Revista Cultura y Ocio

‘Andar en verdad’ en santa Teresa

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa
‘Andar en verdad’ en santa Teresa Buscadora de la verdad

Santa Teresa de Jesús nos cuenta que, desde la infancia, le quedó imprimido el camino de la verdad, lo relata así: "Juntábamonos (con su hermano Rodrigo) entrambos a leer vidas de Santos [...]. Como veía los martirios que por Dios las santas pasaban, parecíame compraban muy barato el ir a gozar de Dios y deseaba yo mucho morir así [...] y juntábame con este mi hermano a tratar qué medio habría para esto. Concertábamos irnos a tierra de moros, pidiendo por amor de Dios, para que allá nos descabezasen. Y paréceme que nos daba el Señor ánimo en tan tierna edad[...]. Espantábanos mucho el decir que pena y gloria era para siempre, en lo que leíamos. Acaecíanos estar muchos ratos tratando de esto y gustábamos de decir muchas veces: ¡para siempre, siempre, siempre! En pronunciar esto mucho rato era el Señor servido me quedase en esta niñez imprimido el camino de la verdad" (V 1,4).

Teresa fue una apasionada buscadora de la verdad. Pero también, y a temprana edad, enmarañó la vida en devaneos amorosos, que le costaron años de lucha para liberarse del enredo afectivo que la turbaba por dentro y no la dejaba vivir en paz. La vulnerabilidad de los afectos no le permitía ser dueña de sí. Teresa lo cuenta de esta manera: "Por un cabo tenía gran consuelo en los sermones, por otro me atormentaba, porque allí entendía yo que no era la que había de ser, con mucha parte. Suplicaba al Señor me ayudase; mas debía faltar -a lo que ahora me parece- de no poner en todo la confianza en Su Majestad y perderla de todo punto de mí. Buscaba remedio; hacía diligencias; mas no debía entender que todo aprovecha poco si, quitada de todo punto la confianza de nosotros, no la ponemos en Dios. Deseaba vivir, que bien entendía que no vivía, sino que peleaba con una sombra de muerte, y no había quien me diese vida, y no la podía yo tomar; y quien me la podía dar tenía razón de no socorrerme, pues tantas veces me había tornado a Sí y yo dejádole" (V 8,12).

Teresa luchaba consigo misma, porque era consciente de la Presencia interior que la habitaba y reclamaba para sí. La contradicción con la vida que llevaba: "tener oración, mas vivir a mi placer", la tenía atada e impedida para la libertad y esto le ocasionó un "desasosiego grande", "sin poder nada de sí" para corresponder libre y limpia al Amado. Esa ambigüedad sostenida durante años, dividida y viviendo fuera de su centro, fue causa de un sufrimiento extremo que la hizo enfermar. Hallando en ella tanta contradicción, dejó la oración. Reconocerá Teresa que "el tiempo que estuve sin ella era mucho más perdida mi vida", y exclama muy espantada: "Oh, qué mal encaminada iba" (V 19,11). Sin luz, sin verdad, su vida está oscurecida y su alma gime "buscando remedio": "¿Adónde pensaba, Señor mío, hallar remedio sino en Vos? ¡Qué disparate huir de la luz para andar siempre tropezando!" (V 19,10).

Comenzando a tornar en sí

Cuando Teresa escribe, es ya una mujer libre, ganada para Dios y no teme poner al descubierto, con claridad y verdad, la experiencia de gracia y pecado que ha acontecido en su vida, y lo relata con estas palabras: "Pues ya andaba mi alma cansada y, aunque quería, no le dejaban descansar las ruines costumbres que tenía. Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen [...] Era de Cristo muy llagado [...] en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle" (V 9,1). Tras este impacto y despertando como de un mal sueño, retoma la relación de amistad con Jesús que ya no dejará nunca: "Comencé a tornar en mí, aunque no dejaba de hacer ofensas al Señor; mas como no había perdido el camino, aunque poco a poco, cayendo y levantando, iba por él; y el que no deja de andar e ir adelante, aunque tarde, llega. No me parece es otra cosa perder el camino sino dejar la oración. ¡Dios nos libre, por quien Él es!" (V 19,11). Dejar el camino -en término cristiano-teresiano- sería dejar de andar en verdad. Y Teresa ya solo quiere vivir "confiada en la gran bondad de Dios que nunca falta de ayudar a quien por Él se determina a dejarlo todo" (C 1,2); gozar de una "misericordia tan grande y merced tan crecida" (V 19,5); de buena gana buscar "estar con Él y tan a solas" (C 7,8). El camino de retorno al Señor se ha afianzado.

