Revista Arte
Andrés ortiz tafur gana la xxiv edición del premio anual de literatura para escritores noveles de la diputación de jaén, con su libro de relatos yo soy la locura: el ritual de las emociones
Por Asilgab @asilgab
Los relatos de Andrés Ortiz Tafur se suceden como un ritual de las emociones, donde los sentimientos humanos se desplazan a través de una especie de locura que no es tal, pues todos y cada uno de los protagonistas de estos cuentos, solo atesoran las debilidades y pasiones del ser humano. A partir de un cuadro de Emilio Maldomado titulado, Yo soy la locura, el narrador traza un universo literario único, a modo de territorio que él explora desde la incredulidad o la sorpresa que le transmiten sus personajes, siempre prisioneros de sus bajas pasiones, pues el sexo, el amor, la lujuria, el egoísmo o la infidelidad se nos muestran como enfermedades incurables. Aquí el narrador juega a mostrarnos el mundo de la pareja como un solar devastado por el día a día y las necesidades irreconciliables del ser humano. Y lo hace muy al estilo de Raymond Carver (bajo el signo de un realismo sucio que, a veces, es muy cruel), pues en cada relato, finalmente, nada es lo que parece, y bajo esa sencillez de las situaciones cotidianas, que solo nos dejan ver una pequeña parte del iceberg (aplicando la teoría de Hermingway) se encuentra todo un largo y complicado tratado sobre el comportamiento humano, el del hombre y la mujer que, como dos antagonistas, en demasiadas ocasiones se obstinan en no darse una nueva oportunidad. La mayoría de los relatos gira en torno al mundo de la pareja. Siempre al borde del abismo de una vida que ellos no han elegido, y que al intentar cambiarla, casi siempre se muestra hostil. Sus personajes abordan sus situaciones como guerrilleros que le presentan batalla a su día a día desde diferentes posiciones, donde la huida, la libertad, los recuerdos y, en algunas ocasiones, la melancolía, se nos presentan como un argamasa que no siempre es capaz de recomponer las estructuras que previamente han sido derruidas. El marcado tono surrealista de su primer libro de relatos, Caminos que conducen a esto, se transforma aquí en una especie de tesis que, bajo el prisma del mundo de la pareja, nos arrastra hacia la incertidumbre que nos provoca cada uno de los relatos. No se me ocurre mejor forma de definirlos que esta; pues cada uno de ellos es capaz de transmitirnos esa turbación que nos obliga a replantearnos nuestros propios ideales, formas de pensar o comportamientos, convirtiendo a Yo soy la locura, en una perfecta combinación literaria de emociones y sorpresas que buscan no dejarnos indiferentes. Una indiferencia que no es tal, porque la habilidad narrativa de Andrés Ortiz Tafur consigue arrastrarnos, una vez más, hacia esa aparente sencillez que esconde una singular de maestría a la hora de concebir los relatos cortos, que resulta, cuando menos, admirable. Este segundo libro de relatos es una muestra de madurez a la hora de crear cada uno de los cuentos que lo componen, y no solo eso, pues su universo literario está preñado de situaciones y planteamientos tan originales como únicos, lo que le hacen acreedor de una amplia paleta de sentimientos y sensaciones del ser humano, que le convierten en un narrador con un gran conocimiento del mundo de las emociones; un mapa universal que se nos muestra desde la más honda perplejidad de aquello que acontece en sus narraciones, pues incrédulo, el narrador —que a veces se inmiscuye en el propio relato— asiste a ese gran espectáculo del ser humano que deviene en una tesis, pero también en una antítesis sobre la locura que rodea a las personas. Y con ello, parece decirnos eso de: Yo soy la locura.Andrés Ortiz Tafur, muestra en esta ocasión, una tendencia hacia el relato orteamericano, con el realismo sucio y Raymond Carver como maestros donde de ceremonias donde reflejarse —sin olvidarnos de algunas reminiscencias de Alice Munro—. Y lo hace en muchas ocasiones con frases cortas, puntos y seguidos y finales abiertos que nos despiertan esa necesidad de analizar aquello que hemos leído. Con ello, consigue dotar a sus relatos de esa intensidad, de ese músculo fibroso que toda narración corta debe tener. Sin embargo, y a pesar que se nos presenten muchos cuentos relatados bajo este prisma y espacios puramente americanos, también resurgen esos otros de ámbito serrano o rural, que tan bien conoce el autor, dotando de una gran singularidad al conjunto, en el que de vez en cuando asoma alguna historia de un tono más surrealista y deudora de su primer libro de relatos, como es por ejemplo el cuento que cierra este libro, titulado, La cuadratura del círculo, y que delimita muy bien esa especie de universo decadente que nos plantea, poniendo las cosas en su sitio.Ángel Silvelo Gabriel
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