ARTE: HELENA JUSCHIN
No sé el por qué del título. Se me cruzó por la cabeza en un semáforo y lo anoté en alguna región de mi cerebro.
No es una redacción feliz. Lo sé. Por favor que nadie se me deprima.
Marca la tristeza circunstancial que llevo dentro, sumada a la de muchas personas que la padecen de forma crónica. No importa que uno esté sólo o acompañado, la tristeza carcome, se adhiere como el sarro a una pava y termina destruyendo el alma.
La tristeza nos deja desalmados y totalmente obnubilados, obsoletos, perdidos. Es como vivir en una jungla oscura en donde no entra el sol ni llega la brisa del mar.
A los padecientes de tristeza crónica los llamo ángeles caídos. Muchos no tuvieron oportunidad de levantarse, ya que les fueron arrancados hijos, amores, familia, hogares, los devoró la tempestad y la guerra, la sequía y la hambruna, fueron los elegidos -según dicen ridículamente por ahí- porque ellos pueden soportarlo.
Pero otros caen por fragilidad. En estos años viven muchas personas frágiles e indefensas, para quienes todo el oxígeno que se les pueda dar resulta insuficiente.
Creo en la recuperación de las alas tanto como en la existencia de una divinidad. También creo en el resultado del esfuerzo personal, en la valentía, el coraje, la determinación. Pero dudo de que todos hayan sido marcados con la misma fuerza. Hay vidas que nacen y mueren en la misma vibración de fragilidad.
Sí. La fragilidad es intensa.
De otra manera nos sacudiríamos de ésta y saldría despedida hacia el espacio sideral, volaríamos y dormiríamos toda la noche acurrucados como bebés escuchando el arrullo materno.
Tal vez un poco de lo que escribo hoy, me acerque unos milímetros a mi tan ansiada búsqueda de compasión, y definitivamente ojalá me ayude a controlar mi ego.
“La ciudad está llena de ángeles caídos. No son visibles para cualquier mortal. Yo los veo y creo que algunos perros también. Aún no estoy segura de si los veo porque soy uno de ellos o por mi olfato.
Tienen la tez pálida, y en algunos se divisan diminutas líneas violáceas y azuladas que rozan la dermis. Sus ojos color oro líquido -enormes- miran asombrados el cielo hoy inalcanzable.
Sus alas mojadas y marchitas, simplemente yacen al costado de sus cuerpos, entregadas a la eternidad del limbo.
Dejaron de ser.
Andan disfrazados de hombres grises, empleados en blanco y en negro, choferes, letrados y contadores; gente que anda a pie o en bicicleta. Algunas mujeres son regordetas y caminan por la mañana rumbo al mercado con la bolsa ecológica verde que dice EcoBolsa. Otras mujeres lucen más “paquetas” peinados de peluquería, botas ¾ y una inconfundible mirada extraviada.
La condición de ángel caído es totalmente inclusiva. Vamos todos!
El punto de encuentro es el súper, preferentemente a primera hora de la mañana o en las últimas de la tardecita; para evitar la gente viva que va con los apuros de los críos y la vida que brota con música, cantos, chismes y risas.
Recorren los pasillos empujando desobedientes carritos de metal y cuatro ruedas. Es infaltable el acto de ir hasta la verdulería y mirarse en los espejos que hay sobre los estantes de las verduras. Se miran, confirman, imprimen la imagen en la retina y siguen circulando sin hacer contacto visual con nadie y con nada.
Dos por tres alguien intenta rescatarlos. Tal vez ávido de publicidad o en colaboración con algún laboratorio, los inyectan, los duermen y los despiertan, los encierran.
Pero no hay nada que hacerle. Mientras el mar se seca y agoniza, mientras se diluye lo que queda de inocencia, no hay más que muchos corazones rotos y ángeles caídos.”
PERRO1970, ANGELES, CAIDOS, FRAGILIDAD, RELATO, TRISTEZA, CIUDAD
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