Revista Cine

Análisis de Tiempo de valientes (2005) de Damián Szifrón

Publicado el 10 agosto 2014 por Proyectorf @Proyectorfant

 ES TIEMPO DE CINE

Díaz: -Decime la verdad. ¿Sos o no sos un agente internacional de inteligencia?

Silverstein:-Todavía no.

 

EL CINE

Es la escena final de “Tiempo de valientes” (2005, D. Szifrón) con Díaz y Silverstein conversando en la orilla del río, al atardecer. ¿Por qué empezar con el final? Porque en ese diálogo está cifrado el sentido de la película. El tema de la identidad puesto en escena gracias al mitologema del doble es el que atraviesa toda la película y sostiene su estructura total.

Pero la película termina con el título: “Tiempo de valientes”. Es quizá desde ahí que Szifrón nos propone este recorrido. Pensemos. ¿A qué tiempo se refiere? Para descubrirlo tenemos que desandar camino.

Ya que citamos el diálogo final, concentrémonos en esa escena. Alfredo Díaz (Luis Luque) y Mariano Silverstein (Diego Peretti) conversan en la orilla del río. Están en Atucha y acaban de terminar con los delincuentes que, infiltrados dentro de la SIDE, planeaban robar uranio para vaya uno a saber qué planes demoníacos. Díaz y Silverstein están cansados, pero satisfechos. Es el atardecer de un día agitado. Allí, frente al agua, sus siluetas se recortan en un contra luz. Díaz acaba de recibir la propuesta de unirse a un equipo especial de agentes de inteligencia. Y mientras le enseña a su amigo a hacer “sapito” con una piedra, lo increpa con la pregunta: “Decime la verdad. ¿Sos o no sos un agente internacional de inteligencia?”

Toda la escena evoca otro universo. Algo que se fue construyendo a lo largo de la película, acá explota ante nuestra mirada y ya no podemos ignorarlo. Estamos asistiendo al final de un western. ¿De un western? Si, allí frente al río, con los cálidos colores del atardecer, Díaz y Silverstein se erigen como los dos héroes solitarios –que han dejado atrás a sus mujeres- y que están dispuestos a enfrentar al mal en el mundo, porque como dice Díaz “dos tipos como nosotros” son necesarios para ayudar a combatir el crimen.

Para acompañar el paisaje, el color del cielo y la aceptación del destino por parte de los personajes, Szifrón elige que la música sea la que nos catapulta definitivamente al género. Pero lo maravilloso de la película es que ésta idea de género se va construyendo poco a poco. Y no es solamente un western, porque como corresponde, un género necesita a su vez de los otros géneros.

Entonces acá podemos arriesgarnos. Podemos decir que ese tiempo mentado en el título es el tiempo del cine. Szifrón nos devuelve de alguna manera a ese tiempo, en donde los héroes que no se saben héroes, salen de sus cómodos sillones para descubrir su inminente destino.

Entonces “Tiempo de valientes” es una película que nos habla de las películas. Y que nos propone volver al tiempo del cine. Del cine de género, de aventura, de peripecia, de amistad viril. Así, el final de la película nos dice que pensemos en otra película. Tal vez en Río Bravo de Howard Hawks o en Rancho Notorius de Fritz Lang. Entonces el cine se erige como fuera de campo. Y no es sólo el western el que opera.

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Hablamos del uranio que quieren robar los agentes de la SIDE, pero no sabemos bien para qué lo quieren. Sabemos como dice Silverstein “lo peligroso que puede ser el uranio en manos equivocadas”. Entonces se nos aparece otro fuera de campo. El uranio es en “Tiempo de valientes” el MacGuffin. ¿Qué es el MacGuffin? Es esa palabra que inventó Hitchcock, el maestro, para definir el pretexto que catapulta el conflicto de la película. No es casual que sea el uranio, ya que el propio Hitchcock lo usó como MacGuffin en Notorius, increíble película con Cary Grant e Ingrid Bergman.

