
Edmundo Retana Jiménez
No estoy en mis mejores épocas para escribir; menos para hacer crítica.
Existen quienes han notado mi ausencia, y me lo recriminan. Pero poco a poco regreso, pensando en qué si supieran cuánto tiempo, esfuerzo, miedo, ansiedad y lágrimas cuesta volver a reconstruirse, después de la lectura de un libro como este, entenderían por qué hay que tener cuidado al elegir cada palabra que sale de nuestra pluma, y más cuando callar después de leer…
El libro se lee solo. Fácil. Como debe hacerlo el poeta que sabe su oficio recorre los sentimientos, los recuerdos, las miradas con una sencilla tan simple que, hay que tenerle miedo, el mismo que se tiene ante un buen texto, que merece una crítica, que vaya de acuerdo con la idea de que los ángeles nos rodean y saben quién entra a nuestras vidas y quién no, porque a la poesía, la buena poesía no le importa rompernos en pedazos, y dejarnos vacío como un chupete de limón: es cuando importa la crítica, y quedarnos callados es el pecado venial que mitiga la sentencia del olvido de cuando no se hace, o no la merecen, porque llevan por dentro un diente de león que flota en las esquinas del tiempo…
Por eso no le voy a hacer mucho porque todo está dicho y en su lugar, sin desorden ni soledades solo la agradable sensación de una conversación entre amigos largamente ausentes, y que se echan de menos con cada pespunte del recuerdo, por lo que casi que podría hacer una prosa poética a partir de los títulos de los poemas que, son como un viento fresco de esos que levantan miradas, hojarascas, o faldas díscolamente cortas, mostrando lo que no se debe con la risita sonrojada de tardes ligeras, en que sutil, cae la lluvia, y el viento guarda silencio...
No me resisto.
En todo poemario, lo único que no miente es el índice del tiempo diluido ofrenda de una nueva normalidad. Retorno. Vocación y que sé no volverá(s).
Obviamente, entre poema y poema, existe una línea de pensamiento que no se aparta del recado de las 4.p.m., que ve(r) pasar el animal silente que soy, contando una a una, las letras del sigilo pues, si me hubiera quedado tal vez hubiese podido decir el adiós al padre que siempre quise.

Para La Coleccionista de Espejos: Dlia McDonald Woolery