Revista Opinión

¿Antipolítica?

Publicado el 19 abril 2021 por Jcromero

Aunque en la política de este país sea frecuente el exabrupto, la descalificación y el desprecio, la trifulca diaria y la sempiterna amenaza de ese franquismo sociológico con su forma de entender España, defiendo la actividad política. Que la Transición no supiera -tal vez no pudiera- sepultar en los archivos de la historia el periodo de dictadura, explica que aún queden por recuperar cadáveres de las cunetas y fosas comunes, que la exhumación del dictador se convirtiera en un espectáculo o que la iglesia católica conserve privilegios y tanta relevancia pública. Aunque la corrupción y pobreza intelectual de muchos políticos me haga observar el ajetreo político con cierta distancia, la antipolítica es una mascara antidemocrática.

Es cierto que constituimos una democracia peculiar. Hay quien elimina del callejero a personajes tan peligrosos como Federico García Lorca, Charles Darwin o Gloria Fuertes, quien decide borrar los versos de Miguel Harnándel del monumento a las víctimas de la Guerra Civil o quien la emprende a martillazos con una placa en recuerdo de Largo Caballero. Algo no funciona cuando los ripios de una canción llevan a la cárcel y quien difunde el deseo de matar a millones de españoles, no merece reproche judicial alguno. Ejemplos de este disparate nacional son frecuentes. Constituimos una democracia sin memoria e incapaz de reconocer a quienes lo merecen; somos más de no dejar títere con cabeza. Es una costumbre que viene de lejos. El controvertido @maxpradera escribió el siguiente tuit: "La Transición la hicieron entre un falangista y un comunista. Ni Suárez ni Carrillo se escondieron durante la balacera del 23-F y este país les agradeció el valor y los servicios prestados mandándolos en el 82 al Grupo Mixto".

Despotricamos contra la ineficacia de los políticos, recalcamos el escaso valor de sus palabras, la falta de perspectivas o la escasa visión global que expresan a diario. Pero teniendo razón, nosotros, convertidos en jueces sentenciamos con la misma ligereza. Nos dejamos arrastrar por politicastros y voceros que se enredan en peleas, que hacen ruido, crispan y alteran. Lamentamos que sean tan previsibles, que no salgan de esa reyerta cotidiana tan soporífera como ineficaz; exigimos que acierten a la vez que les criticamos cualquier cosa que hagan. Nos resistimos a enterrar los garrotes, que inmortalizara Goya, y las dos Españas de Machado.

Escribía Manuel Cruz un artículo que convertir la política en un espectáculo corre el riesgo de quedarse sin espectadores. Que el público, cansado de tanto vodevil, fatigado de la palabra incumplida, del aspaviento continuo y argumento engañoso, termine por dejar vacías las gradas del circo. Que el recurrir al desprecio, la provocación y el insulto, tiene el riesgo de que los domadores de pulgas, los saltimbanquis de la palabrería y los contorsionistas de los argumentarios terminen por aburrir.

Y sin embargo, algo funciona. El Congreso acaba de respaldar la ley de protección a la infancia frente a la violencia con un amplio consenso. También hace unas semanas, se aprobó la primera norma integral para atajar la emergencia medioambiental y una ley para regular la eutanasia. Una ley que a nadie obliga; ni a los enfermos ni a los médicos. El paciente debe confirmar su voluntad de morir al menos en cuatro ocasiones a lo largo del proceso que durará un mes y en cualquier momento podrá echarse para atrás. Por otra parte, garantiza la objeción de conciencia de los médicos. Es decir, hay libertad de elección para enfermos y médicos. Pese a ello, hay un sector que levanta carteles con el lema: "No existe el derecho a matar. Stop eutanasia" y algún jerarca eclesiástico habla de "bárbaros embriagados de poder" que quieren "convertir España en un campo de exterminio".

Hoy está de moda escupir sobre la política y nadie pone tanto empeño en ello como los políticos profesionales. Pero si nos preguntamos para qué sirve la política, preguntémonos también a quien beneficia su descrédito -labor a la que se dedican con entusiasmo quienes dicen representar a los españoles de bien- o mejor aún, ¿cuándo avanzamos en derechos?, ¿cuándo se gobierna para determinadas élites? La crítica es una necesidad democrática; la negación política, el seguidismo, la obcecación y el fanatismo, no.


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