Cansancio de mítines, banderas, consignas y banalidades. Desprecio por las soflamas de los salvapatrias y la verborrea de los candidatos en campaña. Fastidio ante tanto sermón para auditorios que consideran inmaduros, ingenuos, frívolos o simplemente tontos. No teniendo entusiasmo alguno, tengo la necesidad de que la derecha no vuelva a ganar.
Dicen que hay mucho interés por la política, pero me encuentro con gente cansada de mítines y arengas, de desprecios, insultos y obviedades. Gente aburrida de tanta clac en los medios y redes sociales que, como los perros de Pávlov, babean al toque de corneta. En todo caso, fastidia más quienes en la vida real no hacen otra cosa que malversar, amedrentar y engañar que los bufones del sistema. Si vivimos en un mundo dominado por el dinero y la estulticia ¿podremos transformarlo mediante las soluciones políticas que se nos ofrecen? Acertó Nelson Mandela cuando afirmó que la educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo.
En una sociedad donde todo está planificado y ordenado, que distrae al personal con predicciones electorales y simulaciones económicas, los periodos electorales son un juego de rol en el que los jugadores nos alienamos con unos o con otros para, según dicen, decidir el resultado final. La campaña, observada con cierto escepticismo, se muestra como un enorme simulacro donde se nos incita a fingir que es posible elegir a nuestros representantes y que la voluntad general puede dominar al poder económico.
¿La campaña actual es tan decisiva? El acto más seguido fue un debate en el que el presidente del Gobierno decidió no asistir y en el que, una opción como IU fue relegada. Deberíamos conocer si para estos debates valen más las encuestas y los intereses empresariales que los votos. Si con tanta frecuencia y razón se denuncia la falta de proporcionalidad en el sistema electoral, qué decir del sistema que selecciona y excluye a determinados candidatos de los debates.
De los debates electorales no interesa tanto los mensajes, aciertos o errores de los intervinientes, como las repercusiones en los medios de comunicación y redes sociales. Conociendo que el control de los medios, directa o indirectamente, está en manos de una opción política muy concreta y que las redes sociales se inclinan más por determinados partidos, parece claro que opción tiene todas las papeletas para perder.
No comparto la inquina visceral hacia Podemos ni que desde el PSOE se aluda a esta formación con el argumentario de la caverna más retrógrada. Resulta incoherente que Pablo Iglesias insista tanto con la mochila socialista; en Cádiz, Barcelona o Madrid se muestra encantado portando la mochila de los socialistas del PSOE. Discrepo del consenso para mostrar a Pedro Sánchez como un compendio de todos los defectos habido y por haber. Tal vez Rivera sea un gran intelectual o un enorme estadista y Rajoy la encarnación de Churchill o Demóstenes y que yo sea un ciudadano que no se entera de nada, pero observando las intervenciones de unos y otros el desprecio hacia el socialista se antoja demasiado interesado. En cualquier caso, si tuviera que resaltar cualidades de un candidato: Alberto Garzón.
No espero mucho de los resultados. En realidad, estoy perdiendo la esperanza; votaré sin entusiasmo y depositaré la papeleta con un ruego a quienes resulten elegidos: limítense a algo tan simple como no mentir, no engañar, no robar y a cumplir lo prometido. Mientras tanto, que nadie se proclame representante del pueblo porque en las elecciones solo se computa la parte del pueblo que vota. La condición de representantes se la tienen que ganar día a día.
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