Miembros de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (por mencionar a gente como Don Pedro Cerezo) y otros muchos, en el análisis de los problemas de España, no dejan de nombrar el mercadeo persa de los nacionalistas en el Congreso como factor a tener en cuenta en el cromo de país que tenemos. El alcance de esta problemática llega a situaciones anómalas como que ciertos diputados de algunas provincias puedan votar sobre la política fiscal de todo el país, pero representantes de todo el país no puedan votar sobre la política fiscal de aquellas provincias. Es decir, la propia arquitectura del Estado se resiente y tira por tierra aquello de “ciudadanos libres e iguales”. Situación más grave si cabe, cuando a personajes como Montoro, todo esto le pone muchísimo. Es decir, el problema que provocan los nacionalistas no es responsabilidad exclusiva de los nacionalistas. A los llamados “partidos nacionales”, bien que les va todo este invento para ganar réditos políticos inmediatos.
Motivación
Creo que hay que ser pesados. Tenemos que ser pesados, no sólo para que quienes compartan ideas no se sientan solos, sino para que quienes no las compartan sepan que no van a ganar. Hay que ser pesados y cansar al adversario. No basta con aburrirlo, hay que extenuarlo.
Análisis crítico
Me centraré en lo cercano y conocido: existen en España tres focos nacionalistas. Focos heterogéneos, pero que se pueden analizar de forma conjunta no sólo porque ellos mismos reconocen sus semejanzas (Galeuzca o Galeusca) sino porque otros actores políticos los identifican de forma conjunta (quienes reclaman el derecho de autodeterminación).
El primer escollo del nacionalismo es que aunque sea de tipo burgués y liberal (CDC) o incluso social-cristiano (PNV), todos parten de una misma premisa: las comunidades culturales y lingüísticas, tienen derecho a autodeterminarse. Una nación es un conjunto de personas que comparten semejanzas y por tanto tienen derecho a constituir un Estado. Frente a esta idea se ha repetido muchas veces otra idea: en los mismos términos mi comunidad de vecinos también tiene derecho a la autodeterminación. Parece cosa pueril y la gente se ríe, pero es que es eso mismo: basar el derecho a formar un Estado en las semejanzas de un grupo es justamente esta tontería.
Entonces ¿por qué existen unos estados y no otros? ¿Por qué hoy en día se siguen formando unos estados y no otros? Para responder esto debemos partir de la consideración que aunque a nivel material todos los estados son iguales, a nivel formal no lo son ni de lejos. En el plano material, los estados son comunidades de personas en un territorio a los que otros estados les reconocen soberanía total sobre ese territorio (summa potestas).
- Primera idea: un estado es estado en tanto otros estados lo reconocen como un igual. Esta idea nos lleva a afirmar que importa un bledo que tú creas tener derecho a formar un estado mientras otros estados no crean que tú tienes ese derecho. Esto es fundamental y los nacionalistas, que carecen de un análisis crítico, jamás lo tocan.
- Segunda idea: la forma de alcanzar la soberanía no es igual en todos los estados. En un primer momento, tras la revolución francesa, cada comunidad nacional sita en un dominio soberano pasó a trasladar su soberanía a la nación, al pueblo (a grandes rasgos, en un proceso desigual, con condiciones particulares en cada caso, etc). Es decir, los primeros estados modernos, lo son, en tanto heredan del Antiguo Régimen su ámbito de soberanía. Estos son España, Portugal, Francia, Italia, Tailandia, Japón y Alemania (por poner ejemplos claros). En un segundo momento, surgen nuevos estados no a partir de las naciones del Antiguo Régimen, sino por descomposición de imperios del Antiguo Régimen (Grecia, Colombia). Este proceso heterogéneo tiene particularidades en cada caso (Bélgica, Panamá, etc) y, en un momento posterior de la historia, tendrá su eco en la descomposición de los imperios coloniales (Pakistán, Nigeria). Así, tenemos dos vías fundamentales: estados que heredan su legitimidad directamente del Antiguo Régimen y estados que son subproductos imperiales (meras construcciones de afinidad entre componentes de imperios).
Legitimidad histórica
Por una parte, ¿a qué dominio de soberanía del Antiguo Régimen pueden apelar? Los citaré someramente porque no es aquí pertinente entrar en el debate histórico de café. El caso gallego está basado en el reino suevo y en el intermitente reino medieval de Galicia. El caso de las Vascongadas se basa en el reino de Navarra (e incluso en la resistencia frente al Imperio Romano, ay Señor llévame pronto) y el caso de Cataluña también se remite a la supuesta independencia medieval de ciertos señoríos. Que toda la historiografía de aquellas épocas en los tres casos mencione a Galeuzca como españoles es un gran elefante en la sala. Sólo muy recientemente se ha tratado de cambiar la historia para negar el hecho de que Galeuzca fuera parte indistinguible de otra en España. En este proceso nos encontramos cosas muy curiosas como apelaciones a la Santa Hermandad de Castilla como épicos defensores de la independencia de Galicia o a los Mossos d'Esquadra como algo más que un instrumento de Felipe V para la aplicación de los Decretos de Nueva Planta, es decir, actores a favor de la homogeneización del Reino de España.
