Desde hace unas semanas, el silencio en esta casa ha dejado de ser sólo síntoma de maldades muy malas in progress o coma roncante (lamentablemente sólo a intervalos de 2 horas máximo) de los polluelen.
Ahora, si a mitad del día se oye el zumbido de una mosca, es bastante probable que se estén dando de leches. O metiéndose los legos en los ojos mutuamente. Tirándose del pelo. Dándose mordiscos de monja (sí, igual que los pellizcos, pero con los dientes…). Haciéndose placajes sobre el cesto de la leña. Clavándose los tenedores de la cocinita de Ikea. Lo que sea, pero doloroso y concentrado.
Como recompensa a mi fiel e ininterrumpido seguimiento de Jackass durante estos años (tarifa plana y en directo), ahora me lo aderezan con episodios alternos y (bastante) frecuentes de Pressing Catch. Cojonudo.
Y una, que con la práctica consigue abstraerse que no veas durante los múltiples e interminables cura-cura-sana, ha cambiado la lista de la compra por preguntas trascendentales como ¿llegarán enteros a la adolescencia? ¿es inherente a su masculinidad aporrearse por un Nenuco? ¿será biológicamente común a su género pellizcarse por una pala?... ¡¿Se odian?!
Cuando además el pedir perdón no es opción ni cuando ha sido sin querer-queriendo, el futuro de la armonía familiar empieza a verse bastante nublado.
Pero cómo no, hasta en estos casos la sabiduría popular tiene la respuesta. Y no por el amores reñidos son los más queridos, que también, sino más bien por el que hay veces que es peor el remedio que la enfermedad.
Y una se concentra en la relación de sus primogénitos, olvidando que el cuñao está en plena fase de los dos horribilus, que a todo es “no” “no usta” y “no quero” y llega un día de esos especialmente terrible, de esos en que vas cargada con todo y con todos y el rubio que se te para por el camino y no avanza ni por 3 huevos Kinder y tú ya pasas, es el segundo, total, ya sabes que sólo tienes que decir “pues nada, guapo, ahí te quedas. ¡Adióoooooos!” y que vendrá corriendo en cuanto tu escenificación de madre desnaturalizada cuadre ¿no? Pues no. Resulta que se te para otro por el camino y se pone a berrear porque no quiere dejarle ahí. Y da igual que le expliques que no le dejas de verdad, que sólo haces-como-si, porque total, con él te sigue funcionando a veces (casi siempre), así que te ves doblando la oferta de huevos Kinder (que ahora son a repartir, natürlich) y llegando tarde a todas partes.
Será por los huevos, piensas, hasta que te encuentras en esa cámara de torturas (antes llamada coche) con todos otra vez y se hace el silencio y divisas por el retrovisor la mano izquierda del mayor en la boca del cuñao y el pelo de éste en el puño derecho de aquel y ya no puedes más. Vociferando que se acabó, que sigan ellos andando, empiezas a reducir la velocidad. Destroyer pone cara de angelito asustado (su especialidad) y dice nonononono y el Mayor se pone a hablarte como si fueses una déspota idiota “pero mamá… no nos puedes dejar aquí… ¿no ves que somos muy pequeños?”
Cojonudo, seguro que la próxima vez me amenazan con llamar a los servicios sociales. Juntitos, eso sí.