Revista Cultura y Ocio
Vivimos en tiempos en los que resulta innegable la exaltación de la hybris. Para los griegos, esta expresión reflejaba el anhelo de los hombres por superar a los dioses. Una debilidad por la megalomanía y la exaltación de su ego. La aparición de la Internet, pero sobre todo de las redes sociales, ha convertido casi la totalidad de los hechos, otrora fútiles, banales, ridículos, grotescos o vulgares, en hazañas remarcables para conseguir eso que Andy Warhol llamó los “quince minutos de fama”. La dijo mientras se tomaba unas fotografías en Suecia para un libro, viendo como un grupo de personas intentaban ser retratadas también, en vano. «En el futuro todo el mundo será famoso durante 15 minutos. Todo el mundo debería tener derecho a 15 minutos de gloria», profetizó.
Warhol pretendió transgredir los nebulosos límites entre el arte elitista y el popular. Para el pintor no era importante ni el contenido, ni el mensaje, ni la semiótica del ente estético: simplemente era un medio para llegar a la fama y la riqueza. El tema de la abolición jerárquica del concepto estético se reinterpreta constantemente en la polémica obra de Warhol. En ese sentido, está opuesto diametralmente al pensamiento del pintor catalán Antoni Tàpies, quien decía que no era el arte el que debía bajar al nivel del pueblo, sino era éste quien debía elevarse al de aquel. Pero sin darle tantas vueltas al asunto, lo que quería decir Warhol, no es sino una síntesis de la mentalidad capitalista norteamericana: ser conocido a costa de lo que sea; y volviéndose rico, además.
Dibujo de Warhol, antes del Pop-Art
Andy Warhol es uno de los precursores de la viralidad. A pesar de ser un dibujante más que regular, el arte fácil fue la salida perfecta para un hijo de inmigrantes eslovacos pobres, fascinado por ser artista, además de homosexual. Reinventar algo que ya está ahí, cualquier cosa: una Coca-Cola, Marilyn Monroe, Elizabeth Taylor, Mao-Tse Tung o una lata de sopas, resulta válido para llenarse los bolsillos de dinero y ser famoso. Es conocido uno de los performances del artista en el que se come una hamburguesa con pasmosa frialdad, delante de una cámara. Esa imagen resume todo el credo de una religión del arte consumista y chovinista, de la que se convirtiría en un pope: «Una Coca-Cola es una Coca-Cola y no hay ningún dinero que te pueda conseguir una Coca-Cola mejor que la de la tienda de la esquina; lo sabe Liz Taylor, el Presidente y todo el mundo. Lo más hermoso de Tokio es el restaurante Mc Donalds (o Burger King, da igual). Lo más hermoso de Estocolmo es el restaurante Mc Donalds (o Burger King, da igual). Lo más hermoso de Florencia es el restaurante Mc Donalds (o Burger King, da igual)».
Hoy en día parece que todos pretenden andar por ese sutil camino de bosque, trazado por el ego, como en ese hermoso cuento de Yourcenar, donde un pintor, Hoang Fo, se salva por obra de su arte. Impresionar. Escandalizar. Horrorizar. Ridiculizar al otro o a uno mismo: ni Maquiavelo logró ser tan genial. Hoy cualquiera tiene su grupo de fans y es famoso; aun sin tener talento. Vivimos en el futuro. Warhol ha triunfado. Y no olvide compartir, dar like o retuit.