La lengua
Precisamente porque la legitimidad histórica no es posible, otra estrategia para mantener la pulsión centrípeta es el hecho de constituir comunidades lingüísticas. Conviene tener presente que la batalla aquí ha sido muy ayudada por ciertos sectores que, bienintencionados o no, han hecho mucho daño no sólo a estos nacionalistas, sino también a quienes padecemos Galeuzca desde dentro. Afortunadamente ya casi nadie niega que el gallego y el valenciano son lenguas romances y que han servido para construir una rica literatura, sin caracter universal como la española, pero si muy digna y merecedora de estudio. (Algún día tocará hablar del nacionalismo español, igual de inane que el de Galeuzca, cuando se usa para otra cosa que criticar a la UE, que por cierto, es la única cosa que no critica).
(Existen muchos factores de enfrentamiento sobre el valenciano y el barceloní, perdón, el catalán y me ahorraré (más) enemigos si me centro en el caso que mejor conozco, que es el del gallego).
El problema de usar la lengua como excusa para que otros estados reconozcan a un nuevo estado, reside en que la lengua es un instrumento no excluyente. Me explico: la lengua es una herramienta comunicativa que no excluye a otra lengua aunque se aprenda a la perfección. Una persona cuando aprende una nueva lengua, no olvida ni deja de usar la anterior. Eso lo primero. La comunidad de los que hablamos, escribimos y leemos en gallego no puede ser por definición, una comunidad nacional. La lengua es un instrumento, punto. La lengua no hace que la gente ya tenga ideas predeterminadas. Usar a la lengua como arma política es ignorar que la lengua existe en tanto hay gente que la usamos. Noticia de última hora: quienes hablamos una y/u otra lengua somos un grupo de personas heterogéneo. No se pueden atribuir derechos especiales a quienes formamos una comunidad lingüística, como tampoco se pueden atribuir esos derechos a quienes forman una comunidad religiosa. Si el estado gallego lo formáramos quienes usamos el gallego, tendríamos que considerar extranjeros a la parte de la población que no usa el gallego. Se da la circunstancia que no sólo recibimos inmigrantes y foráneos que no usan el gallego, sino que además hay un pequeño elefantito en la sala para acabar de redondear la cosa: todos los galegofalantes formamos al mismo tiempo parte de la comunidad lingüística del castellano o español. Luego este argumento, si es válido para los galegofalantes, ¿por qué no va a ser válido para la comunidad de habla española de la que forma parte?
Es decir, el nacionalismo basado en la lengua, paradójicamente es válido para unir en un estado a los cientos de millones de castellanoparlantes.
(Spanish language in the U.S. – U.S. Census Data 2007)
El territorio
Hay otro problema más, que demuestra hasta qué punto cuando se habla del nacionalismo de Galeuzca, nadie sabe de qué demonios está hablando (y por tanto, demuestra que su legitimidad y contenido son anécdotas hilvanadas sobre ideas metafísicas). Y es el territorio. Un estado no existe sin territorio (salvo la Orden de Malta, que son así de chulos y molones).
Ningún nacionalismo de Galeuzca sabe dónde levantar sus fronteras. Si apelan a la legitimidad histórica, tendrían que levantarlas en aquellas fronteras medievales. Primera incapacidad objetiva, funcional: no sabemos dónde se marcan esas fronteras. Si apelan a la legitimidad lingüística, el estado catalán podría fundarse en la Antártida: bastaría con que todos los catalanoparlantes se fueran en barco y se establecieran allí. ¿Por qué? Porque esta legitimidad está desligada de la tierra: los prados y los bosques no tienen idioma.
Todo esto que digo se ve muy claro en muchas propuestas de mapas de estos grupos extravagantes. Las que sobresalen de estas propuestas son las basadas en las actuales comunidades autónomas, es decir, en la unión provincial de Javier de Burgos. Con esto, el territorio del nuevo estado tendría una legitimidad otorgada por el propio estado nacional preexistente, y que además, no es un dominio del Antiguo Régimen, sino un estado moderno heredero del Antiguo Régimen. O sea, aquí no se trata de dividir una parte constituyente (las trece colonias británicas), sino partir lo que surge unido, con lo que “el resto” (lo que queda), dejaría de ser ese estado nacional. Dicho de otro modo: la generación de los estados de Galeuzca, obligaría a generar a su vez otro nuevo estado, un cuarto estado que ya no sería España, sino una construcción inmediata, extemporánea y trazada con escuadra y cartabón.
