Revista Cultura y Ocio

Ancho mar de los Sargazos - Jean Rhys

Publicado el 19 abril 2021 por Elpajaroverde

Aviso: la idea original de Ancho mar de los Sargazos, novela sobre la que me dispongo a hablar, parte del clásico de Charlotte Brontë Jane Eyre, de la cual desvelaré, aunque pocos, algún detalle en esta entrada. Se trata de una obra notablemente conocida, pero si no la has leído ni conoces su historia, piensas que en algún momento te puede apetecer hacerlo y, además, eres de aquellos a quienes les gusta llegar a las lecturas sin apenas saber de ellas, tal vez prefieras no seguir leyendo.

"Cuando viva en Inglaterra, seré una persona diferente, y me ocurrirán cosas diferentes... Inglaterra es de color de rosa en el mapa del libro de geografía, pero en la página siguiente las palabras aparecen atestadas, densas. Exportaciones, carbón, hierro, lana. Luego, viene Importaciones y Carácter de los Habitantes. Nombres, Essex, Chelmsford on the Chelmer. Los altos de Yorkshire y de Lincolnshire. ¿Altos? ¿Significa colinas? ¿Cuán altas? ¿La mitad que las nuestras o ni siquiera esto? Frescas hojas verdes en breve y fresco verano. Verano. Hay campos de trigo que son como los campos de caña, aunque el trigo es dorado y no tan alto como la caña. Después del verano, los árboles quedan pelados, y llega el invierno y la nieve. ¿Como plumas blancas cayendo del cielo? ¿Como porciones de papel? Dicen que la escarcha dibuja flores en los cristales de las ventanas. He de saber más de lo que sé. Ya conozco esa casa en la que pasaré frío, y en la que seré una extraña, la cama en la que yaceré tiene cortinas rojas, y he dormido en ella muchas veces, hace mucho tiempo. ¿Cuánto? En esta cama, soñaré el final de mi sueño. Pero mi sueño nada tenía que ver con Inglaterra, y no debo tener estos pensamientos, sino que debo recordar candelabros y bailes, cisnes, rosas y nieve. Y nieve".

No hay nieve, ni colinas, ni color rosa para ella. No tendrá ocasión de descubrir cómo es esa Inglaterra de la que "unos dicen una cosa, y otros dicen cosas diferentes". Para ella, que ni siquiera creerá estar en ese país, Inglaterra será un área delimitada por cuatro paredes, las de la buhardilla de esa casa que ya conoce en sueños. Ahora que lo pienso, tal vez su vida haya trascurrido siempre encerrada entre cuatro paredes. Extraña, sin embargo, se ha sabido siempre, "cucaracha blanca. La cucaracha soy yo. Así llaman a todos los que estábamos aquí antes de que su propia gente, en África, los vendieran a los tratantes de esclavos. Y he oído a inglesas llamarnos negros blancos. Por esto, ante ti, a menudo me pregunto quién soy, cuál es mi tierra, a qué mundo pertenezco, y por qué nací".

Aun así, a pesar de esa extrañeza, de sentir cuestionada su pertenencia a esa tierra en la cual nació, es, precisamente, el amor por esa tierra lo único que tiene, lo único que le queda. La pregunta de triste y desoladora respuesta es qué queda cuando nos despojan de ese lo único. A los locos se les suele tratar como poseídos, pero en esta historia, en la que a varios de sus personajes tildan de locos, lo único que me encuentro es el dolor de los desposeídos.

A la desposeída que es la llamarán loca, como así, también, seguirán diciendo de su madre.

"Fueron años de desolación. Tan desolada estaba que se alejó de los demás. Esto suele ocurrir. También yo vivía en soledad, pero, para mí, fue más fácil porque apenas recordaba otra cosa. Para ella fue extraño y temible. Y era muy hermosa. Yo pensaba que cada vez que me miraba al espejo forzosamente tenía que concebir esperanzas e imaginar cosas. Yo también imaginaba cosas. Cosas muy diferentes, desde luego. Se puede fantasear durante mucho tiempo, pero, un día, las fantasías se derrumban, y una se queda sola. Las dos estábamos solas en el más hermoso lugar del mundo. No, no era posible que hubiera un sitio más hermoso que Coulibri. No nos encontrábamos lejos del mar, pero no lo oíamos, sino que siempre oíamos el río. No el mar".
Ancho mar de los Sargazos - Jean Rhys

La conocemos por Jane Eyre como Bertha Mason, pero se llama Antoinette, Antoinette Mason, nacida Coswey. Fue él quien comenzó a llamarla Bertha. Fue él quien después la llamaría Marionette. (Marionette la marioneta, la despojada, no puedo evitar pensar) "Los nombres son importantes, ya que, cuando él no quería llamarme Antoinette, yo veía como Antoinette salía por la ventana, [...]".

