En el Festival de Cine de Sundance el público lo tuvo claro premiando la originalidad y el realismo de La pintora y el ladrón, un documental que aunque se guarda secretos revela algunos de lo más interesantes mostrando escenas de un crudo dramatismo alejado de tradicionales propuestas y momentazos de lucha y superación en las condiciones más duras y adversas.
En La pintora y el ladrón, todo comienza y acaba con una exposición que tiene como protagonista a la pintora naturalista checa Barbora Kysilkova a la que le han sido sustraídas dos obras en la galería de arte Nobel en Oslo. Los dos ladrones, descubiertos por las cámaras de vigilancia, no revelan el lugar donde las han escondido o entregado y el juicio por el robo pone en contacto a la artista con uno de estos rateros noruegos.
Es a partir de ahí cuando el director Benjamin Ree sigue una de las últimas modas en el cine independiente o menos comercial pero también el más premiado. A través de este documental cuenta la historia a través de los ojos tanto de Barbora como del ladrón llamado Karl-Bertil Nordland, un hombre con una infancia difícil, padres divorciados y separación de sus hermanos que se ha tenido que ganar la vida cometiendo delitos menores y convirtiéndose en un adicto a la droga o a cualquier cosa que pueda destruirle. Tampoco la vida de Barbora ha sido un camino de rosas, las espinas llegaron en forma de un ex novio maltratador, huída de su país y comienzos complicados en el mundo del arte que han dificultado su ascenso a una fama relativa en pequeños círculos.
Todo parace cambiar con el encuentro mágico en el juzgado con una pintora que necesita saber el paradero de sus hijos desaparecidos, para un artista como para un escritor sus obras son como sus hijos y un ladrón que tiene amnesia y no se acuerda de nada pero que accede a posar para ella como modelo para compensar el delito. Poco a poco los dos entablan una buena amistad, ambos tienen pareja y comparten más de una conversación profunda intentando encontrarle el sentido a sus vidas entrecruzadas por un destinado azar. La musa es un ladrón que intenta desengancharse de la heroína y que rompe su relación de una manera brusca y repentina. La artista encuentra su inspiración y aspiración en un hombre al que todos tratan mal y se ha convertido en una triste víctima de la sociedad, alejado de la realidad fotográfica por donde Barbora se mueve como pez en el agua. Un accidente automovilístico cuasi mortal rompe la estrecha relación que han mantenido durante ese tiempo con un distanciamiento que se consuma en el ingreso de Bertil en la cárcel por un año y los problemas acuciantes que amenazan a la joven como son el impago del alquiler de su estudio o las discusiones con su novio que en ciertos momentos la ve como una niña en la manera de comportarse ante ciertas circunstancias. De nuevo la separación es vista desde dos lugares distintos, con ojos diferentes, un claro ejemplo de lo que es la vida real, un egoísmo que no anula el amor pero lo desplaza. Los amigos dependientes son ahora conocidos independientes que deben independizarse el uno del otro si quieren madurar y pasar al siguiente nivel poniéndole la etiqueta adecuada a esta recién nacida relación, sin malentendidos o momentos tóxicos.
Unidos ahora por una segura amistad, más fuerte, más razonada y menos pasional se dedican a vocearla a los cuatro vientos a través de una última exposición que será el espaldarazo definitivo para la carrera de la pintora y el punto seguido para un rehabilitado carpintero que ha conseguido colocar recta su torcida vida gracias a la conexión con Barbora y sus ideales, unos círculos perfectos y máscaras vivas en forma de tatuajes que se fusionan en uno solo, verdadero y único.
La pintora y el ladrón (Benjamin Ree, 2020)
La entrada Antlántida Film Fest 2020: “La pintora y el ladrón”, el retrato de una relación especial se publicó primero en Cine en Serio.