Bastante angustia, tristeza, y no poder despegar los ojos de la pantalla. Más o menos eso es lo que me pasó mientras veía Amour, la última película del director austríaco Michael Haneke, responsable de otras cintas como Caché, La Pianista y The White Ribbon, nominada al Oscar hace un par de años. La verdad es que hacía rato que una película no me dejaba tan impresionada al punto de sentir la necesidad de venir al blog para escribir algo al respecto y descargarme.
Amour es un film duro. Durísimo. En él, Haneke cuenta la historia de Georges y Anne, dos músicos ancianos que pasan sus días leyendo, yendo a conciertos de música clásica, y conversando. Todo marcha aparentemente bien hasta que, luego de una operación, la mujer queda con medio cuerpo paralizado. A partir de allí, veremos los constantes esfuerzos de Georges por ayudar a su mujer a tolerar la situación por la que está pasando, pero también seremos testigos del sufrimiento de Anne y de cómo su condición se va inevitablemente deteriorando.
Amour se centra exclusivamente en la pareja tratando de afrontar una situación tan angustiante, y Haneke, especialista en crear películas un tanto perturbadoras y sombrías, vuelve a lograr su cometido acá, pero con el sentimiento del amor de por medio. Pero ojo, que el hecho de que la película muestre cómo un esposo se desvive por ayudar a su mujer de toda la vida no quiere decir que suavice toda la angustia por la que pasan tanto los personajes como, creo, el espectador. Observar el deterioro de Anne a medida que pasa el tiempo es durísimo, así como también lo es el ver cómo el mismo Georges
se va hundiendo en la tristeza junto con ella. Es notable cómo la intensidad en el drama se va incrementando con cada escena, y en eso creo que tiene mucho que ver la falta de banda sonora. Casi no hay sonidos en la película más allá de los de los personajes hablando o de alguna música ocasional, y eso tiene un propósito claramente definido: hace que la historia sea más real. Uno como espectador llega a compartir los mismos silencios angustiantes con los que vive Georges todos los días, los mismos que muchas veces son cortados repentinamente por los balbuceos o gritos de Anne a medida que su condición se agrava más y más.Y sin embargo, en toda esa intensa carga de dramatismo, en el dolor por el que atraviesan los personajes, y en la angustia que a uno mismo como espectador le genera la situación, hay cierta belleza. Una belleza estética, cinematográfica, que solamente logran producir las grandes películas que, si bien pueden resultar difíciles de ver por su temática, dejan la sensación de haber visto algo maravilloso. Duro, pero hermoso. Hermoso porque, más allá de la enfermedad y del sufrimiento, es una historia sobre el amor incondicional, como bien lo indica el mismo título de la película.
Haneke, Rivas y Trintignant en el set de filmación de “Amour”.
Párrafo aparte para las actuaciones, que son sencillamente tremendas. Si bien aparecen distintos personajes, los dueños de la película son casi exclusivamente los franceses Jean-Louis Tringtinant y Emanuelle Rivas, que están magistrales en sus roles. Aunque la atención por momentos creo que recae mucho en ella, es en realidad a través de los dos que se hace posible llegar a esos sentimientos de dolor y de amor tan profundos que transmiten. Entre todas las nominaciones que tiene Amour para los premios Oscar de este año, uno de ellos le corresponde a Rivas, que a sus 85 años está nominada por su rol en esta película, y sinceramente creo que debería ganarlo.
Amour es arte. Una película memorable y difícil, cargada de tristeza, pero muy bella, porque detrás de todo el drama se esconde el amor de una pareja, ese tipo de amor que permanece hasta el final, tanto en la salud como en la enfermedad.