Si la memoria no me falla el nombre de él no consta en ninguna de las páginas de esta novela. Poco importa este detalle porque él se encargará de que nadie ponga su nombre en entredicho. Él se ocupará de no llegar a ser nombrado como el marido de la loca. A él lo conocemos como Edward Rochester y su nombre es Edward Rochester. Nadie juega con su identidad.

Él llega a "un lugar hermoso, salvaje, intacto, sobre todo intacto, con una extraña, conturbadora y secreta belleza. Y guardaba su secreto". Él llega a una mujer hermosa, salvaje, extraña, conturbadora; una mujer en torno a la cual orbita quién sabe si un secreto o una mentira. El problema es que "las mentiras nunca se olvidan, sino que permanecen y crecen", y en cuanto él sea conocedor del secreto, del que no se sabe cuánto hay en él de verdad o de mentira, ya no lo podrá olvidar. Los secretos, como las mentiras, permanecen y crecen.

Él llega a un lugar que siente hostil. "Los árboles eran amenazadores, y las sombras de los árboles, alargándose lentamente sobre el suelo, me amenazaban. La amenaza verde. La sentí desde el primer instante en que vi este lugar. Nada sabía, nada que pudiera serenarme". Nada que comprenda, como tampoco la comprende a ella. Ella es una extraña, una extraña para otro extraño, tan extraños el uno para el otro como extraños entre sí son Inglaterra y Jamaica: colonizadora y colonizada. Lo extraño surte tanta atracción como rechazo. Por eso él no termina de quererla pero tampoco puede ignorarla. Solo queda odiar, como se odia lo que nos amenaza. Porque eso es ella para él: la amenaza constante de lo que no puede tener. Para poseer hay que desposeer, como Inglaterra a Jamaica, y, una vez desposeído aquello que se quiere poseer, esperar, "esperar el día en que Antoinette sólo sea un recuerdo que evitar, encerrado, y, como todos los recuerdos, una leyenda. O una mentira..."

Me pregunto si él y ella podrían haber sido felices. Lo más cercano al amor que sintieron el uno por el otro fue la pasión. Me pregunto si habrían conocido el amor de él no haber permitido que los fantasmas se instalasen entre ellos, de no haber pretendido él hacerla desaparecer hasta convertirla en otro fantasma, a ella, que solo anhelaba sentirse segura.

"-¿Por qué me has hecho desear la vida? ¿Por qué me has hecho esto?

-Porque quería que así fuera. ¿No te parece bastante?

-Sí, es bastante. Pero si llegara el día en que no lo quisieras, ¿qué haría? Supón que un día te llevaras nuestra felicidad, mientras yo estuviese distraída...

-¿Perdiendo la mía? ¿Crees que soy tan insensato?

-No estoy acostumbrada a la felicidad. Me da miedo.

-No tengas miedo jamás. Y si lo tienes, a nadie lo digas.

-Comprendo. Puedo intentarlo, pero esto nada soluciona.

No contestó a esta pregunta, pero una noche murmuró:

-Me gustaría morirme, ahora que soy feliz. ¿Quieres que lo hagamos? No tendrías que matarme, bastaría con que dijeras "muérete", y me moriría. ¿No me crees? Anda, pruébalo, di "muérete" y verás cómo me muero.

-¡Pues muérete! ¡Muérete!"

Y se murió. Porque "siempre hay dos muertes, la verdadera, y la que la gente sabe". Y porque "parecía lo adecuado, en aquel solitario lugar: Aquí, puedo hacer lo que quiera". Y, aunque lo hizo porque quería, la devastadora verdad es que lo hizo porque podía.

Se casaron porque así lo acordaron la familia de él y lo que quedaba de familia de ella. Y, como en toda operación de compraventa, al final poca diferencia existía entre comprar mujer y vender marido y comprar marido y vender mujer. ¿Quién compró a quién?

Él, como ella, era joven. Él no sabía que su juventud tenía los días contados, que pronto le sería desvelado el secreto y descubriría el engaño.