Digamos que usando el uranio, Szifrón nos planta otro fuera de campo. Hablamos de Hawks, y ahora de Hitchcock. Es evidente que ese tiempo de valientes, es el tiempo del cine clásico. Y que con su película Szifrón nos invita a volver a ese tiempo, a esa Edad de Oro. Tiempo de valientes es una forma de recuperar algo que hemos perdido.

La dicotomía Policía versus SIDE también nos remite directamente al clásico enfrentamiento del género criminal: policía y servicios secretos, opuestos por formas de mirar y entender el mundo. En Tiempo de valientes se vuelve a conformar. En la SIDE rige un orden piramidal, en donde el que manda es el que más poder tiene, definido por su capacidad de administrar el mal. “Saqué y puse presidentes” dice Lebonián, definiendo así su más alto escalafón. Arias en cambio es el que hace las tareas sucias. Y Lomianto es el que hace espionaje. Definidos en sus tareas, en su poder de ejecución.

En cambio los policías, con Díaz como su mejor exponente, se rigen a partir de administrar un saber: conocen la calle, se mueven en los bajos fondos, entre ladrones de autos y soplones. Pueden improvisar, permitirse pequeñas corrupciones  -pasar un semáforo en rojo, o fumar un cigarrillo de marihuana- entendiendo que el mal habita en otro lado. Porque ante todo conocen la amistad, la fidelidad y la valentía. Así es como Díaz y Silverstein son rescatados de la SIDE en manos de dos policías compañeros de Díaz. Ese conocer de la amistad y sentido de justicia es en lo que Silverstein se está iniciando.

Y si Silverstein y Díaz son rescatados por sus compañeros policías, nosotros somos rescatados como espectadores. La posibilidad de que un policía que pertenece a “una institución tan cuestionada” -como dice Diana, la esposa de Silverstein- se convierta en un héroe junto con un psicoanalista de una clase media degradada en medio de un gran robo de uranio, sin dudas nos devuelve a los argentinos a una forma mitopoética. Nos devuelve a un universo heroico. Nos permite mirarnos de otra manera.

Y allí una vez más el fuera de campo cine aparece con potencia. Un hombre común se ve envuelto en una serie de hechos inesperados y fantásticos, tal como en las formas del thriller. Ese hombre común, Silverstein –psicoanalista, casado, que vive en un barrio de clase media porteña, judío no religioso que compra comida en El Ciervo de Oro- de pronto se convierte en un héroe.

Todo nuestro imaginario nacional puesto en juego para rescatarnos y hacernos sentir que sí, que podemos ser héroes, que tenemos energía nuclear, ciencia y desarrollo, pero que ante todo tenemos algo que es único, casi secreto. Silverstein deja de lado su rol de psicoanalista y le dice a Díaz “a mi invítame a comer, soy tu amigo”.

Así entonces, podemos entrar a Tiempo de Valientes. Si el cine es el gran fuera de campo de la película, si muchos de los elementos que definen personajes y conflictos están organizados gracias a ese fuera de campo, entonces como corresponde tenemos que pensar en el mitologema del doble.

Si hablamos de cine, hablamos de la necesaria puesta en escena del mitologema del doble. Es raigal en este sentido. Es constructor. Pasemos a desentrañar su funcionamiento.

 EL DOBLE

Viajemos en el tiempo. Durante la Edad Media -ese período histórico que encuentra su fin sobre el 1400- los carnavales se festejaban en las plazas junto a las iglesias. Las calles eran tomadas por la gente que ponía el mundo patas arriba. Los roles se invertían, los siervos se vestían de amos y los amos de siervos. Los locos eran liberados de los asilos y durante tres días ellos eran los dueños del mundo. Los demonios andaban sueltos, la gente se disfrazaba de aquello a lo que más temía. La normalidad era cuestionada: la locura y la razón, la salud y la enfermedad, el bien y el mal parecían invertidos ¿Dónde estaba el límite? Todo era exceso, pero exceso ritualizado, regulado. Cuando los carnavales terminaban, el mundo se ponía en orden nuevamente. Cada cual volvía a su lugar. El orden se restablecía. Todo volvía a ser como antes. Sin embargo, algo de esa inversión, de esos roles intercambiados, de esos disfraces, podía permanecer en las almas y las esencias de las personas que habían pasado por la experiencia del carnaval. Podían tal vez, mirar al mundo de otra manera.