Como no vivimos en el Antiguo Régimen y la gente tiene algo que decir, mal que les pese a los nacionalistas, esta legitimidad territorial debería contar con el beneplácito de esos futuros ex-españoles. Los nacionalistas de Galeuzca ignoran este hecho o no le conceden importancia, y vuelcan su estrategia sobre sus terruños sin tener en cuenta esta parte fundamental.
Ejemplos extravagantes
No ignoro que a los nacionalistas les da igual todo esto. En la inmediatez del mundo actual, les basta con ver que nacen cada año nuevos estados como si eso fuera una razón de peso en su quehacer. Son como la gente a la que le preguntas qué entienden por una película buena y te dicen “Ciudadano Kane” en lugar de explicarte qué constituye una película buena. Así, surge Sudán del Sur y dicen “¿véis?”. Surge Kosovo y dicen “¿véis?”. Cuando Sudán del Sur surge de un país que no es un estado nación heredero del Antiguo Régimen y cuando Kosovo es una construcción estatal basada en la legitimidad otorgada por terceros agentes.
También sacan los nacionalistas pecho palomo cuando ven referendos en Escocia y Quebec. Otra vez en las mismas: Escocia sí es un dominio del Antiguo Régimen fácilmente identificable y ditinguible y Quebec es una parte constituyente de no uno, sino dos imperios coloniales. Es decir, ejemplos que no pueden ser más diferentes que cualquiera de las partes constitutivas e indistinguibles de España.
¿Es posible la independencia de una parte de España?
Sí, y existen dos formas. Precisamente dos formas que no son empleadas por los grupos nacionalistas de Galeuzca, lo que a muchos nos lleva a pensar que los nacionalistas no quieren la independencia, sino “el nacionalismo” o “el independentismo”, nuevas formas políticas que consisten en estar permanentemente en pulsión con “Madrid” para poder volver en coche oficial a su pueblo con los bolsillos llenos de dinero. Es decir, la forma política que, basándose en la no limitación de la transferencia competencial, en la ley electoral y en una arquitectura jurídico-política que les propicia su existencia; hace que puedan tocar sentimentalmente a la gente y económicamente a otros españoles para ellos tener un modo de vida.
Esto es herencia directa del caciquismo y propiciador de redes clientelares. Estamos hablando de una forma política incompatible con la igualdad de derechos de todos los ciudadanos, que crea ineficiencias perniciosas y que por otra parte ayuda a la formación de una pulsión en sentido contrario, centralista.
No confundir este nacionalismo colectivista con el voluntarismo (Mazzini) de quienes, partiendo de las instituciones actuales y sin negar la realidad (lo realmente existente, es decir, lo que no es mito), ni reescribir la historia, propugnan la unión política de los individuos de una autonomía para tener entre ellos otras relaciones de orden. Esto es lo que algunos (Huerta de Soto) llaman "nacionalismo liberal": usar el nacionalismo como estrategia para que en el terruño los ciudadanos sean más libres, y que, por competencia económica, otros territorios los imiten. Lamentablemente, el propio ordenamiento español hace que estos caigan siempre en azares de corte colectivista y, en caso de ser diputados nacionales, no contribuyan al bienestar general del conjunto de la nación. (Carecemos de un órgano de representación territorial en un país caracterizado por una descentralización máxima). Es decir, la propia configuración descentralizada actual del estado propicia que a Madrid se vaya a pedir, y no, que en la provincia se genere riqueza. El esquema se repite a nivel local respecto a los gobiernos autonómicos. Todo esto es un jaleo de compensaciones con el que acabamos con estaciones de AVE en aldeas.
Pero como decía, hay dos formas de llegar a la independencia: la primera, la guerra de separación. Existe una legitimidad de la victoria. Si te levantas en armas y, además, eres capaz de defender un territorio, entonces puedes crear un estado. La segunda: la intervención de otra potencia. Si otro estado invade España y logra defender una parte de su territorio y su población, entonces ese territorio, en los términos que marque esa potencia invasora, puede constituirse en estado (en un proceso análogo al de descolonización).
Ambas formas tienen un coste que excede con mucho las posibles ventajas de tener un estado propio. Máxime cuando lo primero a lo que se verían obligados esos estados sería a implantar políticas proteccionistas rayanas en la autarquía. Bueno, por no mencionar que en las actuales circunstancias, es total y absolutamente imposible que este tipo de guerras las perdiera España.