1. Reservoir dogs
Arizona baby (1987) es una gran película que comienza con un largo e impecable prólogo. Normalmente, las comedias suelen poner en antecedentes al espectador de una manera esquemática: apenas una escena para cada personaje protagonista; a veces ni eso, basta una mera voz narradora poniendo en marcha el argumento. Arizona baby, en esencia, cuanta la historia del desastroso secuestro de un bebé (de una camada de cinco) por parte de unos padres infértiles venidos a menos económica y emocionalmente por muchas y diversas razones. Y aquí es donde entra en juego el prólogo que hoy nos ocupa: casi once minutos dedicados enteramente a las circunstancias en que el reincidente de poca monta H.I. McDunnough (interpretado por Nicholas Cage) y la intachable policía Edwina (Holly Hunter), los seres más antitéticos a priori para formar una pareja, se conocen, se enamoran y asumen con impotencia, tras meses y meses de intentarlo inútilmente, que no podrán tener hijos, y por eso deciden quedarse con uno que no les pertenece.
Aunque para contar esto no hacía falta tanto derroche, este comienzo de película ofrece mucha más información de la estrictamente necesaria: el uso de detalle gráfico, el gag instantáneo, el comentario sonoro, el sentido del ritmo y la capacidad de síntesis para calar a la pareja protagonista. De entrada, la original manera de presentar sus tres primeros encuentros: ella es la encargada de sacar la foto para su ficha y tomarle las huellas (le han detenido por robo a mano armada), y la primera vez él queda prendado de su belleza, la segunda (nueva detención por robo) la encuentra llorando porque su novio la ha dejado. Y la tercera cuando irrumpe en la comisaría para pedirle matrimonio. Entre medio, divertidas descripciones sobre la cárcel, la rehabilitación, la aburrida vida como hombre decente, la felicidad conyugal, el desencanto... Pero sobre todo la maestría --marca de la casa Coen-- para caracterizar al protagonista: un pringado total con buen fondo pero pésimas maneras que no sabe robar y que aun así no deja de intentarlo. La banda sonora y la narración en primera persona --incluyendo hilarantes contrastes entre lo que se dice y lo que se muestra-- potencian la utilidad de este prólogo, dejando la acción a punto para disfrutar con todo lo que vendrá a continuación. La película podría arrancar perfectamente con la escena del secuestro, y facilitar las motivaciones previas de los personajes sobre la marcha, pero los Coen prefieren tomarse su tiempo y afianzar el tono de sátira con esta pequeña maravilla, y de paso soltar unas cuantas andanadas verbales y visuales. Un prólogo que es casi un cortometraje gracias a su completitud formal y argumental.
Arizona baby, a pesar de los años transcurridos, sigue siendo la mejor comedia de los hermanos Coen. Al magnífico enredo principal, hay que añadir una espléndida caracterización de personajes (protagonistas y secundarios), facilitando todavía más la identificación del espectador: no solamente las razones para comportarse como lo hacen McDunnough y Edwina, sino los hermanos Snoats (John Goodman y William Forsythe) y el inefable diablo de la carretera (Randall 'Tex' Cobb). Pero ahí no se agotan los méritos: también hay que mencionar el humor sutil de muchas situaciones, a veces incluso triste, como la cara que pone el pobre McDunnough cuando esquiva sin saberlo el primer disparo del dependiente del supermercado que está atracando, sin demasiado arte ni convencimiento, todo hay que decirlo. Su mirada cansada lo dice todo; y también la mezcla de estupidez y socarronería que alimenta numerosos momentos del filme.
Y por si todo esto no fuera suficiente, la película se cierra con un epílogo que no desmerece en absoluto semejante arranque, culminando una historia casi perfecta. Un epílogo que pretende ser sincero y serio, pero que no olvida ni por un segundo dos cosas: que acaba de poner patas arriba lo más sagrado y tradicional de la sociedad, ridiculizando de paso a todo bicho viviente; en definitiva, que el mundo no es un lugar demasiado agradable para crecer, a no ser que la lotería genética te deposite en una familia con la cabeza en su sitio. Aun así, el tono, la banda sonora, la descripción del sueño del protagonista, no dejan de provocar el efecto deseado: la nostalgia de un mundo amable, donde las generaciones se respeten unas a otras y quede algo de esperanza en el mañana. Gracias al epílogo en forma de sueño, los Coen pueden evitar un final sensiblero sin dejar de recurrir a la sensiblería en estado puro: se supone que nada de lo que se explica es real, pero no dejan de ser buenos deseos expresados con sinceridad. En una antología de grandes epílogos éste no debería faltar.