Los carnavales ya no son como en esos tiempos, pero sin embargo gracias al cine podemos recuperar algo de aquello. Es a través de la comedia –pero también del fantástico y del terror- que los carnavales se nos hacen presentes, porque el cine también es exceso ritualizado. Es puesta en escena, diseño, estructura que regula el flujo de esos excesos encausándolos a lo largo de un relato para construir un sentido. Si esto funciona de manera eficaz, cuando la película termina, miramos a nuestro alrededor y sentimos que algo de ese recorrido se contagia en nuestra mirada.

¿Para qué hablamos de los carnavales? Porque en Tiempo de valientes el mitologema del doble estructura el relato. Estamos ante una comedia, y recordemos que la comedia –como los carnavales- pone el mundo patas arriba, el héroe encuentra a través de un disfraz, su verdadera identidad. Así pasa en las comedias de Shakespeare y así sucede con el doctor Silverstein en esta genial película.

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El mitologema del doble, la máscara-disfraz y el encuentro con la identidad aparecen desde el comienzo de la película, con esa especie de prólogo en donde nos son presentados Lebonian, Arias y Lomianto. Los tres delincuentes, que descubriremos más tarde, son agentes de la SIDE. Allí también está la pareja que conforman Villegas y Gauto, que se han robado el tonel para transportar el uranio. Aquí ya tenemos la clave. Por un lado tres mafiosos resultan ser agentes de la SIDE. Por el otro una pareja, Villegas y Gauto que son de alguna manera dobles de Díaz y Silverstein. Espejo degradado, claro está. Pensemos que Díaz y Silverstein investigan los asesinatos de Villegas y Gauto, que también han optado por una máscara –empleados grises jugando a delincuentes diciendo a sus esposas que se van de pesca para cubrir un robo-.

Las dos historias –la investigación criminal y el descubrimiento de Silverstein de su destino- son estructuradas en paralelo y unidas necesariamente.

Y siguen sumándose elementos en la puesta en escena donde aparece el tema del doble. Silverstein llega a la comisaria en donde trabaja Díaz y el Comisario le explica la situación:

Comisario- Díaz descubrió que su mujer tenía una doble vida.

Silverstein- La descubrió con otro hombre.

Comisario- No, se disfrazaba por las noches y salía a combatir el crimen. (El Comisario se ríe, Silverstein serio).

Repasemos: doble vida, disfraz, otro hombre… ¿Hace falta más? Sí, la que sale a combatir el crimen es la mujer de un policía…Todo es doble. El propio Díaz bromeará luego cambiando su nombre Alfredo por el de Bruno, haciendo referencia a la doble identidad de Batman. Y como si esto fuera poco, el plano final de la escena es un plano conjunto de Silverstein y Díaz frente a frente de perfil, espejados. “Yo percibo que acá hay química”, cierra el comisario.

La acción avanza, Silverstein ha acompañado a Díaz en su tarea a modo de tratamiento terapéutico y al final del día el psicoanalista invita al policía a cenar en su casa. Es la cena de Pesaj (pascua judía) y Diana espera a su marido para cenar, pero Silverstein llega a su casa acompañado. En el living hay una foto de Silverstein que parece estar escalando las cumbres de una gran montaña. Pero Diana no se priva de aclarar a Díaz que en realidad estaba a unos pocos metros del piso. La foto es un “efecto” y colabora orgánicamente con la puesta en escena del doble. Recordemos que más adelante Silverstein escalará el edificio de la SIDE –disfrazado ya de policía- situación que se construye simétrica con la fotografía.

