Revista Diario

Anécdotas que no me hacen gracia

Por Una Mamá (contra) Corriente @Mama_c_corrient
A veces tengo la sensación de estar viviendo dos realidades. Una, la de la calle, donde no puedes comentar cosas como que duermes con el niño en la cama sin que pongan el grito en el cielo o si te ven con él en brazos te preguntan si está malito. Otra, la cibernética, donde mi forma de ver la maternidad y el mundo no es tan rara, coincide con la de muchas otras personas. La primera realidad me hace sentir inadaptada y, si no fuera por la segunda, incluso muy mal.
Es habitual que me cuenten anécdotas maternales con pretensión de que resulten graciosas pero que luego resultan ser como muchos chistes: de mal gusto, fuera de lugar, groseros, xenófobos, misóginos... Cualquier cosa menos gracioso pero, como soy madre, y como se da por hecho que todos practicamos un mismo tipo de crianza, deberían parecerme la monda. Claro, esto lo cuenta gente de esa primera realidad, que no tienen ni idea de dónde me sitúo yo.. pero es que por desgracia esa es la realidad en la que vivo y no llevo un letrero en la frente que ponga "tal cosa y tal otra no me parecen graciosas, abstenerse de bromas pesadas".
Hace unos días me han contado la última anécdota de pésimo gusto. Padres de un hijo de unos tres años que sufre constantes pesadillas por la noche, reclamando dormir en su cama noche sí, noche también. Cansados del plasta del niño, los padres le dicen: "ni se te ocurra volver a nuestra cama por la noche, bajo ningún concepto, ¿te ha quedado claro?". Una noche escuchan al niño llorar mucho rato. Cuando ya se deciden a ir a verle, el niño está sentado en un rincón de su cuarto, hecho un ovillo, llorando doblemente compungido: por la pesadilla y por saber que no puede acudir al consuelo de sus padres.
Vale, y aquí es donde vienen las risas. Digo yo, vamos, porque si no, no sé para qué lo van contando. Me pregunto qué tiene la anécdota de digna de hacerse pública, más bien me parece que es de esas cosas que mejor quedan guardadas de puertas para dentro porque dicen muy poco a favor de uno. El por qué historias de este estilo van de boca en boca y acaban llegando a cualquiera, a alguien como yo, que ni sé quiénes son ni me importa, es otro misterio. 
Hago por sonreir aunque las cejas se me estén poniendo tan arriba de la frente que estén próximas a juntárseme en la coronilla. Hago por sonreir porque no me merece la pena quedar como la loca del colecho o de lo que se tercie en ese momento. Hay gente que no quiere conocer, que se ríe de todo, y a mi no me merece la pena gastar energías (ni que me señalen con el dedo... más aún, quiero decir).
Es posible que frente a un guantazo haya más o menos unanimidad en denominarlo agresión (aunque muchos puedan buscar razones para justificarlo). Pero en cuanto a lo psicológico, parece aceptable que los padres utilicen los medios de presión que consideren oportunos para conseguir sus fines, abusando de su posición. Conmigo que no cuenten. Amenazar a un niño, amedrentarlo, asustarle con mentiras (por ejemplo, "que te va a llevar el hombre del saco"), negarle el cariño que necesita y provocarle unos niveles de estrés malsanos, para mi, es MALTRATO INFANTIL. Con todas las letras y en mayúsculas.
Y, la verdad, empiezo a estar más que harta de tener que poner buena cara mientras me cuentan cosas así.

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