Revista Cultura y Ocio

Andrés Hurtado de Mendoza

Por Enrique @asurza

Andrés Hurtado de Mendoza fue Marqués de Cañete y III virrey del Perú. Su gobierno marca la definitiva culminación del período de conquista y guerras civiles, caracterizado por continuas revueltas y modificaciones en el escenario del poder. Era natural de Cuenca y miembro de un distinguido linaje alcarreño. Hijo de don Diego Hurtado de Mendoza, primer marqués de Cañete, y de doña Isabel de Cabrera y Bobadilla. Acompañó a Carlos V en las campañas realizadas en Alemania y Flandes, distinguiéndose no sólo por su juventud, sino también por su valentía. El 10 de marzo de 1555 recibió la designación de virrey, gobernador y capitán general del Perú y presidente de la audiencia de Lima. Todavía antes de la partida escribió una carta al emperador, manifestándole tener noticia de que en el Perú habitaban entonces cerca de ocho mil españoles, de los cuales sólo quinientos poseían repartimientos de indios, un millar tenían algún negocio u oficio y el resto carecía de medios para subsistir: era necesario, pues, “desaguar” la tierra de tantos elementos ociosos. Con este ideal en la cabeza y con un nutrido séquito de parientes y criados, se hizo a la vela en Sanlúcar de Barrameda en octubre de 1555. Apenas tocó tierra en Panamá inició juicio de residencia a diversos funcionarios de la Corona y se encargó de liquidar una partida de cimarrones que asolaba la región. Tocó luego tierra en Paita y en Trujillo y continuó finalmente por el camino de los llanos hasta arribar a Lima, donde hizo su entrada solemne el 29 de junio de 1556.

Con insospechada estrictez, el nuevo virrey dictó la orden de ajusticiar a los rebeldes que permanecían impunes después de las sediciones recientes -sobre todo el levantamiento de Francisco Hernández Girón- y también a los soldados que insistían en reclamar mercedes. Mandó desterrar a 37 vecinos prominentes, que se dedicaban a esparcir maledicencias en torno a su demora en proveer las encomiendas vacantes, y asimismo ordenó confiscaciones de armas, a fin de evitar nuevos brotes levantiscos. Al cabo de menos de un año de gestión, reportaba con orgullo que había hecho degollar, ahorcar o desterrar a más de ochocientos sujetos, lo cual contribuía a descongestionar el país de habitantes nocivos. Por otra parte, creó la compañía de gentilhombres lanzas (con cien oficiales dotados de mil pesos de renta anual) y la subalterna compañía de arcabuceros (con cincuenta oficiales que cobraban 500 pesos de renta); ambas formaban la guardia del palacio virreinal, bajo el mando de don Pedro de Córdoba. Promovió además la fundación de nuevas ciudades, adonde habían de trasladarse los peninsulares faltos de tierras e indios. Se levantó así la población de Cañete, en el valle del Huarco, la de Santa María de la Parrilla, junto a la desembocadura del río Santa, y la de Cuenca, a mitad del camino serrano entre Quito y Loja. No fueron menos significativas la entrada de colonización dirigida a la región selvática de Yahuarzongo, ni las jornadas con rumbo a la presuntamente fértil comarca de Rupa-Rupa y a los confines orientales de Jaén de Bracamoros.

Andrés Hurtado de Mendoza
Andrés Hurtado de Mendoza

Otra medida importante para el descongestionamiento del virreinato fue la expedición pacificadora de Chile, encabezada por el joven don García Hurtado de Mendoza (hijo del virrey), que salió del Callao en febrero de 1557 con un buen contingente de hombres de guerra; los expedicionarios llevaban la misión -cumplida sólo a medias- de apaciguar la hostilidad de los indios araucanos. También corresponde a este período la famosa jornada de los marañones a las tierras de Omagua y El Dorado, dispuesta bajo la conducción del general Pedro de Ursúa. La figura sobresaliente de esta hueste fue por cierto el vasco Lope de Aguirre, el loco rebelde, prototipo de los soldados malcontentos de la etapa siguiente a las guerras civiles.

Aparte de ello, logró este virrey que el Inca Sayri Tupac, descendiente directo del linaje imperial autóctono, abandonase su reducto de Vilcabamba (1558) y se resignase a señorear sobre una encomienda en el valle de Yucay. Dictó varias providencias acerca del orden que se había de guardar en las mitas, fomentó la labor evangelizadora de los clérigos y dispuso el empadronamiento de los yanaconas. Creó el Consejo de la Real Hacienda, a fin de resolver las peticiones concernientes a este ramo. Hizo levantar en Lima el hospital de San Andrés, para atención de los españoles enfermos o menesterosos (1556), y en la misma capital edificó el recogimiento de San Juan de la Penitencia para doncellas mestizas, que a menudo sufrían el abandono de sus progenitores. Mandó tender un puente sobre el río Rímac para beneficio de los moradores limeños, y otro sobre el río Abancay, en la quebrada de Anguyaco.

Pese a su meritorio empeño, don Andrés Hurtado de Mendoza debió soportar la antipatía de los funcionarios de la audiencia, que estaban ensoberbecidos por su dilatado ejercicio del poder y coligados con la oligarquía de encomenderos. Las acusaciones de nepotismo y malversación de caudales públicos emitidas por los magistrados limeños, y especialmente por el oidor Bravo de Saravia, se combinaron con las apasionadas quejas de los vecinos desterrados y de parientes de los rebeldes ajusticiados, desacreditando la figura del virrey en los medios cortesanos. En vista de su mala imagen, se resolvió nombrar un sustituto en la persona del conde de Nieva. Debilitado por la reuma y afectado seguramente por la noticia de su destitución, el marqués de Cañete falleció en el palacio de Lima el 14 de setiembre de 1560.


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