El mar azul cayó ayer en tromba sobre la tierra seca, inundando garajes, casas, calles y llevándose todo por delante. No fue tanta su fuerza como el mal estado de las alcantarillas del poder lo que provocó el desastre, la debacle, el batacazo,… palabras que he escuchado desde anoche y que no alcanzan a expresar el hundimiento del acorazado, ya con vías de agua abiertas desde las pasadas elecciones municipales. La salida a la superficie del volcán subterráneo del paro hizo el resto.
La marea azul tiene ante sí un gran reto que hará con sumo gusto: no salirse de la estrecha senda que marca Merkozy, el BCE, el FMI y Goldman Sachs, entre otros asesores externos.
Pese a todo, o precisamente por ello, veo hasta con alivio que todo siga igual. La deuda, a la suya. El tiempo cambiante, aunque el frío llegará en unos pocos días. Frío dentro y fuera. Me gustaría que, como ha ocurrido siempre hasta ahora, el ganador no cumpla sus promesas, que esta vez son más oscuras y esotéricas que nunca. España ha votado (aunque no olvidemos que el resultado es el desplome de un PSOE que ha traicionado sus ideas y a sus votantes más que un repunte extraordinario de la derecha) al que ha prometido castigo por unos excesos que, precisamente, ellos propiciaron en sus locos años de laissez faire, laissez passer (dejar hacer, dejar pasar). Así que seguirá la penitencia, ahora con más saña y convencimiento. La ventaja es que avisan y que se les ve venir. Sea como sea, habrá que acostumbrarse a estos años oscuros que se avecinan y seguir con los ojos bien abiertos. Y, en la oscuridad, mantener las pupilas dilatadas para no perder detalle durante los años marianos que se avecinan.