Por otro lado no podemos dejar pasar –como idea- que la fotografía de Silverstein es un truco, un efecto visual.  Si al principio de este artículo dijimos que el gran fuera de campo de la película es el cine, la idea de truco, de efecto visual, de realidad construida, funciona acorde con ese fuera de campo. Sin ir más lejos, la propia escena de la cornisa de la SIDE es un truco, filmada en un decorado, sobre fondo verde para luego ser reemplazado.

Sigamos buscando. Durante la cena de Pesaj, y gracias a la astucia de Díaz, es Silverstein el que descubre que su mujer lo engaña. Que es Diana la que tiene una doble vida… no, no es una súper agente. Tiene un romance con otro hombre. Este es el comienzo del fin del mundo de Silverstein. A partir de acá, se irá despojando sucesivamente de las distintas capas de su vida, para poder finalmente convertirse en ese otro que augura el final.

Así se produce la inversión de roles. Díaz de pronto se siente mejor, fortalecido, listo para volver a las calles al trabajo que tanto le gusta. Silverstein en cambio queda desencajado. Ahora es el psicólogo el que necesita contención y la verdadera cura, lejos está de un tratamiento psicoanalítico. La cura es el descubrimiento del destino.

EL DESTINO

En la comedia la cura es por lo absurdo, por lo grotesco, por lo grueso. Y aclaremos que esa cura es la del personaje y a través del personaje, la nuestra como espectadores.

Aquí Silverstein se despojará de su vida de clase media, de sus prejuicios, de su fracasado matrimonio, de sus pacientes, de su intelectualización del mundo y adoptará una vida nueva, en otro tiempo. En el tiempo de valientes.

Si la cura es por lo absurdo, por lo bajo, es porque todos sus actos heroicos son realizados con torpeza, con temor, con dudas. Porque en cada uno de esos actos algo nuevo aparece y algo viejo es dejado atrás. Porque para que la transformación sea completa y Silverstein renazca a su nueva vida como agente de inteligencia, todo lo anterior debe morir –metafóricamente hablando, claro está-.

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Ese proceso de transformación tiene un tiempo de preparación. Silverstein debe descender hasta lo más oscuro de la humanidad –llámese aguantadero de ladrones de autos o área restringida de la SIDE- para entender a ese nuevo mundo al que está asomando. Es entonces que ese disfraz de policía que Silverstein usa para entrar en la SIDE, simboliza el paso final de su transformación. Ya no hay regreso, no hay vuelta atrás. Hay un nuevo Silverstein que está por emerger. Tuvo que dejar de leer el mundo en los diarios y salir a recorrerlo. Aprendió a disparar un arma, pegar como un boxeador o hacer sapito con una piedra, para entender que su destino es salir del sillón del psicoanalista y lanzarse a la aventura.

ESPOSAS

Llegamos, quizá, al punto más difícil de este análisis. No hace falta aclarar que amamos Tiempo de valientes, pero hay un ajuste de cuentas que tenemos que hacer: la mujer, la esposa en Tiempo de valientes no cuenta. Sólo está para catapultar a los personajes masculinos a la aventura, huyendo de sus hogares a causa del engaño. Las tres mujeres, esposas, que aparecen en la película, son mentirosas, débiles y no cumplen ninguna tarea que las rescate.

Decimos tres mujeres, aunque dos estén absolutamente fuera de campo. A la esposa de Díaz y a la madre de Díaz sólo las conocemos por lo que dicen de ellas.

A Diana si la conocemos, es simétrica y complementaria de aquéllas dos a las que no vemos. Las dos mujeres de Díaz construyen la imagen de mujer que no es madre y que no es esposa. Que huye de sus deberes de mujer. Que abandona el hogar sin un destino claro.

