Por fin la maldición del año 2012 se esfuma, y cae el primer premio del año. Esta tarde, a la vuelta del trabajo, me ha llamado la Secretraria del jurado para comunicarme que había sido el ganador del Primer Premio del Concurso. El próximo martes 23 de octubre, a las 20,00 horas, estaré en Plasencia con Manuela para recogerlo. El cuento en cuestión, pasó sin pena ni gloria por el concurso de Moralzarzal de este año, para el que estaba escrito a propósito. No obstante, la historia de amistad entre un profesor y su alumno más allá de las aulas ha tocado la fibra del jurado de la UNED de Plasencia, pues como ellos mismos me han comunicado, ha gustado muchísimo.
Aquí dejo colgado un extracto del mismo como hago siempre.
Le quedaban pocos días para cumplir catorce años, y como buen Tauro, era muy cabezota. Le había insistido a su madre hasta la saciedad, que le dejase acercarse hasta la ganadería del pueblo con el único deseo que Antonio, el mayoral, le enseñase a trastear un poco con una muleta, pero todavía no lo había conseguido; por eso adivinó que hoy algo había cambiado cuando de repente le dejó ir. No dudaba que su testarudez adornada con el mejor expediente académico del pueblo habría obrado el milagro, y hoy gracias a ambos, iba a ver cumplidos sus sueños. Don Manuel había organizado una excursión con los compañeros de su clase a la ganadería de Doña Carmen Segovia, y lo había hecho bajo la excusa de compartir un día de primavera fuera de las aulas. Reconocía que todo estaba a su favor, porque sus buenas dotes con las letras, no sólo le habían llevado a esta inesperada sorpresa, sino que también habían propiciado que mantuviera una buena relación con su maestro, que estaba empeñado en hacer de él un hombre de provecho versado en letras puras, como le repetía cada vez que le entregaba corregida una de las poesías, que desde el inicio del curso, les obligaba a escribir la tarde de los miércoles en clase.
Don Manuel, al poco tiempo de ejercitarles en el mundo de la poesía, le cogió aparte, y le dijo que veía en él a un prometedor poeta. A él sin embargo la poesía no le interesaba tanto como los toros, y aunque su orgullo se veía plenamente recompensado en el momento que componía un soneto o un poema en verso libre, no experimentaba la misma sensación de satisfacción que cuando soñaba con salir por la puerta grande de la plaza portátil de su pueblo en las Fiestas Patronales. Esa distancia que le separaba de los consejos literarios de su benefactor cultural, también era en buena medida la culpable de esta jornada mitad cultural, mitad lúdica. Aunque al poco tiempo de iniciar la marcha que les llevaría hasta su destino, se dio cuenta que antes debería de pagar su correspondiente peaje.
Cuando el sol iba llegando a su zenit y su poder empezaba a notarse en las piernas, se detuvieron en un pequeño remanso del camino. Lo hicieron bajo la sombra de unos robles que encontraron en su travesía por la dehesa. Mientras bebían un poco de agua de sus cantimploras, Don Manuel se dirigió a ellos y les dijo: imaginaros que estamos en la antigua Grecia, y que yo soy vuestro maestro y vosotros sois mis alumnos. Imaginad también, que toda nuestra cultura se trasmitiera sólo a través de la palabra. No sé si estaréis de acuerdo conmigo, pero si no existiera la palabra escrita como fuente de conocimiento, lo más fiable a la hora de transmitir aquello que hemos aprendido, sería hacerlo a través de las sensaciones y los recuerdos, porque ambas, conforman el tipo de memoria que no borra el tiempo. Por ejemplo, cuando acabemos nuestra jornada al aire libre paseando por la dehesa y visitando la ganadería de reses bravas, cada uno de nosotros expondrá aquello que para él ha sido un recuerdo imborrable en el día de hoy.
Extracto del relato El magisterio de Don Manuel de Ángel Silvelo Gabriel