Entender verdades

Espantada de todo lo vivido y habiéndose hallado tan perdida, exclama: "¡Oh, válgame Dios, por qué términos me andaba Su Majestad disponiendo/ me forzó a que me hiciese fuerza! Sea bendito por siempre" V 3,4). Teresa reconoce que todo le fue dado por gracia y sin ella merecerlo: "Harto me parece hacía su piedad, y con verdad hacía mucha misericordia conmigo en consentirme delante de sí y traerme a su presencia" (V 9,9). Su vida orante, de relación con Jesús será fuente de bienes para "entender verdades". Ahora vuelve a retomar aquella verdad que tenía imprimida en su corazón desde su más tierna infancia: "Entendí el gran bien que hay en no hacer caso de cosas que no sea para llegarnos más a Dios, y así entendí qué cosa es andar un alma en verdad delante de la misma Verdad. Esto que entendí, es darme el Señor a entender que es la misma Verdad [...]. Entendí grandísimas verdades sobre esta Verdad, más que si muchos letrados me lo hubieran enseñado" (V 40,3-4).

Jesús dice: "La verdad os hará libres" (Jn 8,32) y Teresa lo ha experimentado a fondo. La mirada de Cristo la ha traspasado y reconstruido liberándola. Siendo ya una mujer libre, Teresa cuidará mucho que sus hermanas hagan experiencia viva de Cristo libertador, porque: "Libres quiere Dios a sus esposas"; "Los ojos en vuestro Esposo" (C 2, 1); "Pues nunca, hijas, quita vuestro Esposo los ojos de vosotras; haos sufrido mil cosas feas y abominaciones contra Él y no ha bastado para que os deje de mirar" (C 26,2). Ahora ya todo es camino de conversión del corazón y nunca más lo apartará de Cristo. Es tiempo nuevo de vivir en verdad. Y este será el camino a seguir en sus comunidades, que sus hermanas vivan en verdad y libertad: "Escríbolo para consuelo de almas flacas, como la mía, que nunca desesperen ni dejen de confiar en la grandeza de Dios. Aunque después de tan encumbradas, como es llegarlas el Señor aquí, caigan, no desmayen, si no se quieren perder del todo" (V 19.3). Jesús siempre nos espera y tiende su mano para tornarnos a Él reanudando la relación de amistad.

Cantar sin fin las misericordias del Señor

Teresa, conmovida de verse recuperada para Dios y que nada ha sido mérito suyo, porque: "no llamo mío lo que es bueno, que ya sé no hay cosa en mí, sino lo que tan sin merecerlo me ha dado el Señor", entona un canto bellísimo elogiando las misericordias del Señor: "que con tantos artificios y maneras y tantas veces ha sacado Su Majestad del infierno y traído a Sí" (V 40,24). "Y plega a vuestra bondad, Señor, que sea yo sola la ingrata y la que haya hecho tan gran maldad y tenido tan excesiva ingratitud: porque aun ya de ella algún bien ha sacado vuestra infinita bondad; y mientras mayor mal, más resplandece el gran bien de vuestras misericordias. ¡Y con cuánta razón las puedo yo para siempre cantar! [...] Suplícoos yo, Dios mío, sea así y las cante yo sin fin, ya que habéis tenido por bien de hacerlas tan grandísimas conmigo, que espantan los que las ven y a mí me saca de mí muchas veces, para poderos mejor alabar a Vos. Que estando en mí, sin Vos, no podría, Señor mío, nada, sino tornar a ser cortadas estas flores de este huerto, de suerte que esta miserable tierra tornase a servir de muladar como antes. No lo permitáis, Señor, ni queráis se pierda alma que con tantos trabajos comprasteis y tantas veces de nuevo la habéis tornado a rescatar y quitar de los dientes del espantoso dragón" (V 14,10-11). Y sigue: "Que es verdad, cierto, que muchas veces me templa el sentimiento de mis grandes culpas el contento que me da que se entienda la muchedumbre de vuestras misericordias [...]. ¿En quién, Señor, pueden así resplandecer como en mí, que tanto he oscurecido con mis malas obras las grandes mercedes que me comenzasteis a hacer? ¡Ay de mí, Criador mío, que si quiero dar disculpa, ninguna tengo! Ni tiene nadie la culpa sino yo. Porque si os pagara algo del amor que me comenzasteis a mostrar, no le pudiera yo emplear en nadie sino en Vos, y con esto se remediaba todo. Pues no lo merecí ni tuve tanta ventura, válgame ahora, Señor, vuestra misericordia" (V 4,3-4). ¡Genial esta mujer que se ha rendido a Dios! y ya solo quiere "vivir en verdad delante de Su Majestad y con limpia conciencia" (V 26,1). La misericordia ha creado en ella un corazón puro, entrando de lleno a ser bienaventuranza del Reino: "Dichosos los limpios de corazón" (Mt 5, 8 ).

