Revista Cine

Análisis de Trilogías y Sagas: Toy Story 2

Publicado el 12 octubre 2010 por Cinefagos

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Lo que en un principio iba a haber sido una secuela directa para el videoclub acabó transformándose en lo que hoy conocemos como “Toy Story 2, y en donde los famosos juguetes de la película anterior regresaban cuatro años después de la mano de los estudios Pixar. Precisamente fueron ellos los que se opusieron a que Disney la sacara en DVD, y aquí ya se les veía tomar el mando de sus propios proyectos. Woody, Buzz y los demás fueron los protagonistas de una de las primeras franquicias en 3D, lo que les dio a los estudios la seguridad de que con ese formato se podía ganar mucho más dinero que con la animación tradicional.

Pixar ya había estrenado “Bichos”, pero con “Toy Story 2” tenían pensando ir un poco más lejos, volviendo a la fórmula de “hacer la película que nos hubiera gustado ver”, llena de referencias cinéfilas y entretenimiento para todas las edades. Así llegaría el segundo capítulo de una de las sagas más coherentes y bien realizadas de toda la historia del cine.

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A juzgar por la secuencia del comienzo, parece que estemos viendo Superman. Letreros gigantes vuelan por el espacio y saltamos a una épica aventura espacial donde Buzz es efectivamente un guardián espacial que busca la guarida del emperador Zurg. Este principio, que descoloca un poco, era el comienzo original de la primera entrega, pensado para que viéramos por qué Buzz se creía de verdad un justiciero estelar. Sin embargo, al haber sido hecho en ese momento, los creadores decidieron hacer una película más Hardcore: un film para niños en la que los padres también podrían disfrutar. De ahí que en los siguientes minutos tengamos referencias en prácticamente cada plano: la respiración de Darth Vader, los soldados Cylons de Galáctica, el guardián de la entrada a la fortaleza de Zurg, una especie de mezcla entre HAL-9000 y el vigilante de la puerta de Jabba el Hutt… de ahí pasamos corriendo a Buzz deslizándose por los conductos de ventilación mientras un plano señala su situación exacta, calcado de Alien… y cruza una pasarela mientras suena la famosa melodía de 2001. Esto ya no es una película puramente infantil, se nota también porque justo después a Buzz Lightyear le vaporizan de cintura para arriba.

Pixar tuvo que batallar para que le dejaran meter ese fragmento, porque Disney pensaba que sería demasiado crudo para la audiencia infantil. Sin embargo los niños pillan en seguida que todo se trata de un videojuego al que Rex, el tiranosaurio más blandengue de la historia, está enganchado. Eso nos permite explorar de nuevo el mundo en el que los juguetes se mueven y cómo han cambiado sus vidas desde que les vimos por última vez.

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Si ya de por sí nos habíamos dado cuenta de que estos juguetes no eran normales, nos sorprendió descubrir que Woody lo era más aún: se trataba de un muñeco de coleccionista muy raro de conseguir y el protagonista de un viejo show de televisión, por lo que, un día, y tras acabar perdido en el jardín, un coleccionista de juguetes decide robarlo. Y este detonante nos sumerge en una historia en la que los juguetes son los verdaderos protagonistas, dejando al margen el “elemento humano” de la anterior entrega. En la primera parte, Andy y Sid eran los ejes en torno a los cuales los juguetes tenían que girar: huyendo de casa de uno para regresar con el otro. Aquí, Andy se ha ido de campamento y no aparecerá en casi toda la película, aunque su presencia se hará notar dentro del corazón del sherrif Woody. Pero, de momento, el mundo es maravilloso en la nueva casa de Andy, donde ya no tienen a un psicótico como vecino y donde el perro de la familia es hasta adorable. Woody está contento porque pronto irá al campamento de vaqueros con Andy, sin embargo, una costura se le rompe cinco minutos antes de salir, por lo que el niño decide dejarlo en casa. Esto será un duro golpe para Woody, ya que para él Andy sigue siendo su dios personal, lo más importante de su vida, y es la única oportunidad de estar a solas con él Desde el principio nos plantean la idea de que los juguetes no son eternos… y tal vez la infancia de Andy tampoco.

Así que mientras los demás juguetes van a rescatar a su amigo de las garras de Al, el de la tienda de juguetes (la misma tienda que vendió a la madre de Andy hace ya unos años su Buzz Lightyear), Woody se encuentra con unos muñecos que parecen pertenecer a su misma familia. Son el caballo Perdigón, la vaquera Jessie y el capataz, que están entusiasmados por su “regreso”. Allí, ante un atónito sheriff, le explican quiénes son, muñecos de coleccionista que han acabado juntos en un almacén y que ahora, al estar completos, van a ir a un museo en Japón para ser expuestos. Todos están muy contentos, pero cuando Woody dice que él tiene que regresar con Andy, su emoción se viene abajo. Jessie se lamenta de que Woody aún tenga dueño, algo que los demás miembros del grupo hace tiempo que ya perdieron. De hecho, el capataz sigue en su caja, lo que, además de darle una pátina de prestigio ante cualquier coleccionista, hace que sea un poco triste pensar que ningún niño ha jugado nunca con él.