Él ya no será tan joven cuando opte por ser él quien engañe, el que calle, el que oculte un secreto. Para entonces, ella, aunque sus gritos y risas se escuchen por toda la casa, otra casa, esta ya no en un lugar querido, ya estará totalmente silenciada; ella ya será la loca encerrada a la que hay que esconder entre las cuatro paredes de la buhardilla. Para él, atrás quedarán la juventud en Jamaica y el error cometido. Los recuerdos, sin embargo, le seguirán atormentado. "El remordimiento es el veneno de la vida"*, le declarará a una jovencísima Jane Eyre. Más tarde, será amor lo que le declare a esa joven que tiene más fortaleza que la que él y ella jamás tuvieron. Poco parece él, a mi entender, haber aprendido de la experiencia y del dolor vivido en propias carnes por un engaño. Optará por protegerse a sí mismo en vez de proteger a su ¿amada? En fin, qué sé yo (qué sabe nadie en realidad) en qué consiste el amor.

Aún me falta hablaros de otra ella antes de concluir esta reseña. Y no, no se trata de Jane Eyre. Aunque la suya sea la historia que sucede a esta y aunque esta novela nazca de aquella otra, ambas son historias independientes y que se merecen además ser valoradas por sí mismas. La otra ella de quien os quiero hablar es Jean Rhys, la autora de este Ancho mar de los Sargazos.

¿Sentiría Rhys injusto el tratamiento que de Bertha Mason hiciera Charlotte Brontë en Jane Eyre o sería lo que ese personaje y otros similares simbolizan para la cultura popular lo que no compartía? ¿De qué manera, tal vez, empatizó con la primera mujer de Edward Rochester? ¿O sería, quizás, la mención de Spanish Town, el origen jamaicano de esa mujer oculta y enloquecida, siendo como era Jean Rhys también caribeña, lo que la espoleó? ¿Se habrá sentido alguna vez, al igual que Antoinette, como una cucaracha blanca? ¿Sería, como criolla, una extraña en Dominica, su país de origen, y otra extraña cuando con dieciséis años llegó a Inglaterra?

Me pregunto. Me pregunto muchas cosas aun a sabiendas de que mis preguntas no obtendrán respuesta. Me pregunto porque casi podría asegurar que, como ocurre casi siempre con la buena literatura, el germen de esta novela es una pregunta que Jean Rhys se hizo.

La dominiquesa, con varias obras publicadas pero tras varios años de silencio, sorprendió en 1966 con esta novela que es considerada su obra maestra y gracias a la cual obtuvo prestigio dentro de la literatura inglesa. Es una novela cuya lectura se siente muy actual, que te mete de lleno en un ambiente opresivo, en la que se palpa en todo momento la tensión de la situación histórica primero y entre Antoinette y Rochester después. Jean Rhys dice mucho con muy poco y, a pesar de que esto es algo que suelo considerar virtud, en este caso creo que ha jugado un poco en su contra. Pasada la mitad de la novela he sentido que iba un poco de más a menos, que faltaban cosas por conocer para comprenderla completamente, si bien es cierto que, tras concluirla y volver sobre la misma, todo ha encajado y esa impresión se ha disipado. Me quedo, aun a sabiendas de que el hecho de que este esté considerada su mejor libro puede traducirse en que el resto no esté a la altura, con muchas ganas de seguir indagando en el resto de la obra de esta autora.

"Justicia. He oído esta palabra. Es una palabra fría. [...] La he pronunciado. La he escrito. La he escrito varias veces, y siempre me ha parecido una fría y fea mentira. No hay justicia". No hay justicia si no se escucha a cada una de las partes. Así, pues, leo Ancho mar de los Sargazos y escucho.

Escucho a Antoinette porque Jean Rhys le ha dado voz. Escucho al joven Rochester porque de lo contrario ni Rhys ni yo hubiéramos sido justas (la primera por negarle la voz y la segunda por no prestarle el oído). Las historias parciales, como los secretos, corren el riesgo de convertirse en leyendas, en mentiras que no se olvidan, que permanecen y crecen. Escuchando a cada una de las partes nos acercamos más a la verdad. Y aquí la verdad es que Antoinette es una víctima. La verdad es que Rochester es otra víctima. La verdad es que Rochester es una víctima con poder. La verdad más desoladora y cruel es que quien tiene poder sobre alguien termina por convertirse en verdugo de ese alguien.

"Pero ¿qué haces tú aquí, loca? Tan cerca del bosque. ¿No sabes que el bosque es peligroso? ¿Y que los oscuros bosques siempre triunfan? Siempre. Si no lo sabes, pronto lo sabrás, y yo nada puedo hacer para defenderte".

*Esta cita está extraída de la novela Jane Eyre de Charlotte Brontë. El resto de citas incluidas en esta entrada pertenecen a Ancho mar de los Sargazos de Jean Rhyis.

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