Revista Sociedad
Entre las teorías más conocidas de Carl Gustav Jung se halla el principio del ánima-ánimus, así como el fenómeno de la sincronicidad. Pero fue junto a Sabina Spielrein con quien desarrollaría otra de sus grandes apuestas: la Sombra. Según la teoría del psicoterapeuta suizo, existe una personalidad oculta en el inconsciente que esconde y rechaza aquellas características que no queremos reconocer en nosotros mismos pero que yacen en el fondo de nuestra naturaleza reprimida, como esos posos del café que se ocultan en el fondo de la taza pero que no por estar lejos de nuestra vista dejan de existir. Es decir: odiamos de los demás aquello que odiamos en nosotros mismos. Ello explicaría por qué el borrachín de la esquina que se pasea de bar en bar escondiéndose desprecia a los alcohólicos sociales, rechazando así aquello que flota en su propio ser; o por qué esas mujeres que, teniéndose por oblatas de Santa Francisca, desprecian las infidelidades ajenas, sabedoras ellas a nivel inconsciente de su afición a los devaneos; o, ya puestos, por qué aquellos anticapitalistas de chicha y nabo que se pasean por el mundo quemando gasolina y luciendo smartphone condenan un sistema que, en su fuero interno, reconocen como suyo, puesto que da salida a sus propias ambiciones egoístas. Todos ellos viven tiranizados por esa Sombra que les hace hablar con el estómago, como expertos ventrílocuos, pero retratados por el pincel de la contradicción más temprano que tarde. El economista y filósofo Ludwig Von Mises fue un paso más allá a la hora de explicar esa tendencia social hacia una izquierda enemiga del sistema de producción capitalista aun a sabiendas de que su propia situación personal menguaría irremisiblemente bajo un régimen socialista. ¿Las razones? El resentimiento social y el Complejo de Fourier.
De acuerdo a Jung, un complejo es "una vieja herida que todavía duele". Por tanto, el Complejo de Fourier sería algo así como la herida abierta del iluso patológico que hace de su vida diaria un eterno cuento de Hansel y Gretel, huyendo de la incertudumbre que es vivir como un ser humano y anhelando, por tanto, un futuro igualitarismo social que, aun rebajando su propio nivel de vida actual, le otorgaría la seguridad de saber que nadie ni nada abriría más sus propias heridas en un régimen sin competencia entre semejantes ni premios al mérito personal. Es decir: detrás del Complejo de Fourier no se halla más que el miedo a crecer y alejarse -simbólica o literalmente- del regazo materno. De ahí que muchos busquen en el Estado una suerte de ama de crianza o nodriza. Pero no todos sueltan el ancla por el costado izquierdo o babor por puro miedo. Ocurre que detrás de muchos de estos izquierdistas no se hallan ideas ni principios, ni siquiera convicciones o fe ciega, sino puro sentimiento de culpa y resentimiento social. Sabedores de sus limitaciones personales para medrar socialmente, optan por arrastrarse como culebras, al igual que el infausto Plácido de Echegaray. Y de esos polvos, estos lodos. Cuando la política se convierte en un banco de salmones para que pequeños tiranos hambrientos y acomplejados hallen en él un modo de vida, el resultado es una sociedad corrompida hasta el tuétano de los huesos del alma. De ahí que llegue el momento en el que el político tenga la libertad de reírse del ciudadano cuando debiera ser al contrario: el ciudadano reírse del malandrín público que convierte la política en un hampa con corbata y coche oficial. Y más rapiñará cuanto más maneje. Y, claro está, más manejará aquel que implemente una economía dizque social, con una Administración enferma de elefantiasis, que un gobernante de convicciones liberales seguro de los beneficios profilácticos de un Estado mínimo.