 

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Pero Woody no puede marcharse ya que el pequeño roto que se había hecho en el brazo termina de descoserse, y pierde por completo la extremidad. Así pues, queda encerrado en una vitrina a la espera de ser restaurado, pero con la firme convicción de escapar de allí en cuanto lo recupere. Y así es cómo llegamos a una de las escenas que más me gustan de la película, y que bien podría ser uno de los legendarios cortos de Pixar por sí mismo: la restauración de Woody. Para llevarla a cabo se necesitaba un nuevo personaje, y como diseñar seres humanos es infinitamente más complejo que cualquier otra cosa, decidieron recuperar al protagonista de El juego de Geri, un corto de Pixar que había ganado un Óscar y en el que un anciano jugaba contra sí mismo al ajedrez. Yo le reconocí en cuanto le vi, y me gustó mucho que volviera a salir en alguna parte. Él es el encargado de restaurar al muñeco en una preciosa escena acompañada de música y donde vemos cómo el característico nombre de Andy sobre la suela de los juguetes es borrado. Woody se siente genial estando tan nuevo (tiene que ser lo más parecido a sentirse joven), pero pronto cae en la cuenta de que, mientras él puede irse y disfrutar de su dueño, Jessie está sola en el mundo.

Ella vivió lo que la mayoría de los juguetes, ser el favorito del niño al que perteneces hasta que se hace mayor y te acaba olvidando. Su tragedia está resumida también en una escena con música en la que ya definitivamente vemos que no son muñecos de plastilina, o gráficos de ordenador. Jessie tiene vida propia y podemos notar incluso el frío que tiene que estar pasando encogida bajo la cama de su propietaria durante dios sabe cuánto tiempo. Finalmente, Jessie fue abandonada por la persona que ella amaba, y ahora le queda esperar a que la vuelvan a meter en un almacén, del que posiblemente nunca salga. Woody siente lástima, por lo que, animado por el capataz, decide quedarse. Empieza a comprender que Andy se hará mayor algún día y que no le llevará a la universidad o en su luna de miel, así que quizá la vida en un museo, rodeado para siempre de niños, es una opción mejor que el incierto futuro que le espera.

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Aun así, la misión de rescate no ha terminado, y Buzz y los demás se cuelan en la juguetería de Al, desperdigándose en su busca. Así es cómo Buzz se encuentra con el pasillo de Buzz Lightyear, y donde tiene que enfrentarse a otro muñeco igual que él que (qué casualidad) también cree que es un guardián espacial. Eso hace que retomemos al Buzz inocente y desquiciante de la primera entrega, y vemos cómo los dos muñecos se enfrentan en una clara referencia a un episodio de la serie Star Trek donde había dos capitanes Kirk. De hecho, el Buzz “malvado” gesticula como William Shatner.

Pero cuando encuentran a Woody, éste ha tomado la decisión de irse con los demás al museo, y los esfuerzos de Buzz parecen no dar resultado, hasta le llega a decir “tú eres un juguete”, mostrando los paralelismos con Toy Story 1. Ahora es Buzz quien quiere estar con Andy, y cree que estar en un museo es algo horrible, porque sería estar toda la eternidad detrás de un cristal sin que los niños pudieran quererte. Estas palabras parecen ablandar el corazón de Woody, que les dice a los demás miembros de su grupo que se vayan con él a casa de Andy. Dice que no puede evitar que Andy crezca, pero que tampoco se perdería eso por nada del mundo. Ahí juega con la idea de que aunque la vida no es eterna, quizá merezca la pena por lo que se puede experimentar en ella.

Eso es algo que el capataz no está dispuesto a tolerar. Él, desvelándose como el antagonista de la película, dice que jamás se vendió, que fue el último muñeco en abandonar una estantería y que, ahora que es famoso, no va a tolerar que nadie le arrebatara la gloria. Irían al museo aunque para ello tuviera que llevarlos en pedazos. Es un malvado mucho menos “directo” que Sid Phillips, y entendemos que su comportamiento es fruto del resentimiento. En esto, Al llega y los mete a todos en una caja para enviarlos al aeropuerto, por lo que iniciamos una larga persecución en distintos escenarios: Desde los conductos de ventilación (herencia de La Jungla de Cristal), hasta el aeropuerto (La Jungla de cristal 2). Allí, el falso Buzz se encuentra con un muñeco del emperador Zurg, y luchan hasta el momento culminante del “Yo soy tu padre”. Desde el punto de vista racional, una película sobre juguetes que se pelean en lo alto de un ascensor podría parecer un poco estúpida, pero cuando llega el momento de la revelación al más puro estilo “El imperio contraataca” el espectador se lo está pasando en grande.

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Aquí volveremos a ver persecuciones en las que aparecerán de nuevo esos alienígenas del Pizza Planet (por Dios, ¡cuándo me recuerdan a los peces radiactivos de Los Simpsons!). La parte de las cintas de equipajes del aeropuerto son todo un portento del diseño y la animación, y los creadores de la película se esforzaron en realizar “el más difícil todavía”, siendo coherentes con la historia. De ahí que Woody y Buzz intenten salvar a Jessie cuando la arrojan con el resto del equipaje al interior del avión, y cómo cuando van a salir, la puerta se cierra, obligándoles a buscar otra salida. Lo curioso es que la escena (el gran salto del avión) concuerda con el final truncado del viejo show de televisión, haciendo que la película entera parezca estar pensada como un tapiz donde todos los hilos están en su sitio. Toy Story 2 es una eficaz secuela que no se limita a repetir lo que tuvo éxito de la primera parte, sino que amplía la historia de este grupo hippie y su dueño, un niño con evidentes problemas de hiperactividad. La impresión general es que es ligeramente inferior a la original, pero por la novedad y porque aquí sazona el entretenimiento simple con temas que quizá les hace un poco más indicados para gente adulta que para los niños, como la idea de la pérdida de la inocencia, el abandono, la soledad y la esperanza. En cierto modo Woody y los demás son como los padres de Andy, conscientes de que el niño algún día terminará por crecer y la vida que tienen tocará a su fin, por lo que tienen que esforzarse en vivir cada día lo más plenamente posible mientras aún haya tiempo.


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