Revista Toros
Que llore la familia del toro, que el llanto limpia la sangre, desenreda las tripas y alivia el corazón. Que manen de nuestros ojos lágrimas enlutadas, vestidas de azabache, como el traje de luces con el que Adrián se despidió de la vida, aquella tarde en Torrejón. Porque lo que vino después fue un sinvivir, una agonía, la del hombre que ama al Toro y que no puede estar con él, la de una pasión que atormenta, que te duele, que te martiriza, capaz de hacerte soñar otros mundos, vivir otros tiempos, de transformar la cólera en belleza, de revolucionar el orden de la naturaleza, pero que te puede acabar matando. Porque hay pasiones que matan.
No fue el caso del bueno de Adrián, que siguió enganchado a ese amor hasta el último suspiro. A los toreros, que nacen toreros y viven toreros, o los mata el toro, o los mata la pena. La pena de que en`aquella tarde´ el morito no acertara del todo. A Adrián, el torerillo de Casarrubios del Monte, a pesar de no perder nunca la sonrisilla picarona, tan torera como la de Juncal, se lo ha llevado la pena.
No hay amores imposibles, sino amantes cobardes. Y éste que se nos acaba de ir, de cobarde, ni un pelo, era macho desde la castañeta a las zapatillas, más o menos como los galanes que tantas veces se ha puesto delante. Lo de ellos ha sido siempre un amorío sincero, puro e íntegro.
Se va con la cabeza alta, con la dignidad que le ha dado su oficio y que ahora Adrián le devuelve a través de un ávaro y macabro trueque: él entrega toda su vida; el toreo recupera una bocanada de aire fresco. La tauromaquia es una maquina caótica que sólo carbura con el carbón que proporciona la sangre del hombre. Con energías renovables, con estética en vez de riesgo, con animales colaboradores en lugar de toros encastados y con artistas cualificados taurinos en el sitio de los toreros, la vieja locomotora se va a ir parando...A estas horas ya habrá pasado el túnel, estará llegando allá arriba, a la dehesa, que es dónde van los aficionados -el paraíso es para los pijos-, dónde con un cerrojazo similar al de los portones de la Maestranza, el operario, barba blanca, San Pedro en los carteles, le abrirá la Puerta del Principe. Podra sentarse dónde y con quién quiera, con Navalón, los Ortega, Corrochano, Manolete, Vidal, Pledge o Belmonte, que todos lo recibirán con los brazos abiertos. Es de los suyos.Porque nunca dijo no al compañero, ya fuese figura o novillero; nunca dijo no a `tal o cual´ ganadería; nunca dijo no a la polvarea de las portátiles; nunca dijo no a la feria gorda y al toro grande; nunca hubiera dicho de negociar el futuro de su oficio con el político; y sobre todo, nunca renegó de nacer, ser y morir torero. No podía acabar el año taurino de otra manera que no fuese con la desgracia de un torero de plata. Demasiado ha ido el cántaro a la fuente. Filósofos, arcanos, astrólogos, místicos, químicos, físicos, médicos, clérigos llevan miles de años buscando el secreto de la Alquimia, la manera de transformar metales de saldo en oro, cuando la respuesta al misterio la tenían unos cuantos hombres del dos mil diez. Domingo Navarro, El Boni, David Adalid, Arruga, Casanova, Mariscal lo han conseguido: aquí y ahora, en este mundillo, un gramo de plata vale más que el oro de todo el escalafón.Descanse en Paz, Adrián Gómez, Torero.