Comunidades orantes

Bien cohesionada interiormente y ofreciendo fiabilidad, Teresa se siente llamada a crear comunidades orantes bien cimentadas en el amor y la verdad. Por eso, dará mucha importancia a fomentar el conocimiento propio para no andar engañadas, porque: "Espíritu que no vaya comenzado en verdad yo más le querría sin oración" (V 13, 17). Jesús ha de constituir el centro de la comunidad, Él es quien nos convoca y el amor a su verdad nos mantiene unidas. Teresa sabe que la comunidad funcionará bien si vive en fidelidad a Cristo Jesús, creando historia de enamoramiento con Dios: "Llegando a tener con perfección este verdadero amor de Dios, trae consigo todos los bienes. Somos tan caros y tan tardíos de darnos del todo a Dios, que, como Su Majestad no quiere gocemos de cosa tan preciosa sin gran precio, no acabamos de disponernos" (V 11, 1). La vida comunitaria irá siendo progresivamente un pequeño "colegio de Cristo", en el que se aprende a vivir vida de Dios "siguiendo los consejos evangélicos con toda perfección". Jesús dice que todos "conocerán que sois discípulos míos si os amáis unos a otros". Y Teresa remachará este decir expresado en el "amor de unas con otras, desasimiento de todo lo criado y humildad". Ella sabe bien que si el amor falla en la comunidad "dense por perdidas; piensen y crean han echado a su Esposo de casa" (C 7,10). Hace una llamada a que siempre "esté despierto el amor" (4M 3, 4), porque solo el amor hace verdaderas las relaciones y posible la felicidad.

Él solo es verdad

Andar en verdad es de almas grandes. La verdad es una realidad que se agranda y nos engrandece como personas, nos capacita para mantener "los ojos en el verdadero y perpetuo reino que pretendemos ganar. Es muy gran cosa traer esto siempre delante" (V 15,11). Y "¡Bienaventurada alma que la trae el Señor a entender verdades! [...]. ¡Qué rectitud habría en el reino! ¡Qué de males se excusarían y habrían excusado!" (V 21,1). Todo el aprendizaje para ser buenos cristianos, sea cual sea el estado de vida que tomemos, es el seguimiento y la imitación de Cristo, un saber estar junto a Él para impregnarnos de su bien: "Pues juntas cabe vuestro Maestro, muy determinadas a aprender lo que os enseña, y su Majestad hará que no dejéis de salir buenas discípulas ni dejaros si no le dejáis" (C 26,10). Teresa testifica que "Él solo es verdad" (6M 10, 6) y nada debemos buscar fuera de Jesús. A Teresa y sus comunidades las define claramente el: "Juntos andemos, Señor; por donde fuereis, tengo de ir; por donde pasareis, tengo de pasar" (C 26,6). Esta es nuestra andadura.

Libro verdadero

Polarizada por Cristo, se adhiere a su Palabra con la seguridad de que ha hallado el GPS orientativo para no errar el camino: "Por cualquier verdad de la Sagrada Escritura me pondría yo a morir mil muertes" (V 33,5). Todos los bienes le vienen de Cristo: "Su Majestad ha sido el libro verdadero adonde he visto las verdades ¡Bendito sea tal libro, que deja imprimido lo que se ha de leer y hacer, de manera que no se puede olvidar!" (V 26,5). Nuestra verdad y bien es Jesús y "determinadamente se abrace el alma con el buen Jesús". Su valoración de la Escritura es radical: "Siempre yo he sido aficionada y me han recogido más las palabras de los Evangelios que libros muy concertados" (C 21,4). "Porque todo el daño que viene al mundo es no conocer las verdades de la Escritura con clara verdad. No faltará una tilde de ella. A mí me pareció que siempre yo había creído esto, y que todos los fieles lo creían. Díjome: ¡Ay, hija, qué pocos me aman de verdad! que si me amasen, no les encubriría Yo mis secretos. ¿Sabes qué es amarme con verdad? Entender que todo es mentira lo que no es agradable a mí. Con claridad verás esto que ahora no entiendes, en lo que aprovecha a tu alma" (V 40,2).

