El décimo primer poeta que
antologa Gerardo Diego en
1934 para su Poesía española, antología
(contemporánea) es José
del Río Sainz (Santander, 1884 – Madrid, 1964).
Es posible que sea uno de los
poetas más olvidados de la antología de Gerardo Diego y de la generación del 27. A mí
me gusta.
Quería mostrar en el blog el
poema Detrás del frente, porque hablo de él en mi novela El
hombre ajeno. Existe en mi libro una conexión entre las metáforas que
Del Río Sainz usa en este poema y las que usa mi poeta maldito Héctor Meier
Peláez. Existe una clave en la visión de la guerra de Río Sainz que puede explicar a mi Meier.
No he conseguido encontrar el
poema en internet, así que me ha tocado teclearlo a mano. Me parece un gran
poema, muy moderno, con mucha fuerza.
Dejo aquí, en exclusiva en la
red, Detrás del frente de José del
Río Sainz:
DETRÁS DEL FRENTE
La trompa apocalíptica de los juicios finales,
con su clamor de muerte, estremece la tierra;
y en las góticas torres de viejas catedrales,
entre tallas monstruosas de diablos y de efebos,
la lechuza sombría de la guerra
va incubando sus huevos.
El cielo es una hoguera en los tristes ocasos,
y el sol, en vez de vida, parece una amenaza;
en los pueblos desiertos el eco de los pasos
resuena con el ronco estruendo de una maza.
Nadie cruza las calles perdidas en tinieblas,
sólo unos perros flacos ensayan sus aullidos.
¡Oh el dolor de esas pueblas,
Albert, Soissons y Royes,
por las que sólo cruzan los heridos
en trágicos covoyes!
Se huele a cloroformo. Detrás de esas oscuras
ventanas entornadas el drama se presiente,
se siente el dolor hondo de las primeras curas
sobre sucios camastros,
se ve de las camillas la procesión doliente
que deja rojos rastros.
Aquí es donde la lucha más bárbara se muestra,
aquí es el dolor frío, agudo y lacerante.
¡Felices esos pueblos que están en la palestra
mirando el enemigo magnífico delante!
Lo horrendo es este drama, el drama sordo y ciego,
entre silencios hoscos y fúnebres presagios,
de los pueblos situados tras la línea de fuego,
cual playas que recogen reliquias de naufragios.
No hierve aquí la sangre igual que en las trincheras,
no pasan los dragones altivos y soberbios,
no dan su vuelo al aire las mágicas banderas
ni se crispan los nervios.
Aquí es el dolor frío, la sensación de asco
de la carne llagada que entre trapos se esconde,
es la muerte alevosa que viene sobre un casco
de granada, caído de no sabemos dónde.
Se siente el dolor sordo y la cruel agonía
que hay de los hospitales en las fúnebres salas,
se ve a la cirugía
ensanchar las heridas abiertas por las balas.
Aquí esos mismos héroes probados en cien lides
pasean abatidos, y llevan en su cara,
no el gesto legendario de Ayaxes y de Cides,
sino el cansancio impreso,
como si la tragedia sus hombros abrumara
con un horrendo peso.
A nuestra espalda suena un sordo fragor. ¿Oyes
corazón? ¡Son las ruedas de los tristes convoyes
que llevan los heridos!
En vano es que preguntes, no habrá quien te conteste;
el alma de la guerra es cual la de la peste
que ejecuta sus fallos sin dar una razón.
¿Conoces algún drama que se compare a éste?
¡Responde, corazón!