Revista Espiritualidad

Anticipándonos al Desastre

Por Av3ntura

Muchas de las cosas que hacemos diariamente acaban convirtiéndose en armas de doble filo que pueden desembocar en consecuencias muy diferentes dependiendo de cómo las enfocamos. El ejercicio de pensar es una de ellas.

Pensar puede ayudarnos a ser más analíticos, a desarrollar el sentido crítico, a interpretar de forma más libre lo que sucede a nuestro alrededor, a decidir más conscientemente aquello que queremos o no queremos en nuestras vidas. Pero, a veces, pensar demasiado en aspectos de nuestra existencia que no dependen exclusivamente de nosotros, nos puede llegar a impedir que nuestros días converjan en una experiencia satisfactoria.

Gracias al recurso del pensamiento, los seres humanos hemos conseguido evolucionar hasta el punto en el que nos encontramos ahora. A base de hacernos preguntas para las que aún no teníamos respuestas, enhebrando ideas y tratando de probarlas con mayor o menor éxito, maquinando estrategias que no se le habían ocurrido antes a ninguna otra mente racional, atreviéndonos a cruzar las líneas que nuestros antecesores habían trazado guiándose únicamente por el sentido de la prudencia, saliendo miles de veces de nuestra estrecha zona de confort o sacrificando nuestra propia vida y la de los nuestros por defender lo que otros consideraron indefendible.

Anticipándonos al Desastre

Pero ese mismo pensamiento que nos ha permitido llegar hasta donde estamos, a veces cae en trampas con forma de lagunas fangosas o parajes desiertos en los que solo cabe perderse en círculos viciosos de los que resulta casi imposible salir airosos. Cuando nuestra mente discurre por tales escenarios, más que pensar, lo que acaba haciendo en rumiar, empezando a dar vueltas y más vueltas sobre un mismo punto, mareándose en una espiral de preocupación, miedos muchas veces infundados y agitación emocional que nos acaba dejando agotados, sin haber encontrado respuesta alguna a nuestro supuesto problema.

Los problemas pueden ser objetivos o subjetivos. Los primeros pueden llegar a tener tantas soluciones como nos permita nuestra creatividad. Los segundos, en cambio, acostumbran a no tener ninguna capaz de satisfacernos ni de reducir la angustia que nos provoca pensar en ellos.Porque preocuparse por el futuro no es un problema que tenga fácil solución. Pasarse la noche en blanco pensando en lo que pueda pasar y tal vez no llegue a pasar nunca, es perder un tiempo precioso en amargarnos la vida sin ninguna necesidad.

En este sentido, cualquier otro animal demuestra ser mucho más pragmático que el humano, porque ninguno de ellos parece perder el tiempo tan alegre o tristemente como lo hacemos nosotros. Y este hecho aún sorprende más cuando nos hacemos conscientes de que ellos acostumbran a vivir en condiciones mucho más adversas que las nuestras, estando unos en el menú diario de los otros. Cualquier animal salvaje vive sabiendo que ese día puede ser el último, pues en cualquier momento se puede encontrar de frente con otro que le dé caza, lo mate y se lo coma. Pero, ¿acaso ha podido probarse que estos animales vivan en una situación permanente de estrés? ¿Acaso dejan de hacer sus vidas por miedo a que mañana les sorprenda una fiera leona o les atrapen las mandíbulas de un cocodrilo mientras crucen un lago? Lo que nos muestran los documentales sobre esos animales es que se limitan a vivir el momento y sólo ponen en marcha sus mecanismos de estrés cuando toca correr, huir, tratar de salvar el pellejo. Pero, pasado el peligro, aunque hayan caído compañeros de su manada, no se sumen en la desesperación ni se lamentan por su desgracia, sino que se vuelven a relajar, cargan pilas y celebran seguir vivos. Gracias a esa capacidad de desconectar que tienen pueden mantenerse fuertes y con garantías de supervivencia. Si el miedo al peligro les paralizase serían los primeros en caer en el próximo ataque.

Hay personas que, ante la adversidad, se crecen y consiguen imitar las conductas de esos mismos animales, logrando recargar pilas y hacerse más fuertes para estar más preparados para lo que les depare el devenir. Pero otras, ante la mínima contrariedad, sucumben en el miedo y deciden mantenerse siempre alerta, obligando a su organismo a segregar ingentes cantidades de hormonas del estrés que les impiden descansar por las noches y mantenerse despiertos de día. En una especie de estado de emergencia perpetua, se pasan todo el tiempo esperando que suceda lo que tal vez nunca va a suceder. Al no darse tregua, la sensación de agotamiento mental cada vez se va acusando más y esas personas necessitan encontrar alguna vía de escape para liberar gran parte de la tensión que las consume. La encuentran descargando toda la agresividad de la que son capaces sobre quienes tienen más cerca. Bien a través de reproches, de descalificaciones o de desplantes. Lejos de sentirse aliviadas, la respuesta que reciben a esas descargas es el distanciamiento de aquellos a quienes han atacado, retroalimentando su preocupación, sus miedos irracionales y su insatisfacción.

La psicóloga inglesa Susan Greenfield sostiene que la depresión es el resultado de una introspección excesiva, que funciona como una telaraña. Al no dejamos de observarnos nos acabamos enredando en sus finos hilos. Si partimos de esta premisa, la depresión sería un padecimiento típicamente humano, pues ningún otro animal tiene esa capacidad de introspección.

En ocasiones, la única diferencia determinante que existe entre dos personas que se enfrentan a la misma situación es el tipo de pensamientos que se está gestando en sus mentes. Según sean estos pensamientos, una de esas personas superará con éxito ese escollo que se haya cruzado en su camino, mientras que la otra permanecerá anclada en sus dificultades y en su sentimiento de fracaso.

Nos bastaría con aprender a apartar esos pensamientos intrusivos y derrotistaspara empezar a vislumbrar esbozos de posibilidades mucho más agradables que nos liberen de toda esa carga innecesaria de ansiedad y de temor. Si acabamos siendo lo que pensamos que somos, animémonos a pensar con un poco más de optimismo y objetividad, dándonos un voto de confianza a nosotros mismos y a quienes más sufren cuando nos contemplan, sin poder hacer nada, enredándonos en la telaraña que ha tejido nuestra propia mente para atraparnos en ella y paralizar nuestra voluntad.

La vida no va de anticiparnos a los acontecimientos, tratando de adivinar lo que nos pasará o no nos pasará. Tampoco va de sufrir más de lo estrictamente necesario, ni de pasarnos todo el tiempo nadando y guardando la ropa, viviendo pero sin atrevernos a hacerlo plenamente, engañándonos y engañando a los demás al empeñarnos en edulcorar nuestra imagen en el espejo o en las pantallas en las que en los últimos años tratamos de inmortalizar los episodios de una vida que no hemos vivido realmente.

La verdadera vida va de ser consecuente con lo que sentimos de verdad. Va de dejarnos sorprender y de entrenar nuestra capacidad de adaptarnos a las nuevas circunstancias. Sin esperar de los demás más de lo que ellos puedan esperar de nosotros y agradeciendo cada día que logramos sentirnos en paz con quienes somos, sin preocuparnos de lo que padecimos en el pasado ni de lo que esté aún por llegar.

Estrella Pisa

Psicóloga col. 13749


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