Jesús la ha ido fortaleciendo interiormente: "Quedé [...] con grandísima fortaleza, y muy de veras para cumplir con todas mis fuerzas la más pequeña parte de la Escritura divina. Paréceme que ninguna cosa se me pondría delante que no pasase por esto" (V 40,2). Todo ha de ir centrado y cimentado en la Palabra: "Es gran cosa letras, porque éstas nos enseñan a los que poco sabemos y nos dan luz y, llegados a verdades de la Sagrada Escritura, hacemos lo que debemos: de devociones a bobas nos libre Dios" (V 13,16). Nunca la Palabra debe caer de nuestras manos, porque ella es luz y vida, y por ella somos enriquecidos y puestos en la verdad de Dios.

Humildad es andar en verdad

Teresa sabe que el Señor "es muy amigo de humildad" (M Epíl. 2), y tratará siempre de asentar la base fundante de sus monasterios en la virtud de la humildad, porque "humildad es andar en verdad" (6M 10, 7). Y escribe Teresa: "Una vez estaba yo considerando por qué razón era nuestro Señor tan amigo de esta virtud de la humildad, y púsoseme delante -a mi parecer sin considerarlo, sino de presto- esto: que es porque Dios es suma Verdad, y la humildad es andar en verdad" (6M 10,7). Apremia a sus hermanas que "si a esto no se determinan, no hayan miedo que aprovechen mucho, porque todo este edificio -como he dicho- es su cimiento humildad; y si no hay ésta muy de veras, aun por vuestro bien no querrá el Señor subirle muy alto, porque no dé todo en el suelo" (7M 4,8). El conocimiento propio que tanto valora nos ha de poner en verdadera humildad. "Cada una mire en sí lo que tiene de humildad, y verá lo que está aprovechada" (C 12,6). "Mientras estamos en esta tierra no hay cosa que más nos importe que la humildad/ a mi parecer jamás nos acabamos de conocer si no procuramos conocer a Dios; mirando su grandeza, acudamos a nuestra bajeza; y mirando su limpieza, veremos nuestra suciedad; considerando su humildad, veremos cuán lejos estamos de ser humildes" (1M 2,9). Cuando pasamos alguna crisis y estamos turbados por dentro, reclamar al Señor "humildad, que es el ungüento de nuestras heridas; porque, si la hay de veras, aunque tarde algún tiempo, vendrá el cirujano, que es Dios, a sanarnos" (3M 2,7). El Señor se deja seducir por la humildad hasta abajarse a nuestra necesidad y atenderla. "¡Humildad, humildad! Por esta se deja vencer el Señor a cuanto de él queremos" (4M 2,9). "Con simpleza de corazón y humildad servir a Su Majestad y alabarle por sus obras y maravillas" (1M 1,8). "Pongamos los ojos en Cristo, nuestro bien, y allí aprenderemos la verdadera humildad" (1M 2,11). Todo lo que es mirar e imitar a Cristo nos va abriendo a la verdad, porque: "La mayor gracia que puede conceder Dios a un alma es imitar la vida que vivió su Hijo muy amado" (7M 4,4).

Conclusión

Teresa ha quedado configurada con Cristo y cumple ya aquellas palabras del Evangelio: "Si os mantenéis fieles a mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Jn 8,31). La gracia purificadora que ha obrado Dios en ella la ha liberado, la ha sanado interiormente y se ha hecho una mujer de amor y favor para todos los que se relacionan con ella. Desde sus comunidades y procurando ser "espirituales de veras", con la seguridad de "que Cristo andaría con nosotras, y que sería una estrella que diese de sí gran resplandor" (V 32,11), el Carmelo sigue ofreciendo hoy este servicio de fidelidad al Evangelio a la Iglesia y al mundo. Nos hacemos eco de las palabras de Teresa y con ella: "andar en verdad". "Bien veo yo, mi Señor, lo poco que puedo; mas llegada a Vos, subida en esta atalaya adonde se ven verdades, no os apartando de mí, todo lo podré" (V 21,6). Y todo lo podremos. Amén.


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