ya está.
Por mi parte, con mi cuerpo pueden hacer lo que quieran, eso si, cuando esté bien muerto. Hasta pueden hacer todas las cosas que he citado antes, incluido supositorios. No estaré aquí para verlo, ni quiero numeritos lacrimosos ante un organismo putrefacto, aunque eso también me da igual. Si les gusta, no se priven.