Veamos. Tenemos que pensar necesariamente que el cine se ha encargado de rescatar a las mujeres de su función en este mundo de la movilización total. Hombre y mujeres despojados de su lugar sagrado, para ser ubicados en la cadena de producción. En el cine, las mujeres son lo otro. Las que pueden entender lo secreto, las continuadoras de otro orden. El complemento.

No es así en Tiempo de valientes. Los hombres son devueltos a su función heroica-épica. Como ya hemos visto, Díaz y Silverstein recuperan su status heroico. Sin embargo, a Diana la perdemos para siempre, entre un mar de lágrimas y mocos… ¡volviendo a la casa de sus padres!

Y he aquí la decepción. Diana tiene una doble vida, pero no es una superagente. Si hablamos del cine como fuera de campo, aquí no podemos hacer más que pensar en Mentiras Verdaderas (1994, James Cameron), en donde la mujer es el complemento, el dos, la pareja. En Mentiras Verdaderas el matrimonio encuentra, cual proceso alquímico, una nueva forma. En Río Bravo (1959, Howard Hawks) la mujer –Plumas interpretada por la fantástica Angie Dikinson- es lo otro, a lo que los hombres temen, lo que no entienden. Y si bien el Sheriff John T. Chance es leal a su buen amigo Dude, que cayó en las profundidades del alcohol por culpa de una mujer, sabe que su destino es Plumas, porque las mujeres son lo otro pero son también lo que completan.

Diana, fiel a sus compañeras de género, está perdida, fuera de lugar. Desocupada hace tiempo, de profesión contadora –digno reflejo profesional de este mundo capitalista-, es judía pero no sabe cocinar la comida tradicional, sino que la compra. La cocina es un lugar de poder. El cocinar es la continuidad de una función tradicional en las mujeres. Es de alguna manera el lugar en donde se produce lo sagrado, si pensamos que lo que se cocina es comida ritual para una cena que es una celebración tradicional, en este caso Pesaj.

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Despojada entonces de su función productiva –contadora- y de su función tradicional –cocina-, Diana cae en la tentación de engañar a su marido –con el que tiene un matrimonio fracasado-  haciendo de una boba Bovary de estos tiempos.

Aquí, tal vez el reproche. Diana no es restituida de ninguna forma. Como ya hemos dicho, el Comisario hace el chiste: “se disfrazaba por las noches y salía a combatir el crimen”. Estaba ahí, en la palma de la mano, la posibilidad de un doble digno de Diana. Pero no, su destino es ser una boba Bovary, más que degradada.

Ella misma, entre llantos, revoleando una pistola que claramente no sabe usar, increpa a su marido con preguntas del tipo “¿Todo fue mentira? ¿Todo fue una pantalla? ¿Decime quién sos?” al descubrir que Silverstein no es su conejito –como lo llama al comienzo de la película- si no un hombre de acción. Acá Diana está muy lejos de Helen Tasker –la increíble Jamie Lee Curtis- de Mentiras Verdaderas, que también engaña a su marido pero sólo para descubrirse a si misma como una doble agente y finalmente ser el par, el dos, lo completo.

Solo algo más. Díaz y Silverstein están prisioneros en la SIDE, esposados por esposas que “no se pueden sacar, para eso están hechas” según le dice Diaz a su compañero. Pero en Tiempo de Valientes las esposas finalmente se sacan y no regresan.

Hubiera sido fantástico descubrir que las mujeres no son esposas que retienen, sino que pueden ser lo que completan a esos dos tipos maravillosos que van a salvar el mundo. Porque al mundo lo hacemos hombres y mujeres, no somos sin la otra parte.

Tal vez el asunto está en comprender que la pregunta que nos atraviesa nos la alcanza una vez más el cine –esta vez gracias a la memoria de Angel Faretta-. Como dice el Profesor Higgins en “My fair lady” (1964, George Cukor) “¿Por qué las mujeres no pueden ser como los hombres?”.

¿Podrá Relatos Salvajes acercarnos una respuesta?

 Por Melina Cherro

2014-08-10 Melina Cherro

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