Por esas macabras casualidades -o no- de la vida, el próximo día 25 de Marzo se celebrarán las elecciones autonómicas en Andalucía, auténtico albañal socialista de miasmas y pestes. Y digo casualidad macabra porque ese mismo 25-M tiene lugar el día de San Dimas, el buen ladrón. Lo que, tratándose de Andalucía, parece más una condecoración que una colleja. Y es que es en esta Andalucía nuestra donde se ha fraguado el mayor escándalo de corrupción política generalizada no sólo de España sino, posiblemente, de Europa. Ochocientos millones de euros. O lo que es lo mismo: ciento treinta y cinco mil millones de las antiguas pesetas -como aún le gusta decir a la ama de casa- viciados, corrompidos, prostituídos. Un montante que bien valdría una mina de Potosí destinado a pagar las prejubilaciones de los afectados por los ERE, así como oxigenar empresas en quiebra, y que pasó como hetaira barata de mano en mano, en negocios inmobiliarios, chalés, francachelas, saraos, cocaína y mujeres alegres, como bien se ha sabido a raíz de la declaración del chófer del director general de Empleo de la Junta de Andalucía, Fco Javier Guerrero, quien gastó más de cien mil euros en cocaína con el dinero de los EREs. Lo que en cualquier país serio pondría a medios y ciudadanos a las puertas de Palacio, enviando a la cárcel hasta al mismísimo sursuncorda, aquí, en cambio, apenas se deja ver entre las páginas interiores de los diarios, lo que pone de relieve el nivel de exigencia no sólo de los medios de comunicación, sino además del votante.
El pasado 20 de Noviembre, sin ir más lejos, un PSOE que más bien pasaría por el Alakrana ganó en la capital de Andalucía con unas listas que llevaban como número uno a Alfonso Guerra, quien ya tuvo que abandonar una Vicepresidencia por corrupción y por la cual su hermano se tragaría una condena de dos años de cárcel; Antonio Viera, arquitecto del caso de los ERE como número dos; además de Antonio Gavira, imputado por prevaricación administrativa al llenar el sombrero de pepitas de oro a familiares y amigos. Cuando una lista tan contaminada como el agua de Chernobyl se lleva el triunfo en unas elecciones, muestra un retrato cabal, milimétrico -troppo vero! que exclamaría Inocencio X a Velázquez al ver su obra- de lo que es el votante medio y el grado de transigencia con aquellos políticos que con una mano le roban las joyas de la abuela y con la otra le prometen el trigo, el molino y el chamizo. Ocurre, sin embargo, que el latrocinio es generalizado, con alevosía, nocturnidad y todos los agravantes habidos y por haber, mientras que las promesas, de tente mientras cobro, duran lo que la lágrima en caer. Y son esas lágrimas, ese dolor, con el que los prebostes socialistas han venido jugando desde hace treinta años, comprando voluntades, votos, creando auténticos síndromes de Estocolmo, a base de repetir como mantras malditos a la Andalucía profunda, la de los pueblos blancos, la de la piel atezada por el Sol, la del miedo a lo desconocido, que si mal las cosas ahora, peor con todo lo que no sea ellos. Y, untados en miel de caña con el PER, subvenciones, viviendas, han perpetuado una de las mayores vergüenzas políticas de Europa del último cuarto de siglo. Unos servicios públicos descangallados, unos niveles educativos a la cola de Europa según el informe PISA, un paro que llega al 30%, siendo la región de toda la UE con mayor desempleo, unas rentas por hogar casi 4000 euros por debajo de la media española, y unos niños abocados a convertirse más bien en los chicos de la estación de Leningradsky.
Con todo, el encanto de serpientes lleva treinta años funcionando a pleno pulmón. Herman Hesse escribió que cuando se teme a alguien es porque a ese alguien le hemos concedido demasiado poder sobre nosotros. El próximo 25 de marzo -día del buen ladrón- Andalucía se enfrenta a su sesión de quimioterapia definitiva. Si en las próximas elecciones ocurriese lo que el 20-N con las últimas revelaciones que ponen a directores generales de empleo y altos cargos entre prostíbulos y camellos, sería el momento de enterrar al muerto, pues finada estaría una sociedad dispuesta a premiar el robo más chabacano y caciquil posible con su propio dinero. No podemos olvidar que uno no puede elegir sus trastornos, pero sí su pastillero. El 25-M, en Andalucía, se trata de llevar al cerdo al matadero. Un auténtico cambio de Régimen. Y que todas esas Sombras que en nombre de la filantropía, el altruísmo y la economía social han convertido a Andalucía en un auténtico erial, desaparezcan para siempre en el cementerio de elefantes, sea El Puerto de Santa María o Alcalá Meco. Al clavo que sobresale, se le remacha con un golpe de martillo. Ya es hora.