Audiard lo ha vuelto a conseguir. Ha colocado un nudo en la garganta de un servidor durante la mayor parte del metraje y días después de su visionado, sigue ahí. Porque hay películas bochornosas que encuentran en la discapacidad su mayor estandarte y no tenemos que ir muy lejos para identificarlas. Y luego está De óxido y hueso, una historia que va más allá de la manida superación. Un relato lúcido, de sufrimiento, sí, pero también de esperanza, de redención, del amor surgido en un campo de minas. Ese al que agarrarse cual chaleco salvavidas. Ese que parece haber sido desahuciado de la cara menos amable de la sociedad. Ese que llega tarde pero a tiempo.
El protagonista de De óxido y hueso desconoce de su existencia. Para Ali (Matthias Schoenaerts) la implicación y el compromiso son valores por descubrir. Apenas siente afecto por su hijo, al que a la primera de cambio endosa a una hermana con la que sólo comparte sangre. Siendo el objetivo de apuestas en peleas callejeras consigue desprender la adrenalina precisa para mantenerse vivo. Quien también necesita el contacto con otro tipo de animal es Stepanhie (Marion Cotillard), una domadora de orcas, que verá mermar su seguridad tras sufrir un accidente. Tras un fortuito encuentro, la joven decide aliarse con el destino e introducir a Ali en su vida.
Audiard, con una exquisita dirección, logra que el espectador no se hunda en la tragedia de sus personajes. Nos muestra el barranco pero nunca nos suelta y lejos de regodearse en el sufrimiento invita al espectador a aprender a vivir con límites pero sin generar piedad. Esmerándose por ver la botella medio llena. Es aquí precisamente donde merece el mayor de los aplausos. Por ello, no son aleatorios los cegadores destellos de luz que se suceden a lo largo de la cinta. Funcionan como una conseguida metáfora. El empleo de la luz es mimado por su director y muy necesario en una cinta de tal calibre. Podíamos estar en el fondo del pozo, ahogarnos en la desgracia, bajar al infierno que supone una rehabilitación. Pero no. Audiard golpea fuerte, sin miramientos, y luego deja que la herida vaya sanando de forma natural, sin ningún vendaje.
El poder de la técnica adquiere en De óxido y hueso un matiz relevante. Cada plano está estudiado al milímetro y no por ello pierde frescura. Como tampoco la pierde la actriz principal de este tenebroso relato. Cotillard es sinónimo de credibilidad. Una robaplanos en potencia. Aporta una interpretación contenida, dura, real, portando todo el dolor que le cabe y vaciándolo en el espectador que irremediablemente lo siente en carne viva. Y si a la francesa no se le puede reprochar absolutamente nada, no menos a Schoenaerts. El actor mimetiza con su personaje. La rudeza que se requiere la consigue desde la primera secuencia logrando una evolución natural hasta el último plano.
De óxido y hueso nos acerca a un Audiard más intimista pero sin bajar el listón de la dureza a la que nos tiene acostumbrados. El cineasta francés demuestra aquí de forma verosímil que los sentimientos pueden suponer una barrera mas complicada de superar que la física.
Lo mejor: contemplar como el óxido de Ali se convierte en hueso y el hueso de Stephanie en óxido.
Lo peor: su forzado tramo final.